Carta abierta a 33 ministros de educación

A los 33 ministros de educación de Latinoamérica que se reunieron en Washington quiero invitarlos a repetir lo que hizo el prócer Sarmiento hace 178 años: imitar lo que está sucediendo en Estados Unidos. Imitar el movimiento de Libertad Educativa

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Luis Almagro, secretario general de
Luis Almagro, secretario general de la OEA habla con los ministros de Educación de Latinoamérica

Aterricé en Washington D.C. para participar de dos de los eventos más importantes que tuvieron lugar en la ciudad la semana pasada. El primero fue la asunción del 47º presidente de los Estados Unidos. El segundo, y más importante: la tercera edición del encuentro anual de la Comunidad Araucaria, una iniciativa de la Fundación Varkey que reúne a ministros de Educación de toda Latinoamérica para conocerse y compartir ideas.

El equipo de Varkey parece no estar enterado de que vivimos en una época de polarización y confrontación. O quizá lo sepan, pero no lo entiendan. O quizá lo entiendan, pero no lo acepten. No lo sé. El punto es que ellos siguen trabajando para construir puentes y tejer redes. Convocar a 33 ministros de regiones, países, provincias, culturas, idiomas e ideologías distintas para que se conozcan, se escuchen, se diviertan, se hagan amigos y aprendan unos de otros es parte de ese trabajo.

Tuve el honor de ser invitado a participar del evento y ver de cerca ese magnífico trabajo. Lamentablemente, no me dio el tiempo para conversar con todos ellos y, mucho menos, para debatir y aprender con la profundidad que me hubiese gustado. Así que acá van algunas de las ideas que me hubiese gustado compartirles.

<b>Queridos ministros:</b>

Qué bueno haberlos conocido. Me divertí en grande en el poco tiempo que compartimos juntos. Verlos llegar a Estados Unidos para aprender y compartir ideas me hizo acordar a un viaje similar que hizo, hace ya 178 años, el prócer de mi patria, Domingo Faustino Sarmiento. Un viaje en el que conoció y vio de cerca el naciente sistema de escuelas públicas estadounidense, una experiencia que lo inspiraría a crear en Argentina un sistema similar. Un sistema que fue orgullo de mi país e inspiración, a su vez, para muchos de los suyos.

De las jornadas que compartimos juntos, rescato especialmente el debate que se armó en una de las clases a las que asistimos en la Escuela McCourt de Políticas Públicas de la Universidad de Georgetown, donde el profesor Jishnu Das expuso su investigación sobre los efectos a largo plazo de asistir a una buena escuela en comparación con una mala. Fue una excelente presentación, con diapositivas impolutas repletas de gráficos y números, como tanto nos gusta a los profesores de matemática.

El problema llegó cuando, en la parte de preguntas, Alegría (Alegría Crespo, ministra de Educación de Ecuador) preguntó:

—¿Y qué es una buena escuela?

Y ahí se armó. De haber tenido tiempo, creo que hubiésemos escuchado tantas respuestas distintas como personas había en la sala. Por suerte, Homero (Meneses Hernández, secretario de Educación del estado de Tlaxcala, México) cerró el debate con la frase más acertada que escuché en todo el día:

—Amigos, llevamos 100 años discutiendo esto…

Yo quisiera decirles no solo que estoy de acuerdo con Homero, sino además que no creo que haga falta contestar esa pregunta. Lo que sí creo que hace falta, en cambio, es dotar a cada familia con la libertad de dar su propia respuesta.

Los escuché hablar mucho sobre “innovación educativa”. ¿Hace cuántas décadas que venimos hablando de eso? ¿Qué hemos logrado? A la luz de los resultados, yo creo que la mejor innovación educativa que ustedes pueden adoptar hoy consiste en ¡dejar innovar a otros!

No hace falta que el Estado ayude, alcanza con que no estorbe. Dejen que los emprendedores hagan lo que mejor saben hacer: ofrecer soluciones. Crear soluciones. Dejen que las familias elijan. Cada familia conoce infinitamente mejor que cualquiera de nosotros lo que sus hijos necesitan. ¡Déjenlas elegir!

Así que esta es mi humilde invitación para ustedes hoy: devuelvan y desregulen. Consideren devolver y desregular.

Devuelvan a cada familia el dinero que el Estado gastaría en intentar educar a sus hijos, y dejen que cada familia lo gaste como guste. Pero esa es solo la mitad de la historia. La otra mitad es la desregulación: desregular el sistema para que sea fácil emprender y ofrecer alternativas. El planeta está repleto de testimonios de gente que se educa de maneras distintas. Dejen que los emprendedores las ofrezcan y que las familias las elijan.

En nuestros países surgieron grandes solucionadores de problemas como Rappi, Nubank y Mercado Libre. Iniciativas que, en muchos casos, no surgieron gracias, sino a pesar de la intervención estatal. Vamos a lograr lo mismo en educación.

¿A dónde nos trajeron tantas décadas de una mirada centralista, estatista y dirigista de la cuestión educativa? ¿No será hora de probar algo nuevo?

Yo los invito a que se animen a abrir el juego y a que dejen hacer. A que dejen que cada familia conteste la pregunta de Alegría:

—¿Qué es una buena escuela?

En la clase de Georgetown, fue interesante verlos debatir en mesas dispuestas en un gran cuadrado, similar a los lados de una caja, con cada uno de ustedes mirando hacia el interior de esa caja. Yo los invito a pensar fuera de la caja. A mirar hacia afuera. Ahí afuera estaba, literalmente, la solución: representada por otra de las invitadas al evento.

Conocer a los 33 de ustedes fue genial. Pero, para mí, personalmente, la joya de la corona del encuentro fue haber conocido a Carmen.

Hablo de Carmen Pellicer Iborra. Educadora y emprendedora con una trayectoria de 26 años (nota mental: escribir otro artículo comparando ese número con el promedio de años que dura un ministro de Educación en el cargo), quien gestiona una red de 60 escuelas impactando a familias de muchos países distintos.

Les dejo esta frase que ella dio en una entrevista hace un tiempo. Espero que los inspire tanto como a mí:

“Creo que la educación es un bien público y que tanto el Estado como grupos de profesores, de padres o instituciones de distinta índole tienen derecho a gestionar ese bien desde su forma de entender la educación y la vida de sus hijos. Y eso da la posibilidad de que exista una pluralidad de modelos que se traduce en riqueza. Los conciertos (subsidios) no son un favor que se hace a las familias, son una garantía de un derecho que no tiene por qué gestionar en exclusividad el Estado.

A esta altura, me imagino que más de uno debe estar tentado de gritarme, con una mezcla de acrobacias verbales y eufemismos:

—¡Pero, Santiago! ¡La gente no sabe elegir! ¡Por eso el Estado debe hacerlo por ellos!

A lo que simplemente los invito a pensar lo siguiente: en nuestros países dejamos que todos elijan concejales, intendentes, gobernadores, legisladores y presidentes. ¿No les parece ridículo que no puedan elegir la mejor forma de educar a sus hijos?

Mi humilde opinión es que, para arreglar la educación, no necesitamos más políticas públicas, sino más emprendedoras como Carmen.

La red de Carmen existe porque las familias eligen su modelo. Si dejan de elegirla, ella estará obligada a cambiar para subsistir. De esa libertad viene su innovación. De esa innovación vienen sus resultados. Y de esos resultados viene que las familias la elijan. Yo los invito a que faciliten y acompañen ese círculo virtuoso de libertad, innovación y resultados.

Innovación y resultados. Las dos cosas que brillan por su ausencia en gran parte de nuestros sistemas escolares hiperregulados por el Estado (lo cual increíblemente no representa un problema para su subsistencia). ¿Eso no les parece un problema?

El sistema que creó Sarmiento con el tiempo fue evolucionando, creciendo, mutando. A veces para bien, otras no tanto. Muchas décadas después, ya no sé cuánto queda de ese ideal inicial de Sarmiento. No sé hasta qué punto el sistema escolar creció tanto que se desvió de su fin inicial para pasar a convertirse en un fin en sí mismo.

Veo nuestros sistemas escolares actuales y me pregunto si su objetivo es instruir estudiantes o simplemente emplear adultos.

Si Sarmiento repitiese su viaje hoy, lo que vería es un panorama muy distinto, distinto y esperanzador. Vería el movimiento de Libertad Educativa (School Choice) que está arrasando en Estados Unidos. Impulsado durante la primera presidencia de Trump y que cobrará aún más fuerza durante la segunda.

Vería familias eligiendo y emprendedores ofreciendo. Vería estados que regulan poco y que velan por que nadie se quede afuera, pero que no se obsesionan con monopolizar la gestión. Ni mucho menos persiguen a quienes no quieren educarse en las escuelas que ellos gestionan (como lamentablemente ocurre en varias partes de nuestra región).

Vería escuelas públicas, escuelas privadas, escuelas chárter y escuelas magnet. Vería microschooling, homeschooling, online schooling y unschooling. Vería aulas con pupitres industriales y aulas con mesas para el método socrático. Estudiantes agrupados por materias o por proyectos, por edad o por pasiones.

Vería pluralidad.

Una pluralidad que beneficia a los protagonistas principales de toda educación: los estudiantes y sus familias.

Yo los invito a que sean los Sarmiento de nuestro tiempo. Que se animen a imitar lo que funciona. Que se animen a dejar elegir.

Que se animen a favorecer un sistema donde surjan miles de emprendedoras como Carmen.

Que se animen a devolver y que se animen a desregular.

Anímense.

No le tengan miedo a la libertad.

Un abrazo.