Milei 2025

Envalentonado por un clima económico favorable y una oposición fragmentada, el Gobierno avanza hacia una elección legislativa que busca consolidar un cambio de época

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Javier Milei
Javier Milei

Si el fulgurante y sorprendente ascenso al poder de Javier Milei, y el particular experimento político a que ello dio lugar fue, sin lugar a dudas, el hecho más relevante del 2024, en este 2025 que recién comienza todo indica que -de no mediar imprevistos ni acontecimientos excepcionales- el “fenómeno Milei” continuará siendo el factor más gravitante de la vida política, económica y social argentina.

La victoria de Milei representó el punto más alto del profundo malestar de los ciudadanos con sus representantes, en un contexto de bronca, desafección e impugnación generalizada con una dirigencia política tradicional percibida como responsable, en su conjunto, del patrón de frustraciones acumuladas durante las últimas décadas. Sobre las ruinas de ese sistema político en decadencia, y frente a la sorpresa, temor o parálisis de muchos de los actores políticos asociados a lo que los libertarios ya se apuran en calificar como el ancien regime, Milei avanzó mucho más allá de los límites imaginados incluso por sus más fervorosos seguidores.

Con altas dosis de una audacia por momentos rayana con la temeridad, con una firmeza que muy a menudo se trastoca en intransigencia, con una convicción que se funde explícitamente con soberbia, con un pragmatismo crecientemente asimilado a la simplificación maniquea, y con una férrea decisión que se desliza hacia peligrosas derivas autoritarias -entre otros atributos de su particular y controvertido liderazgo, Milei ha conseguido cerrar un 2024 que lo ha llevado a ocupar, en soledad, el centro gravitante del escenario político argentino, recuperando no solo la capacidad de mando sino proyectando además una imagen de orden.

Es entendible, entonces, que el Presidente y su triángulo de hierro sigan convencidos de que de cara a 2025 los “planetas seguirán alineados”, e interpreten todo dato positivo de los mercados o de la constelación de indicadores macroeconómicos y financieros (inflación contenida, equilibrio fiscal, performance de bonos y acciones, desplome del riesgo país, pax cambiaria, superávit financiero tras 18 años consecutivos de déficit, entre otros) como una habilitación para pisar el acelerador e ir “por todo” y a cómo de lugar.

Es “ahora” y es “ya” se entusiasman el Presidente, exegetas y adláteres del proyecto libertario. Lo cierto es que con esa impronta pareciera empezar a caminar el oficialismo hacia un proceso electoral cuyos contornos -aún con importantes incógnitas respecto a las reglas electorales- ya comienzan a perfilarse en el horizonte próximo.

En este sentido, la estrategia no sería otra que convertir la elección legislativa de medio término en un gigantesco plebiscito sobre su gestión. Lejos de los cálculos sobre bancas y escenarios posibles para acercarse al quórum o mayorías legislativas en el Congreso, el gobierno entiende que en un contexto que hoy da cuentas de un oficialismo muy fortalecido frente a una oposición tan fragmentada como intrascendente, es momento para lanzar la ofensiva “final” sobre el sistema político heredado y eliminar así cualquier obstáculo para moldear a voluntad un nuevo régimen político que consagre el pretendido cambio de época.

En otras palabras, más allá de los discursos proféticos, épicas mesiánicas y batallas culturales, lo que trasluce esta lógica plebiscitaria es algo mucho menos novedoso y rupturista que lo que se proclama: las tan viejas y conocidas, como democrática y republicanamente peligrosas, pretensiones hegemónicas.

En este marco, con un terreno de la contienda que el oficialismo buscará ubicar en la gestión, procurando convertir la elección en una oportunidad no solo para ratificar el rumbo sino incluso para profundizar en aquellas áreas en las que la “motosierra” aún no pudo embestir (reforma laboral y tributaria, por ejemplo), la piedra angular de la estrategia electoral, sin importar distritos ni nombres en las listas o boletas únicas, sea el propio Javier Milei.

Una estrategia basada en la imagen presidencial y en las ideas que representa, más que en promesas electorales y nombres propios de quienes encarnarán las candidaturas legislativas. Lógicamente, con el telón de fondo de la continuidad en la reducción de la inflación y cierto impacto del repunte en la actividad (aún con diferentes ritmos y alcances según sectores) después del recesivo 2024, y con un dólar “barato” que -al menos en el corto plazo- puede generar la ilusión de una recuperación de los ingresos medidos en la divisa estadounidense.

Es que Milei y su triángulo de hierro entienden que mucho más importante que la aritmética de bancas y mayorías circunstanciales en un Congreso que no solo desprecia sino que se ha acostumbrado a ignorar, es el impacto tanto político como simbólico que el resultado tendría no solo sobre el resto de las fuerzas políticas, sino fundamentalmente sobre la opinión pública. La percepción de una victoria implicaría una cosecha que seguramente abarcaría eventualmente no solo más bancas que las que arrojaría el escrutinio sino un blindaje de legitimación para avanzar decididamente con vocación totalizante.

Y, para conseguir ello, buscará inevitablemente quedarse con todo el espectro político e ideológico que va desde el centro a la derecha. Por ello, en la búsqueda de este electorado, y en una situación de extrema fortaleza que le permite eludir estrategias coalicionales que percibe como condicionantes, es inevitable que entre en conflicto con otros espacios que sienten representar o buscan interpelar a parte de esos mismos votantes.

La víctima principal de esta búsqueda es sin dudas Macri y el PRO, pero también gran parte de los radicales (los que tallan más allá de la Avenida General Paz), expresiones menores del espacio no peronista como la Coalición Cívica e incluso el propio peronismo no kirchnerista, que no encuentra referencias ni posicionamientos competitivos frente al “fenómeno Milei”. En la misma lógica se inscribe su ofensiva contra Villarruel, que muy probablemente no cesará durante el primer tramo de 2025, y que tiene como único objetivo la rendición final de lo que desde el círculo del presidente se considera un escollo importante -por su legitimidad en las urnas y su imagen- para la representación exclusiva y excluyente del espacio de la derecha.

Así las cosas, envalentonado no solo por el clima favorable en el plano macroeconómico y financiero, sino por la descomposición de una oposición que no logra siquiera hacer pie en este nuevo terreno, crece el optimismo y la euforia libertaria de cara a una elección para la que todavía faltan 10 meses y para las que ni siquiera aún están claras bajo que normas se definirán.

Si bien en un país cuyos tiempos se han acelerado hasta alcanzar un ritmo vertiginoso, puede parecer toda una eternidad, en tiempos de pretendidas bonanzas, el voluntarismo está siempre a la orden del día. Razones no le faltan, aunque el Presidente debiera tomar nota que vivimos en un país en que como cantara Mercedes Sosa, “cambia, todo cambia”.

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