El 2025 trae más interrogantes que respuestas a nivel global

El ordenamiento de la seguridad global está demasiado fragmentado como para sostener la paz. La competencia entre potencias y el resurgimiento del soberanismo desafían las viejas estructuras de cooperación

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump

Producto de la desintegración del orden internacional de posguerra, en la última década se han incrementado exponencialmente los desafíos económicos, sociales, de seguridad, ambientales y tecnológicos, dando lugar al actual turbulento contexto geopolítico. Los criterios políticos tradicionales se han vuelto cambiantes, irracionales e incoherentes para los muy diversos intereses en discordia. La aceptación de dobles raseros en torno a la aplicación de los derechos humanos parece ser ahora habitual; ya no hay consensos como los propugnados por la Declaración Universal de Derechos Humanos. La política está crecientemente influida por las opiniones de nuevos actores (líderes empresariales e influencers en redes sociales) o de líderes de Estados emergentes, muchos de los cuales no están dispuestos a adherir al status quo occidental. El consenso “liberal” de posguerra está siendo cuestionado tanto desde dentro como desde fuera; incluso dentro de Europa y EEUU, baluartes del orden de posguerra, se han despertado fuerzas políticas internas que ahora lo cuestionan.

Los conflictos se están intensificando por el debilitamiento de la cooperación global. Los dos conflictos más importantes del 2024, que han escalado a un estatus militar (la guerra OTAN-Rusia en Ucrania y el conflicto entre Israel y Hamás/Hezbollah/Irán en Gaza) son en realidad antiguos conflictos de índole político estratégico, no resueltos debido a los intereses contrapuestos de las grandes potencias. Ambos conflictos son la prueba irrefutable de que el ordenamiento de la seguridad global está demasiado fragmentado como para sostener la paz. El caso de Siria, actualmente en desarrollo, es elocuente de los rápidos cambios que puede sufrir la situación actual. La imposibilidad de adherir a valores universales y la desintegración del antiguo orden se evidencia en que instituciones como la OMC y la ONU, han demostrado su ineficacia a la hora de generar un amplio consenso global, o de servir de plataforma para resolver disputas. No solo Occidente sino también China están en el centro de múltiples geometrías geopolíticas variables, pujando fuertemente por sus respectivos intereses. EEUU, vía la NATO, los acuerdos AUKUS (Australia, GB y EEUU) y QUAD (Australia, India, Japón y EUU), debate sus áreas de influencia con China, que lleva adelante sus Iniciativa de Seguridad Global, la Organización de Cooperación de Shanghái, el Foro de Cooperación China-África (FOCAC) y el incipiente eje con Rusia e Irán. Además, los países del Sur Global, atrapados en esa compleja dinámica, comienzan a manifestar más claramente la defensa de sus intereses nacionales y agregan conflictividad. Visible es la influencia de Turquía en el conflicto sirio.

El concepto de soberanía es un tema en evolución. Es una afrenta a las soberanías que los ejércitos crucen diversas fronteras físicas; que fracciones insurgentes o irregulares tomen el poder; que haya sanciones económicas; que se manipulen desde el exterior los sistemas políticos nacionales, mediante las técnicas de la guerra cognitiva; que se restrinja el acceso a que los mercados o se altere los acuerdos comerciales y los sistemas de pago internacionales. La Carta de las Naciones Unidas es un espejismo que nadie respeta. Recordemos que el movimiento globalizador impulsó la cesión de la soberanía nacional y la capacidad de tomar decisiones independientes a favor de las instituciones de gobernanza global, con el fin de construir un orden global “unificador”, el cual resultó un gran fracaso, visto las tendencias a una mayor desigualdad entre las naciones y entre los grupos sociales; que sólo favoreció a la “casta global”, manifestada en una creciente concentración económica y financiera. Esta postura globalista fue, y es enfrentada, dialécticamente, por posiciones “soberanistas”, no liberales, que proponen mantener la soberanía como piedra angular de las relaciones internacionales. A esta altura del debate ya es aceptado que sería imposible diseñar o aplicar reglas en un mundo donde no se respetara la soberanía estatal, dado que, sin Estados fuertes, representativos de sus poblaciones, defender sus derechos y sus intereses, sería algo utópico. En resumen, el desorden actual es producto de la ruptura del orden anterior basado en las reglas impuestas por los ganadores de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría y revela las transformaciones y cambios de poder relativo entre las principales potencias del mundo, más la participación de nuevos poderes nacionales emergentes.

El presidente de Rusia Vladirmir Putin y su par chino Xi Jinping

La aplastante victoria de Trump afectará al resto del mundo; en particular a la inmigración, la defensa, la economía y el comercio. Su política de “EEUU primero” hará que amigos y enemigos cuestionen por igual la solidez de las alianzas de EEUU. Esto conducirá a realineamientos geopolíticos y a un aumento de las tensiones. La época dorada del comercio internacional parece haber llegado a su fin. En 2023, el comercio de bienes se contrajo alrededor de un 2%, seguramente por influencia del aumento de la conflictividad general que invita a tomar medidas preventivas para asegurar las cadenas de suministros o los sistemas de pago. Una eventual alteración en el flujo en el Canal de Panamá o el Canal de Suez o en el estrecho de Taiwan podrían explicar la inseguridad e inestabilidad del sistema global. Debería llamar la atención que después de décadas de insistirles a los países en desarrollo que la intervención estatal era peligrosa y errónea, los mismos economistas y “estadistas” occidentales, ahora la recomiendan (sin sonrojarse) para sus propias naciones. Las políticas industriales proteccionistas en EEUU, Europa y Japón han regresado debido a circunstancias políticas internas (falta de competitividad) y a la protección estratégica de las cadenas de valor globales. La Ley de Reducción de la Inflación de EEUU o el Mecanismo de Ajuste Fronterizo de Carbono de la Unión Europea, son solo algunas de las medidas proteccionistas, hipócritamente usados para encubrir formas de crecimiento interno, anteriormente negados a los países en desarrollo, con excusas de carácter ideológico. China ha estado aplicando esas políticas proteccionistas durante años, lo que explica, en parte, su enorme crecimiento.

El nearshoring podría transformarse en una forma de “globalización parcelizada” que limite las ganancias y el progreso a participantes selectos, geopolíticamente favorables. Las ganancias del crecimiento económico generado por el orden instaurado después de la Segunda Guerra Mundial no fue compartido equitativamente entre las naciones, favoreciendo claramente a las más desarrolladas (Occidente) y castigando a las demás debido a la subordinación ideológica a modelos de desarrollo impuestos por aquellas, basadas en una distribución de tareas globales de industrialización e innovación para las primeras y de provisión de productos primarios para las segundas. Modelos de atraso nacional que algunos “personajes” libertarios aún hoy siguen defendiendo, pese a la múltiple evidencia empírica acumulada en su contra.

El conflicto tecnológico seguirá profundizando las desigualdades a favor de los más poderosos. Todas las ventajas corren a favor de los propietarios de los algoritmos, a los propietarios de datos, a los propietarios de capital y a los lugares que dominan la capacidad de procesamiento. El avance de la tecnología de la IA se basa en su auto-procesamiento con más acumulación de big-data; por ello es probable que haya mayor concentración empresarial en el mismo sector y un mayor control geopolítico global de las grandes empresas ultratecnológicas. Si esta tendencia se confirmara se limitaría la capacidad de las economías emergentes para generar una mayor creación de riqueza interna y una distribución más democrática de la innovación. La regulación de estas tecnologías es fuertemente resistida por esas empresas que buscan un oligopolio mundial. La distribución más equitativa de los beneficios de la tecnología es un tema central en el diseño de una política global más equilibrada e integrada. Pese a su actual difusión y al enorme gasto (de más de un billón de dólares) en centros de datos para la IA, las empresas aún no están seguras de cómo utilizarla y las tasas de adopción son realmente bajas. Es una incógnita si el interés de los inversores persistirá mucho tiempo más si antes no se demuestra su valor a medida que los sistemas “agenticos” se vuelvan más capaces y surjan resultados desarrollados con IA.

El presidente electo estadounidense Donald Trump escucha al magnate Elon Musk previo al despegue del megacohete Starship de la empresa SpaceX, propiedad de Musk, para un vuelo de prueba desde el centro de lanzamiento Starbase, el 19 de noviembre de 2024, en Boca Chica, Texas. (Brandon Bell/Foto compartida vía AP, archivo)

Soberanía digital. La creciente importancia estratégica de la tecnología digital motivará a los gobiernos a implementar más políticas y regulaciones para controlar sus espacios digitales. Los ciberataques son un enorme problema, cada vez más frecuente y grave. El impacto financiero de los ataques sigue aumentando, siguiendo la creciente digitalización de las infraestructuras nacionales críticas (INC) que abarcan muchos servicios esenciales, como las redes eléctricas, las redes de suministro de agua y los sistemas de transporte, cada vez más vulnerables a los ciberataques. Un ciberataque exitoso a cualquiera de estos sistemas puede tener graves consecuencias, como la pérdida de vidas y daños económicos. La guerra cibernética representa una nueva frontera en los conflictos globales, ya que pueden interrumpir, dañar o infiltrar la infraestructura crítica de otro. De allí que a los sistemas y las aplicaciones utilizadas se les aplicará también el concepto de “globalización parcelizada”, con fuertes restricciones a las de sus oponentes.

Los cambios climáticos seguirán en la agenda global, pero no como tema urgente, porque para EEUU y China nos es un tema tan central. El estrés térmico es innegable: en 2023, el mundo superó por primera vez la barrera de aumento de temperatura promedio de 1,5 °C establecida por el Acuerdo de París; observable en desplazamientos humanos forzados, pérdida de biodiversidad, malnutrición, que perjudican más a los países más pobres y los que menos han contribuido al calentamiento global. Las políticas climáticas estarán condicionadas por fuerzas contrapuestas a los imperativos de la competitividad: económico, geopolítico y de precios. En Europa es bien visible que, como resultante del conflicto en Ucrania, su competitividad industrial se ha destrozado; el gas barato ruso fue reemplazado por el costoso LPG norteamericano y su dependencia geopolítica de EEUU se ha acrecentado. Hasta las centrales térmicas que usan carbón se han vuelto a reactivar para mejorar el mix de precios de la energía. Una incoherencia total.

Finalmente, la carrera espacial alcanzará nuevos desafíos a medida que los países compitan por obtener mayores capacidades tecnológicas y por la obtención de recursos.