Religión e ideología: lo irreductible como virtud

A lo largo de la historia, la religión y la ideología han influido en la moral, la política y la cultura, aunque sus fundamentos y objetivos difieren profundamente

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Ideología y religión (imagen ilustrativa creada con IA)

La relación entre ideología y religión ha sido tema recurrente en la filosofía debido a su impacto en la configuración de sociedades, valores y políticas públicas. Aunque ambas comparten el potencial de influir en el comportamiento humano y en la organización social, sus fundamentos, propósitos y modos de expresión divergen considerablemente.

Desde la antropología, Clifford Geertz, define la religión como un sistema de símbolos que establecen poderosos, perdurables y motivadores estados de ánimo y disposiciones al formular concepciones de un orden general de existencia y revestir esas concepciones con una aura de realidad. Desde la psicología funcional, William James, define la religión como los sentimientos, actos y experiencias del individuo en su soledad en la medida en que los aprehenden en relación con lo que consideran divino. Esta definición resalta el componente experiencial, además del emocional, de la religión, diferenciándola de un mero sistema abstracto de creencias. Síntesis congruente con la definición sociológica, según Émile Durkheim, quien conceptualiza la religión como un sistema unificado de creencias y prácticas relativas a lo sagrado, es decir, separado y prohibido, creencias y prácticas que unen en una misma comunidad moral a todos los que a ellas se adhieren. Aquí Durkheim enfatiza el rol social de la religión como un vínculo comunitario.

Pero esta inherente participación social de la religión por cuanto involucra conceptos y prácticas, determinadas en la secularidad como morales, no la convierte en ideología, definida esta última según Louis Althusser, incluso desde el marxismo, como un sistema de ideas y representaciones que domina la mente de un sujeto o de un grupo social. Desde la sociología, Karl Mannheim, explica que la ideología es una forma de pensamiento que está ligada a la estructura social y que, a menudo, sirve para justificar o criticar las condiciones existentes. Y más aún para Antonio Gramsci, en su teoría de la hegemonía cultural, la ideología es un conjunto de concepciones del mundo que sirven para mantener el poder de un grupo sobre otro, mostrando así su intrínseca función política.

La religión, por lo tanto, se presenta como una búsqueda de sentido trascendental, que conecta al individuo con una realidad superior o metafísica, vínculo que demanda una cierta moralidad como conjunto de normas que guían las conductas y prácticas de las personas, estableciendo lo correcto y aceptable, según cada credo. Por su parte, la ideología tiende a ser un marco interpretativo inmanente, que organiza las relaciones humanas en términos sociopolíticos y económicos, sin necesariamente apelar a una instancia trascendental ni estableciendo prácticas o conductas diferenciadas entre los seguidores de sus diferentes doctrinas o corrientes.

La religión se sustenta en la existencia de una trascendencia que otorga sentido a la vida y orienta las acciones humanas. Esto se refleja en sistemas como el monoteísmo, que postula la soberanía de Dios como fuente última de autoridad de aquello que la secularidad denomina moral. La ideología, en cambio, carece de esta referencia trascendental basándose en conceptos humanos como la lucha de clases, la justicia social, los derechos fundamentales, el capitalismo, el corporativismo, el organicismo o el progreso histórico. Un ejemplo claro es el marxismo, que busca explicar la historia y desarrollo humano bajo un determinismo materialista y a través de la dinámica de las relaciones económicas y sociales; frente al hegelianismo que sostiene las ideas, la conciencia y la razón como los motores del desarrollo histórico; o el liberalismo, representado por Adam Smith y Friedrich Hayek, enfatizando la libertad individual, el mercado y la propiedad privada como la fuente del progreso. Y aquí ya es posible notar, además, la crítica, como la hace Jean-François Lyotard, a los sistemas como el marxismo por ser narrativas totalizantes que pretende explicar toda la historia en función de un solo factor, la economía, en lugar de concebirla como fragmentaria y determinada multifactorialmente.

Para el caso, mientras que el marxismo considera que la religión es el opio de los pueblos, corrientes filosóficas como el existencialismo de Søren Kierkegaard o el personalismo de Gabriel Marcel, el humanismo de Jacques Maritain o el eticismo del Emmanuel Lévinas, sostienen que la dimensión humana no puede reducirse a ninguno de los factores propuestos por las diferentes ideologías.

Cabe destacar aquí también que aunque la religión como la ideología pueden exhibir elementos dogmáticos, la religión suele sustentarse en textos sagrados y por ende inmutables. Por ejemplo, la Torá y el Talmud para el judaísmo, ley escrita y oral, establecen preceptos que regulan la vida del sujeto y la comunidad, y cuya autoridad es incuestionable, más allá de nuevas reglamentaciones que surgen acorde a las nuevas realidades, como los devenidos por el avance tecnológico. La ideología, en cambio, tiende a modificarse incluso desde sus raíces y originarios referentes, en respuesta a cambios históricos y contextuales. Los preceptos como el rezo, la dieta kosher, el Shabat así como otros, son inalterables más allá del contexto sociocultural o político. Pero la transición del liberalismo clásico al neoliberalismo en el siglo XX, o la adaptación de los ideales socialistas en las democracias modernas, han integrado elementos que incluso contradicen sus propias bases y alteran sus propios ideales originarios para sobrevivir en escenarios competitivos, especialmente tras las crisis económicas, la globalización y la redefinición del rol del Estado. Mientras que el neoliberalismo reconfiguró el Estado en la economía sin abandonarlo por completo, el socialismo moderno dejó de proponer la eliminación del capitalismo y aceptó los mecanismos del mercado, aunque con una fuerte regulación estatal.

Así, mientras que el propósito de la religión es rendir culto a Dios, proporcionando sentido último y guiando la vida del individuo, cuya función social incluye la cohesión comunitaria y la transmisión de valores intergeneracionales; la ideología busca moldear la estructura social y política, actuando como herramienta para la adquisición o mantenimiento del poder. Por ejemplo, el judaísmo ha mantenido su identidad durante milenios atravesando diferentes contextos geográficos, sociopolíticos y culturales, mediante la preservación de una forma de vida preceptual cumpliendo la voluntad divina, incluso en condiciones de exilio y persecución; mientras que los partidos políticos han modificado constantemente sus doctrinas y marcos ideológicos para continuar con su vocación de poder, justificando su dominio político y social.

No obstante, aunque la religión y la ideología son irreductibles, pueden entrelazarse de manera virtuosa estableciendo límites claros entre ambas para evitar instrumentalizaciones que devengan en fundamentalismos o manipulación política. No siendo la religión una ideología con pretensiones trascendentales, ni la ideología inherentemente incompatible con principios religiosos, resulta necesario resguardar los siguientes cuatro puntos para una simbiosis virtuosa.

1) La religión no debe ser cooptada por el poder político para justificar sus acciones, evitando la manipulación de la fe para obtener legitimidad; ni las ideologías políticas deben deslegitimar o erradicar religiones sino reconocer su lugar en la sociedad. 2) La religión debe trascender particularismos inspirando valores universales como la justicia, la compasión, la libertad, la dignidad humana y el respeto a la vida; y la política debe incorporar estos valores sin sectarismos, promoviendo el bienestar social sin imponer dogmas. 3) La religión debe orientar el debate moral y ético sobre cuestiones fundamentales, pero sin pretender imponer un derecho positivo basado exclusivamente en su visión; y la legislación debe mantener un marco secular sin excluir la voz religiosa del espacio público. 4) Es necesario evitar tanto el fundamentalismo religioso, que anula la convivencia con otras cosmovisiones, como el relativismo extremo que disuelve toda noción de verdad o bien común.