“Mañana, te vas a Sampacho”, me dijo Jorge Lanata y, con el cigarrillo casi consumido entre los dedos de su mano derecha, agregó: “Tengo el dato que Raúl Moneta (banquero prófugo de la justicia) se esconde ahí”. Sampacho está ubicado a unos 260 kilómetros de Córdoba Capital.
-¿Voy con un fotógrafo?, le pregunté.
-No. Con un camarógrafo y un productor. Es para el programa, no para la revista (por Veintiuno).
-Nunca laburé en la tele, le respondí.
Para esa hora Jorge había prendido otro cigarrillo y su oficina, dónde funcionaba la dirección del semanario ubicada en Arroyo y Suipacha, al lado de lo que había sido la Embajada de Israel y que después del atentado terrorista se trasformó plaza.
-¿Qué te pasa, sos un cagón?
-No, pero no sé ni cómo mirar a cámara.
-No seas pelotudo. Me miras a mí. Andá. Andá y encontrarlo.
Lanata había sido mi director en el Diario Página/12. Era 1992. Dejaba los tubos de ensayo para aventurarme en una profesión que abracé a los 30 años y Jorge me enseñó a transitar.
El dato del prófugo más buscado del país era preciso, Moneta estaba en la pequeña localidad cordobesa, pero para cuando llegué con el equipo, el hombre ya había cambiado de guarida.
Hacía frío. Entramos al bar del pueblo. Pedí un té y no había. Fueron a comprar una cajita al mercadito. Una semana después, en Día D, no se me ocurrió mejor idea de describir: “A Moneta lo vio todo el mundo. Sampacho es tan chiquito que ni saquitos de té hay”.
Unos días después Jorge me llamó a su oficina. Apagó el pucho en el cenicero de vidrio y dejo: “Me avisan del canal que los cordobeses no dejan de mandar cajas de té. Bienvenido a la tele”.
Cómo respuesta le dije: “Me bajo”.
Me miro y no me dijo nada. Se generó un silencio incómodo. Me hizo una seña como para que argumente mis razones. “Me siento inseguro. No quiero hacer más cagadas”.
-Bueno, entonces te voy a dar más trabajo.
Y seguí, y sigo. Así como era de generoso en repartir espacios en un medio de comunicación, era todo lo contrario cuando decidías dejar de trabajar bajo su ala. La última vez que lo vi fue cuando firmó contrato con Marcelo Tinelli para trabajar en Radio del Plata. El afamado animador había comprado -ya era 2003- la reconocida radio de Amplitud Modulada (AM).
Para ese mismo momento, Daniel Hadad me había ofrecido trabajar en su grupo. Había adquirido Canal 9 y varias emisoras, entre ellas Radio 10, dónde el “Negro” González Oro la rompía y la FM Mega 98.3. Hadad, del director José Luis Pagano, me ofreció ser columnista político del programa Bien Levantado que conduciría el exitoso periodista y animador Beto Casella.
Cuando le transmití mi decisión, Jorge me miró y me dijo una frase que nunca olvidé: “Está bien boludo. Ándate al Grupo Hadad. Yo no tengo plata. Pero no esperes que te deseé suerte”.
Un Jorge Lanata auténtico quien nadie podrá reemplazar. Nadie cómo Lanata editaba un programa al aire. Él, con mirar la reacción de los camarógrafos, sabía si un tema rendía o no.
No existía el “minuto a minuto”. Ibope entregaba la medición del rating al día y se medía por fracciones de quince minutos.
“Vieron boludos que tenía razón”, nos decía cuando decidía cambia los bloques. O seguir con un tema.
Lanata consiguió pico de Rating en Día D Aburrido, en América leyendo un libro en señal de protesta. Fueron minutos eternos de silencio. Entre los integrantes del Staff, Reynaldo Sietecase, Ernesto Tenembaum, Adolfo Castelo, Horacio Verbitsky, y el querido Marcelo Zlotogwiazda, nos mirábamos, no porque Jorge no emitía sonido -ese silencio valía más que cualquier palabra- sino porque el libro que tenía entre sus manos estaba al revés.
A Lanata lo conocí en el viejo y prestigioso diario Página/12. Con menos de 30 años había fundado el periódico que revolucionó el periodismo. Allí trabajaron maestros como Osvaldo Soriano, Jorge Nudler, Osvaldo Bayer, el excepcional Martín Caparrós, y mi maestra y mentora Susana Viau.
En Página/12, bajo la dirección de Lanata y el liderazgo de Viau, investigamos dos temas que en su momento, formaron parte de la llamada “corrupción menemista”, una especialidad del diario: la “Mala Leche” de Miguel Ángel Vico, hasta ese momento uno de los secretarios privados del presidente Carlos Saúl Menen. Era leche en polvo importada de Polonia contaminada con Escherichia coli (también conocida como bacteria fecal) destinada al programa “materno infantil”, que dependía del Ministerio de Salud de la Nación. Y los “Retornos de Matilde”, en referencia a la presuntas coimas -el 25% de la cápita que los prestadores de salud mental debían “retornar” a las autoridades del PAMI para ser contratados. Lanata era un especialista en investigar temas de corrupción política.
Lanata fue el mejor periodistas de su época. También sabía rodearse de la excelencia. Como dos de sus productoras estrellas: Silvina Chaine y Andrea Rodríguez, la mamá de Bárbara, la hija mayor de Jorge. Otra maravilla que lo rodeaba su secretaria todo terreno, Margarita Peralta.
Lanata y Hadad supieron protagonizar momentos memorables del periodismo argentino. Cada uno con su estilo, desde la pantalla del Canal América y desde sus respectivos programas presentaban ángulos diferentes sobre una misma noticia. Y se secaban chispas. Se respondían desde esa pantalla en otro momento de la TV. No había redes sociales. No existía la viralización. Las respuestas de uno al otro habrían roto récord de visitas. El tiempo, y la reflexión de Lanata, los reencontró.
Quienes trabajamos con Jorge Lanata no tenemos más que agradecimiento por sus aciertos, errores, oportunidades y desencuentros que nos permitieron crecer.
Hoy, 30 de diciembre de 2024, se fue uno de los mejores periodistas que tuvo el país. Un maestro, al menos para mí. Sufriste mucho estos últimos meses. Abrazo enorme. Te voy a recordar siempre.