En Navidad, el mundo se detiene por un instante para reflexionar sobre la esperanza. Es el momento del año en que la humanidad parece recordar su vocación de reconciliación y paz, por lo menos en la apariencia. Esto se da hoy en un escenario global marcado por divisiones profundas y conflictos armados que parecen interminables. En este contexto, el Papa Francisco emerge como una voz incansable que clama por una paz verdadera, lejos de las soluciones superficiales y los intereses particulares.
Francisco ha hecho de la paz una de las piedras angulares de su pontificado. Muchas veces el Papa reflexionó sobre la guerra, describiéndola no solo como el resultado de ambiciones políticas y económicas, sino también como una “cultura de la indiferencia” que deshumaniza al otro y convierte el conflicto en algo normal. Para Francisco, la paz no es una simple ausencia de guerra, sino un proceso activo que exige justicia, reparación y, sobre todo, diálogo.
El Papa ha sido contundente al afirmar que “ninguna guerra es justa” y siempre ha subrayado que, en toda guerra, las principales víctimas son siempre los más vulnerables: los inocentes, los civiles, quienes no tienen parte en las decisiones que conducen al conflicto. “Toda muerte es injusta en una guerra, y los que la organizan, los que trafican con las armas, no mueren en los campos de batalla. Mueren los pobres, los descartados, los que nunca tuvieron voz”, afirmó con pesar. En la última entrevista brindada a Bernarda Llorente, y emitida por Orbe 21, expuso con claridad la cruda realidad de los conflictos actuales: “En este momento, las dos guerras en las que más focalizamos son las de Ucrania y Tierra Santa”.
Y en ambas hay acciones de guerra criminales que son más de guerrilla que de guerra. Cuando te encontrás con que una mamá con sus dos chicos pasa por la calle, porque fue a buscar una cosa a su casa y vuelve a la parroquia donde está viviendo y la ametrallan porque sí, no es una guerra, con las reglas normales de una guerra. Es tremendo”. Para el Papa toda muerte violenta en la guerra es execrable. Puede detenerse en un caso, como es esta mujer o los niños puestos como escudo por grupos terroristas. Pero siempre su pregunta es: “¿Qué tienen que ver los niños y las familias con la guerra?” Este mensaje resuena con fuerza en un mundo donde las guerras a menudo parecen perpetuarse por intereses económicos y geopolíticos.
Francisco no solo denuncia estas realidades con palabras contundentes, sino que las mantiene presentes de manera constante. Es el único líder mundial que, domingo tras domingo, en cada Ángelus, sigue hablando de las guerras que azotan al mundo. Con su voz incansable, pone la mirada en los pueblos martirizados, concientiza sobre el sufrimiento de las víctimas y llora junto al mundo por los niños y los ancianos que mueren injustamente. Lo hace sin detenerse a evaluar quién es más fuerte o más débil en el conflicto; su preocupación está siempre con las víctimas, los más vulnerables. Para el Papa la guerra siempre es una derrota.
A pesar de su insistencia en estos principios, el Papa enfrenta críticas constantes. Muchos lo acusan de mantenerse “neutral” o “por encima” de los conflictos, especialmente en contextos donde las partes demandan un apoyo inequívoco. Sin embargo, esta percepción no hace justicia a su papel. Francisco no es un líder político que pueda tomar partido; es el pastor universal que busca reconciliar y sanar. Su aparente neutralidad no es indiferencia, sino un llamado a ver más allá de las divisiones inmediatas y trabajar por una paz que sea duradera y justa.
Francisco también destaca que la paz es un bien colectivo que requiere del esfuerzo conjunto: “No se puede construir paz desde la imposición o el olvido del otro. Se construye desde el reconocimiento de nuestra común humanidad”. Este mensaje cobra especial relevancia en Navidad, cuando recordamos que el nacimiento de Jesús en un humilde pesebre anunció la llegada de un reino de paz y amor. La Navidad nos invita a reflexionar sobre qué tipo de mundo estamos construyendo y cómo podemos contribuir, desde nuestras pequeñas acciones, a esa paz que el Papa llama “artesanía comunitaria”.
La paz que Francisco sueña no es un ideal inalcanzable, sino un compromiso que empieza en lo cotidiano. “En cada palabra que elegimos, en cómo tratamos a quienes piensan diferente, en la forma en que enfrentamos nuestras propias tensiones personales”. Rezamos siempre por las autoridades del mundo para que detengan las guerras, pero sabemos que la verdadera paz no se negocia en oficinas y sedes de gobierno únicamente; se construye con justicia y amor en el corazón de las comunidades.
Los comunicadores hoy también tienen una responsabilidad clave en este contexto. Comunicar sobre la guerra no debe limitarse a cifras y noticias sensacionalistas. Tenemos un compromiso de “visibilizar las historias humanas detrás del conflicto, dar voz a las víctimas y exponer las causas profundas de las guerras”. Como constructores de narrativas, tenemos que favorecer una mayor comprensión y empujar hacia soluciones basadas en la justicia y la dignidad. En palabras de Francisco, “no basta con informar; hay que humanizar”.
En este tiempo de Navidad, quizá podamos encontrar inspiración en su mensaje para ser constructores de esa paz. Que su ejemplo nos impulse a mirar más allá de nuestras diferencias y a trabajar por un mundo donde la reconciliación y la esperanza no sean solo palabras, sino realidades tangibles. Nos sumamos a la esperanza del Santo Padre: “Ninguna guerra tiene la última palabra; solo la paz puede escribir el final de nuestra historia”. La Navidad, entonces, no es solo una fiesta de tierna música de villancicos, sino una fiesta de la paz profunda y verdadera. Una paz que nos interpela, que va más allá de lo superficial y que requiere compromisos concretos para transformar el mundo.