
Imaginemos a un hombre llamado Tom, encendedor de faroles en las calles de Londres, hace más de un siglo. Cada atardecer, recorría su barrio con una larga caña y una linterna para prender los faroles a gas que iluminaban la ciudad. Había escuchado rumores sobre la electricidad, pero los sentía lejanos, como cosas de ciudades más importantes. Y aunque no lo decía en voz alta, temía vagamente que aquel cambio terminara apagando su trabajo para siempre.
Veía las mismas calles, los mismos faroles, y le costaba imaginar que algo pudiera realmente modificarse. Pero, como suele pasar justo antes de una gran transformación, lo que parece inmóvil empieza a moverse sin que nos demos cuenta. Algunas profesiones desaparecen, otras nacen. Lo importante no es aferrarse a la caña o a la linterna, sino entender qué habilidades nos permitirán seguir recorriendo nuevos caminos cuando la tecnología vuelve a encender la ciudad de formas distintas.
Hoy estamos en un punto similar. La inteligencia artificial, la robótica y otras tecnologías no son ciencia ficción ni un fenómeno lejano: están transformando la forma en que trabajamos, producimos, creamos y nos relacionamos. Desde sistemas capaces de escribir textos, diseñar imágenes o diagnosticar enfermedades, hasta fábricas inteligentes y vehículos autónomos. Todo avanza a una velocidad que desafía nuestra capacidad de adaptación.
Si prestamos atención, ya podemos detectar algunas señales débiles que anticipan los próximos movimientos del tablero laboral.
En medicina, por ejemplo, ya existen algoritmos capaces de detectar patrones invisibles para el ojo humano en estudios como radiografías o resonancias. Es el caso de PathAI que utiliza inteligencia artificial para ayudar a diagnosticar cáncer con mayor precisión y velocidad. También avanza el robot dentista Yomi, aprobado en Estados Unidos, que asiste en cirugías de implantes dentales, mejorando la precisión y reduciendo tiempos. Cada vez más, médicos y máquinas trabajan juntos, transformando los equipos de salud y los saberes necesarios para ejercer.
En educación y comunicación, algo similar ocurre con herramientas como IGNITE Copilot, una plataforma española de inteligencia artificial que busca dar ‘superpoderes’ a los profesores, permitiéndoles enfocarse más en la enseñanza y la interacción con los alumnos. Y en Argentina, el desarrollo de EVA (Equipo de Voz Artificial) permite a personas con Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) comunicarse mediante una voz digital personalizada, combinando inteligencia artificial y procesamiento del lenguaje para recuperar la posibilidad de expresarse. Seguramente todas estas soluciones están todavía en fase de ajuste y mejora, adaptándose a nuevas necesidades y ampliando sus capacidades, dejando pistas claras del mundo laboral que se viene: uno donde las máquinas no solo ejecutan, sino que toman decisiones junto a nosotros.
Y aunque a veces podamos pensar que estas transformaciones solo suceden en otros países, en empresas tecnológicas o en industrias muy específicas, lo cierto es que ningún sector queda afuera por mucho tiempo. La disrupción llega. Lo que hoy parece lejano, mañana puede estar tocando nuestra puerta.
¿Qué escenarios podrían esperarnos si miramos un poco más adelante?
En uno posible, logramos una colaboración armónica entre personas y tecnologías. Liberamos tiempo de tareas repetitivas y nos enfocamos en lo que realmente nos hace humanos: la creatividad, la empatía, el pensamiento crítico y el liderazgo.
En otro, menos optimista, la brecha entre quienes acceden a la tecnología y quienes quedan afuera se agranda. Aumentan las desigualdades, el desempleo estructural y las tensiones sociales.
Y claro, existe un escenario intermedio: uno donde la transición es compleja, pero logramos acompañarla con políticas públicas, formación continua y compromiso colectivo.
Lo más probable es que los tres escenarios convivan, superpuestos, según el sector, el país o cada persona. Y por eso, prepararse para navegar esa mezcla es quizás uno de los mayores desafíos del presente.
En ese sentido, hay habilidades que se vuelven esenciales. No solo aprender a usar nuevas herramientas digitales, sino desarrollar competencias humanas: adaptabilidad, comunicación, creatividad, trabajo colaborativo, inteligencia emocional. Las empresas, los gobiernos y los sistemas educativos tienen un papel clave, pero también cada uno de nosotros como protagonista de su propio futuro.
Tom no se quedó sin trabajo. Su conocimiento del trazado de las calles fue clave para facilitar la transición. Aprendió a reparar luminarias y terminó como supervisor de alumbrado público. No fue fácil, pero tampoco fue el final. Porque el futuro del trabajo nunca es un destino fijo. Es un viaje. Y hoy nos toca a nosotros decidir si lo emprendemos con miedo o con curiosidad.
Últimas Noticias
IA en modo agente: del chat que responde al asistente que actúa
La pregunta ya no es si vas a usarlo, sino cuándo y para qué parte de tu negocio será más rentable empezar

EsSalud: una oportunidad urgente para reformar el sistema
La creación del Grupo de Trabajo Ministerial representa una oportunidad clave para reformar su gobernanza y garantizar la continuidad del servicio a más de 12 millones de asegurados

El fraude silencioso que erosiona la democracia
La presentación de listas en Buenos Aires reaviva el debate sobre las candidaturas testimoniales y su impacto

Ventanas de oportunidad para el aprendizaje
Aprovechar estos momentos facilita el aprendizaje de habilidades y fortalece la autoestima de los niños

Síganme los buenos
La célebre frase del Chapulín Colorado inspira a recuperar valores sociales y éticos
