Lo que guía las estrategias son los objetivos. Si hoy preguntamos cuál es el objetivo del Mercosur, la respuesta no sería una sola. La unidad de dos grandes potencias regionales de principios del siglo XX, Brasil y la Argentina, ya estaba en los esquemas ABC (Argentina, Brasil, Chile) de Sáenz Peña y de Perón y en el acuerdo de zona de libre comercio de los presidentes Castillo y Getulio Vargas, que derivaron en el maravilloso movimiento del presidente Alfonsín de abrir nuestros secretos nucleares a nuestro gran vecino, lo que creó el Mercosur. “El objetivo de la paz regional, sin embargo, no es su propósito central, porque quedan afuera potencias como Chile y Perú."
Si el objetivo es económico (como su nombre lo indica), también corresponde explicar por qué no están allí Chile, Perú, Colombia, Ecuador, México, es decir, lo que se llama Alianza del Pacífico.
Analicemos el objetivo económico. La zona de libre comercio acordada en 1940 tenía el sentido de crear un gran mercado para nuestros productores y para una enorme inversión interna y externa. Ese objetivo debiera seguir en pie, aunque no lo está, porque una enorme cantidad de productos, tal vez el 40% de los disponibles, no se comercia libremente entre nosotros por trabas o excepciones. Además, la libre y arbitraria devaluación de las monedas de cada país distorsiona de modo letal el comercio entre ellos. Ahora estamos sufriendo uno de esos episodios, que encarece en moneda local los productos que vendemos a Brasil y abarata los productos brasileños acá.
Un segundo objetivo económico debía ser generar escala para los productos de la región, de modo de hacerlos más competitivos afuera de ella. En otras palabras, el Mercosur debiera transformarse en una plataforma exportadora de clase mundial en mercados como los de alimentos y energía. Es sabido que lo que genera riqueza y disminuye las necesidades de los pueblos es la mayor interacción entre ellos. Si nos relacionamos más e intercambiamos más con otros, ambos nos enriquecemos humana, cultural o económicamente. Sin embargo, hemos construido barreras enormes para evitar el comercio y la interacción con el mundo exterior, es decir, con unas 7900 millones de personas. Si no vendemos, no podemos comprar, por falta de dólares y por trabas que nos ponen otros países en respuesta a las nuestras. Por eso, cuando nuestros productores quieren vender, deben competir con los de otros países que no tienen esas trabas y así quedan fuera de mercado.
No está escrito en piedra que debamos seguir siempre así, perjudicando a nuestros pueblos, que podrían vender mucho más para poder comprar mucho más. Para luchar contra la pobreza se debe aumentar la producción para los pobres y facilitar que ellos puedan comprarla. La humanidad ha descubierto que eso se logra con inversiones para satisfacer necesidades ajenas, pues quien invierte para vender un producto, debe darle recursos a sus trabajadores, a sus proveedores que, a su vez, tienen trabajadores, a sus financistas que, a su vez, pagan a sus ahorristas y a sus socios o accionistas. De esa manera, cada nuevo producto se transforma en la más poderosa herramienta de distribución de ingreso.
El Mercosur ha dado un paso importante al cerrar el acuerdo estratégico con la Unión Europea, que obliga a reestructurar la economía argentina para competir en 5, 10 o 15 años, dependiendo de los productos, pero, ya en ese lugar, es absurdo privarse de los beneficios del intercambio con otros países, como los del resto de Europa, el sudeste asiático, el norte de África, China, India, el Reino Unido o los Estados Unidos, país con el que podemos “generar acuerdos de asociación tecnológica, de integración a sus cadenas de valor y de recepción de grandes inversiones en infraestructura”. Ello requiere un programa inmediato de rediseño y una búsqueda de integración americana con los países de la Alianza del Pacífico, además de coordinar dos cosas más en nuestra región: la estabilidad macroeconómica y el mantenimiento conjunto de la zona de paz que es Sudamérica por reconocimiento de las Naciones Unidas.