Política y Estado: comunidades sacrificiales

El sacrificio, en sus dimensiones ritual y simbólica, ha sido central en la configuración de comunidades religiosas y seculares

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Sacrificio
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Para Yeshiahu Leibowitz, el único significado del sacrificio es la máxima expresión de subordinación a la voluntad divina desvinculado de todo beneficio, utilidad o propósito terrenal, evitando transformar valores religiosos en ideología deviniendo en idolatría. Sin embargo, René Girard, Roger Scruton y Moshé Halbertal han concebido al Estado y la política como comunidades sacrificiales, iluminando sus beneficios y perjuicios. Para todos ellos, el sacrificio, ritual más básico y primario, ha sido central en la conformación comunitaria religiosa y secular.

Para René Girard, bajo la teoría mimética donde nuestros deseos se configuran gracias a los de los demás poseyendo también la capacidad de asemejar una cosa con otra, el sacrificio canaliza la violencia inherente de las sociedades, reemplazando conflictos por chivos expiatorios, unificando la comunidad temporalmente bajo un propósito común. El chivo expiatorio, no siendo culpable, resulta de una transferencia sacrificial, estabilizando temporalmente la comunidad unificándola contra él. Ejemplo bíblico de esta dinámica es el sacrificio del macho cabrío (Levítico 16:8-10) en el Día de las Expiaciones, sobre cuya cabeza se imponían las manos confesando las transgresiones y enviándolo al desierto cargando con aquellas. Análogamente, el cordero pascual (Éxodo 12:3-14) marcando la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, actúa en sustitución previniendo la violencia de aquel contra este. Ambos casos además ilustran la distinción entre el sacrificio ritual, controlado, y la violencia espontánea que surge en ausencia de ritualidad, como el fratricidio de Caín contra Abel, al no poder redirigir su frustración hacia Dios convirtiendo a su hermano en chivo expiatorio de su fracaso. Restaurando así temporalmente el orden social, aunque siempre a costa de la víctima.

En política, este mecanismo degenera en la demonización de minorías o adversarios políticos, como durante el nazismo, así como en retórica contra inmigrantes en populismos de Europa y Estados Unidos, responsabilizándolos por problemas económicos o sociales. El Black Lives Matter surgido de la violencia policial frente a las tensiones raciales resultó en violencia colectiva buscando responsables sacrificiales, reflejando una descarga mimética dividiendo a los actores en agresores blancos y víctimas sacrificiales negras, sin resolver las tensiones subyacentes sino perpetuándolas.

En Latinoamérica los gobiernos suelen dirigir la ira popular hacia enemigos internos o externos, como “la oposición golpista”, “las multinacionales extractivas”, “el neoliberalismo expoliador” o “la conspiración marxista”. Estos chivos expiatorios como mecanismo sacrificial evitan que la violencia torne contra el gobierno o sus instituciones, tal como en la pandemia COVID-19 donde administraciones negligentes culpabilizaron a diversas minorías acusadas de super propagadores virales convirtiéndose en chivos expiatorios de las tensiones sociales.

Para Roger Scruton el sacrificio es una fuerza unificadora de comunidades, un acto que trasciende el interés individual en favor del bien común, vinculado a la necesidad de preservar valores o significados compartidos contra la fragmentación social. Este acto implica renuncias, incluso a la propia vida, en aras de un propósito superior. Un ejemplo bíblico es el sacrificio de Isaac (Génesis 22:1-19), donde Abraham está dispuesto a entregar a su propio hijo en fidelidad a Dios. Así como en el mencionado Día de las Expiaciones o el sacrificio de la vaca bermeja (Números 19:2-8), buscando purificar, enmendar y restaurar la relación comunidad-sacralidad más la reconciliación y no perpetuación del odio.

Pero según Scruton, en un mundo secularizado carente de marcos trascendentales, el sacrificio pierde su anclaje metafísico, desviándolo hacia actos destructivos en lugar de restaurativos. La amenaza nuclear o el cambio climático resultan divisores por ser insuficientes para inspirar sacrificios individuales, colectivos y nacionales duraderos careciendo de apego a valores que sostengan esfuerzos significativos a largo plazo. La radicalidad ideológica por causas consideradas justas por sus activistas conllevando acciones sacrificiales, carece de un marco unificador disolviendo la comunidad política y democrática en grupos facciosos enfrentados.

Un ejemplo bíblico de esta tensión, pero con el aglutinante de la trascendencia es el enfrentamiento entre Elías y los profetas de Baal (Reyes I, 18:20-40). El sacrificio preparado por Elías demuestra la supremacía de un orden moral como visión compartida y sentido de pertenencia que busca unificar al pueblo frente a la corrupción y la idolatría. Sin embargo, Scruton advierte que la trascendencia secularizada en política puede manipularse justificando regímenes autoritarios o gobiernos que instrumentan el patriotismo fortaleciendo narrativas excluyentes, silenciando disidencias y erosionando derechos civiles.

Moshé Halbertal distingue entre sacrificio como ofrenda y como renuncia. El primero centrado en la entrega de algo valioso como expiación, sumisión o agradecimiento a Dios, mientras que el segundo implica la renuncia personal a un bien o deseo por un objetivo mayor. Ambos modelos pueden revelar al sacrificio como expresión de altruismo o como herramienta de violencia justificando la destrucción de otros por un bien supremo o ideales colectivos. Ejemplo de estos sacrificios desplazados, es el cuidado medioambiental cuyas medidas recaen menos en los países contaminantes que en quienes padecen la contaminación; al igual las tomadas ante crisis económicas, sufridas por quienes no la generaron. Siempre recayendo los costos desproporcionadamente sobre los más vulnerables.

En política, el sacrificio de Isaac como entrega absoluta y provisión divina puede pervertirse en narrativas para justificar la violencia como ataques terroristas suicidas. Incluso la complementación entre el sacrificio voluntario de Isaac y el mandato divino sobre Abraham degeneran en imposiciones sacrificiales a los más vulnerables, en nombre de un bien mayor o cierta lealtad. Su contraparte, el fratricidio de Caín contra Abel introduce el tema del rechazo de la desairada ofrenda de Caín prefiriendo Dios la más cuidada de Abel, resonando en las tensiones sociales y conflictos violentos que surgen de sectores que no perciben el mérito como criterio de ponderación y recompensa, más allá de los necesarios mecanismos de inclusión y equidad en sociedades profundamente desiguales.

Además, el sacrificio como ofrenda preceptuada es un acto de devolución del humano hacia Dios de una parte de aquello que Le pertenece (Levítico 17:11; Salmos 24:1-5), reconociendo su soberanía absoluta. Los impuestos, como acto de devolución al Estado, traslucen esta dinámica, pero aceptándolos bajo la capacidad de ofrecer bienestar y resistiéndolos al percibirlos injustos, excesivos o mal administrados.

El sacrificio pascual, combina elementos de ofrenda y renuncia, ya que representa la salvación de Israel de la última plaga mediante la sangre del cordero en las jambas de sus casas y la obediencia al mandato divino comiéndolo asado antes del éxodo. Sacrificio que reforzó la identidad colectiva del pueblo judío, pudiendo utilizarse para exigir lealtad y renuncia a intereses individuales o identidades particulares en favor de la unidad nacional. En Ucrania, la resistencia frente a la invasión rusa se conceptualiza como un acto de sacrificio colectivo, pero también en regímenes autoritarios que demandan la supresión de minorías culturales o religiosas bajo la premisa de proteger la identidad nacional.

Análogamente sucede con Noé tras el Diluvio (Génesis 8:20-22), construyendo un altar y ofreciendo sacrificios para expresar gratitud y restaurar la relación de la humanidad y el mundo con Dios. Noción influyente en las concepciones modernas de gratitud comunitaria y celebraciones de renovación social, pactos constitucionales o procesos de reconciliación y pacificación nacional, pero pudiendo degenerarse en procesos autocráticos.

Como conclusión, las raíces sacrificiales bíblicas continúan moldeando las dinámicas en la esfera pública contemporánea, inspirando actos de altruismo y solidaridad, preservando y fortaleciendo la cohesión social, pero cuya distorsión conduce a sociedades fragmentadas y conflictivas justificando violencia y desigualdad.

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