Es evidente que el “prime” de Milei convive con el peor momento de la oposición. Más allá de las especulaciones respecto a cuál es el factor determinante de esta situación, es decir si el “éxito” coyuntural de Milei es el acelerador para la degradación opositora, o si es sobre la profunda fragmentación de la oposición que se ha fortalecido el proyecto libertario, lo cierto es que la crisis opositora no solo se expone a “cielo abierto” sino que resulta altamente funcional al avance oficialista.
Crisis que afecta a la cada vez más devaluada e irrelevante UCR, que amenaza la identidad e integridad de un PRO que hoy está casi en modo “supervivencia”, y que hoy se expone también con particular crudeza en el peronismo en general, y el kirchnerismo en particular.
Es en este contexto en el que la relación entre Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof, un binomio unido por lazos tanto políticos como personales que otrora parecía irrompible, atraviesa por su peor momento, encendiendo alarmas, y proyectando un sórdido y plúmbeo escenario sobre el futuro de la principal fuerza opositora.
Si bien es cierto que las diferencias no son nuevas, se fueron profundizando en el último año hasta el punto de que ya hay quienes ni siquiera se animan a descartar una ruptura. Desde los iniciales reproches por la creciente “autonomía” política del gobernador, sus acuerdos de gobernabilidad en la legislatura bonaerense, su relacionamiento con la heterogénea y siempre compleja pléyade de jefes territoriales peronistas, y la conformación de un gabinete con algunos nombres resistidos por el camporismo (Bianco y, fundamentalmente, Larroque), hasta sus “coqueteos” con la frustrada candidatura interna de Quintela, la presunta falta de un pronunciamiento público en apoyo al liderazgo partidario de Cristina, y la ausencia del gobernador en la asunción de ésta frente al partido nacional.
Las lecturas y percepciones respecto al “otro” en ambas terminales del espacio que otrora se conociera como UP son, previsiblemente, muy disímiles.
En las huestes de la ex mandataria perciben que coronaron un par de semanas muy positivas: no solo están convencidos de que fueron los artífices de torcerle el brazo al Gobierno en la pelea por la expulsión del entrerriano Edgardo Kueider en el Senado, de haber “emboscado” a Kicillof en el encuentro a puertas cerradas en Moreno en donde no sólo señalan haberle enrostrado su falta de alineamiento sino que se ufanan de haberle hecho “sentir” el rigor de no cuadrarse al 100%, sino también de haber aprovechado los primeros encuentros del Consejo Nacional del PJ para consolidar un discurso cerrado contra el gobierno y “blindar” su liderazgo como el único criterio ordenador y estrategia posible para el partido, desalentando a los potenciales “librepensadores” que busquen márgenes de autonomía en sus distritos.
En las terminales platenses las lecturas difieren. No solo se interpreta que si bien estos últimos movimientos de Cristina pudieron haber tenido impacto político no incluyeron en la calle ni movieron la aguja en el electorado, sino que es frente al avance del frente judicial y su ya inocultable debilidad donde intenta revitalizar su liderazgo con un protagonismo y una centralidad que es azuzada por la polarización impulsada convenientemente por Javier Milei.
No son pocos los que aguijonean con el objetivo de provocar una ruptura o un desprendimiento de parte del gobernador de cara a las elecciones de 2025, entendiendo que si aceptan la conducción y mandato de la ex presidenta, sin un programa claro ni una imagen que proyecte no sólo un posicionamiento coyuntural sino un proyecto de futuro, no solo se estaría repitiendo el estrepitoso fracaso del experimento dirigido del albertismo, sino que se habilitaría un dominio cristi-camporista sobre la oposición y sobre el peronismo que podría obturar cualquier atisbo de regeneración y renovación de liderazgos para las presidenciales de 2027. En otros espíritus menos destemplados, prima el convencimiento de que es conveniente preservar la unidad, no tanto por una cuestión ideológica sino más bien por un cálculo pragmático: entienden que si la “jefa” propiciara una ruptura el aquelarre interno arrastraría también los planes futuros del gobernador.
Aunque a La Cámpora no le agrade, lo cierto es que es el gobernador más trascendente del principal partido de la oposición y, por más que no falten los que se ilusionen con un futuro -casi distópico- nuevo gobierno cristinista, Kicillof es su sucesor natural y principal espada del peronismo para erigir un proyecto competitivo en 2027. En ese marco, es lógico que sus acciones y omisiones, sus palabras y silencios, sus presencias o ausencias, no solo estén en el foco de la atención sino que se interpreten como una suerte de “hoja de ruta” de su posicionamiento y estrategia.
Es lógico también que el gobernador de la provincia más populosa del país no solo puje por procurarse los apoyos necesarios para garantizarse gobernabilidad en estos tiempos difíciles y que, incluso, procure apuntalar sus proyectos futuros consiguiendo mayor participación en las listas legislativas.
Lo cierto es que si bien 2025 está a la vuelta de la esquina, muchos ya ponen el ojo en 2027. Más allá de quienes pujan por una candidatura de Cristina en 2025 que se convierta en un trampolín para 2027, son muchos los preocupados por que un peronismo dividido -independientemente del éxito que pueda o no tener el programa libertario- espiralice la pérdida del poder que queda. Es aquí donde tallan los intendentes preocupados por el futuro de la ley que impide la re-reelección municipal y los riesgos que ello entrañaría para la territorialidad peronista bonaerense.
Por fuera del territorio bonaerense están los gobernadores, que -con la excepción de la efímera experiencia de Quintela- por ahora contemplan desde afuera el conflicto. Mandatarios provinciales que no solo enfrentan los problemas relativos a la magra distribución de fondos nacionales y la eliminación de la obra pública, sino que ven con preocupación el aún incierto calendario electoral y la falta de definición respecto a las PASO.
Un conjunto de gobernadores que, en este escenario de manifiesta crisis política, se caracteriza no solo por su diversidad sino por sus diferentes grados de alineamiento político partidario. Aquí no solo está claro que Catamarca, Tucumán y Salta están fuera de la ecuación, en cuanto mantienen un relacionamiento directo con terminales formales e informales de la Rosada. También deben tenerse en cuenta los distritos perdidos en la última saga de elecciones provinciales (Santa Fe, Entre Ríos, Chaco, San Luis, San Juan, Chubut y Santa Cruz), y los interrogantes respecto a Tierra del Fuego o Santiago del Estero. En este marco, en el poroteo del kirchnerismo solo quedarían Formosa, La Pampa, La Rioja y, naturalmente, Buenos Aires.
Así las cosas, es legítimo que muchos piensen que Cristina procure aprovechar la discusión nacional que la sube al ring contra Milei con el solo objetivo de conservar la influencia en la provincia de Buenos Aires. Para muchos, ya el kirchnerismo es hoy, esencialmente, un partido del conurbano. El gran interrogante es si Kicillof se animará a liderar una construcción distinta y, en ese caso, cuándo y cómo lo hará.