Festividad de Janucá y la vigencia de los macabeos

Hay límites y el núcleo de nuestra cultura preceptual, el monoteísmo radical, no se transgrede. De lo contrario, dicha cultura desaparece y carece de significado la vida del judío, quien, como todo monoteísta, no es infinitamente flexible

Ilustración del triunfo de Judas Macabeo

En la festividad de Janucá converge la época de mayor oscuridad fenomenológica natural por el solsticio de invierno con la histórica recuperación y reinauguración del Templo de Jerusalem, el mismo día que hacía tres años Antíoco Epifanes se había apoderado de aquella ciudad. Dicha epopeya se celebró durante ocho días, siendo tan grande el gozo por la libertad religiosa recuperada, que se estableció por ley su conmemoración anual. Desde entonces, allá por el 25 del mes hebreo de Kislev del 164 a.e.c y hasta la actualidad, el 25 de Diciembre 2024, los judíos celebramos la Fiesta de las Luminarias, correspondiendo resaltar dos aspectos fundamentales.

El primero radica en la popularizada, aunque inexacta, referencia a los griegos, ya que el período es el helenístico, desde la muerte de Alejandro hasta el suicidio de Cleopatra VII. En el 190 a.e.c., luego de la batalla de Magnesia, Roma se impone sobre Antíoco III, apoderándose de Medio Oriente, estando Janucá enmarcada en el 167-164 a.e.c., bajo la rama Siria del post imperio alejandrino, los Seléucidas, quienes gobernaron Judea imponiendo su cultura idólatra.

El segundo radica en que la guerra resultante en Janucá fue principalmente interna del pueblo judío por parte de quienes mantenían la vigencia de la Torá, sus preceptos y el deber de rendir culto a Dios, es decir, el judaísmo, contra los judíos helenizados y helenizantes. Y, por consecuencia, como levantamiento contra el opresor seléucida, que no solo prohibía el cumplimiento de preceptos e imponía su idolatría con todo tipo de blasfemias, sino que además obligaba a los judíos a cometerlas, todo so pena de muerte. Fue por la Torá y en nombre de Dios que los judíos fieles a Sus preceptos se enfrentaron a sus hermanos helenizados, helenizantes, y a dicho imperio. Pero la historiografía secular intentó transformarla utilitariamente en una guerra de independencia nacional similar a las acontecidas a partir de la revolución francesa.

Como documentan las fuentes, esta guerra comenzó cuando Matitiahu el Jasmoneo, padre de Judas el Macabeo, es elegido por los emisarios de Antíoco Epífanes para forzarlo a someterse al culto pagano, ya que, siendo una figura respetada entre sus pares, oficiaría de ejemplo de claudicación ante los demás.

Pero Matitiahu, negándose a someterse a la idolatría, mata no a un jerarca heleno, sino a un judío que fue a ofrendar a la idolatría. Destruyendo también aquel altar y debiendo matar a los soldados que sí eran helenos, Matitiahu comienza el liderazgo de la resistencia constituida por los fieles al culto a Dios.

Habiendo hecho circuncidar a todo niño judío, prohibido por los helenos, y dirigiendo la liberación del Templo de Jerusalem bajo el yugo de la idolatría helena, ya enfermo, insta a sus hijos a restituir y observar los ritos de nuestros antepasados sin dejarse seducir por quienes, voluntariamente u obligados, los traicionan.

Dicho conflicto e iniciativa, por ulteriores circunstancias políticas imposibles de considerar de antemano, devino en la independencia de la región de Judea, finalizando en la reconquista de Jerusalem por los hijos de Matitiahu. Lo interesante es que Jerusalem como ciudadela no estaba en poder de los helenos, sino de los judíos helenizados, quienes colaboraron para que Antíoco conquistara Judea y tomara Jerusalem, permitiéndole que matase a todo opositor, siendo luego ellos mismos también asesinados. Antíoco, luego de profanar el Templo de Jerusalem y sumiendo al pueblo judío en la pobreza, obligaba a quienes permanecían fieles a la Torá a rendir culto a dioses helenos levantando altares y construyendo santuarios en su honor, prohibiéndoles la circuncisión so pena de tormentos e incluso la muerte, estrangulando a los niños circuncidados. Tal como el conocido caso de una madre y sus siete hijos, quienes fueron arrestados, torturados y ejecutados uno a uno por negarse a cometer idolatría, santificando así el Nombre de Dios.

Judas el Macabeo, con solo 3000 hombres mal pertrechados y en peores condiciones que los helenos, enfrentó entre otros a Gorgias, cuyo ejército contaba con 5000 soldados de infantería y 1000 de caballería más los judíos helenizantes. Judas exhortó a la batalla recordando que otrora situaciones similares, Dios, admirando el valor, los hizo vencedores. Flavio Josefo describe que, por la determinación del ejército judío, numerosos soldados de Gorgias se dieron a la fuga.

Así, en Janucá, los menos entre los más fueron capaces de resistir la abrumadora realidad impuesta por el absolutismo heleno, permaneciendo leales al monoteísmo y consagrando a Dios por medio del cumplimiento de Sus preceptos más el esfuerzo de superación y libertad.

Es por esa acción de los macabeos que se entiende el milagro de la vasija de aceite con el sello del gran sacerdote encontrada luego de la liberación del Templo, y cuyo contenido solo era suficiente para mantener las velas del Candelabro prendidas un solo día, pero que duró ocho, permitiendo su reinauguración.

Los comunes denominadores de estos sucesos, documentados en el acervo cultural, histórico y legal judío como explicaciones de Janucá son: a) La remembranza de la esperanza hecha acción en tiempos de oscuridad tanto física como espiritual; b) La continuidad del judaísmo a pesar de la helenización y complicidad con el ejército seléucida, argumentando que ante el abrumador poder de dicha cultura era más sencillo y beneficioso acomodarse a ella que resistirse; c) Los libertadores que concretaron la esperanza y forjaron las expectativas en acciones sin conformarse con emocionalidades simbólicas y ociosas de una falaz tranquilidad psicológica; d) Ellos enfatizaron más la fidelidad y el servicio a Dios que a los cumplidos de la cultura helena, heredera de la griega, de la cual quedó expoliación y opresión.

El mencionado milagro de la vasija de aceite fue provocado por aquella luz física y espiritual, en el momento más oscuro del año y de mayor idolatría, manteniéndose fiel al culto a Dios para poder liberar el Templo de Jerusalem contra todo pronóstico y adversidad militar e incluso contra la complicidad de los propios judíos helenizados. Todo ello nos trae un mensaje de activa esperanza, la cual fue forjada por la fidelidad y perseverancia del pueblo judío a través de todas las generaciones. Es la capacidad de mantener su forma de vida apegada a la Torá y en los tiempos más duros, en los cuales pudo haber desaparecido, ya sea por las persecuciones y matanzas por parte de otros pueblos, pero también y como demuestra la historia sociodemográfica judía, por la asimilación, vaciamiento y dilución de nuestra específica cultura preceptual como programa de vida.

En Janucá, los macabeos tomaron la iniciativa de continuar con el pueblo de Israel imponiendo límites, no dejando avanzar la enajenación cultural ni la pérdida de identidad. Ellos demostraron que no todo está permitido en el judaísmo. Que hay límites y que el núcleo de nuestra cultura preceptual, el monoteísmo radical, no se transgrede. De lo contrario, dicha cultura desaparece y carece de significado la vida del judío, quien, como todo monoteísta, no es infinitamente flexible, por cuanto lo constituye una Ley que es la Bíblica y una autoridad que es Dios, más allá de toda ideología, deseo, poder o política de turno.

Por ello, por la continuidad y fortalecimiento de esta cultura monoteísta, el judaísmo y el pueblo de Israel seguimos luchando en estos actuales oscuros tiempos de terrorismo, de asimilación y de antisemitismo con sus complicidades políticas y también, aunque no sorprende, religiosas.