El liberalismo frente al autoritarismo

Muchos hemos tenido el sueño de superar la grieta de nuestra sociedad, pero vencieron los fanáticos, los cultores del odio y del enfrentamiento, tanto en el gobierno anterior como en el actual

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Javier Milei en la convención
Javier Milei en la convención Atraju en Italia - Crédito: Juan Ignacio Calcagno

En una emisión reciente, Carlos Pagni entrevistó a Natalio Botana, sin duda uno de los cientistas políticos más respetados de nuestra sociedad. Graduado en Lovaina, contemporáneo de Carlos Floria y del padre Rafael Brown, es autor de importantes libros, entre ellos, El orden conservador. Consultado por el periodista sobre la figura de Milei, respondió: “El liberalismo es antagónico con el autoritarismo”, al tiempo que desarrollaba su pensamiento, sin dejar espacio para reivindicación alguna del actual presidente.

Por su parte, Alfredo Leuco, en un diálogo con Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay, formuló una pregunta similar. El entrevistado contestó: “Los liberales no soportamos el autoritarismo”. Explicó, además, la función que el Estado debe ocupar según Adam Smith: todos aquellos espacios que los negocios dejan libres. Intentar destruir al Estado nada tiene que ver con el verdadero liberalismo.

Nos dejó Beatriz Sarlo, referente indiscutida de nuestra crítica literaria, más allá de que uno coincidiera o no con las certezas de su canon. Formó parte del Club Socialista junto a Pancho Aricó, autor de La cola del diablo (libro dedicado a Gramsci) y a otros reconocidos pensadores y ensayistas, como José Nun, el Negro Portantiero, Carlos Altamirano, Jorge Tula, entre otros. Su vigencia transitaba la etapa de la Argentina del pensamiento literario, filosófico y político, aquella en que el humanismo relegaba con sabiduría a segundo plano el egoísmo de los ricos y la pequeñez de sus contadores. El Club Socialista no estaba solo, existía el grupo de Abelardo Ramos, nacionalista de izquierda, luego de la fractura con Jorge Spilimbergo, las cátedras nacionales de Gonzalo Cárdenas, Justino O Farrell, Conrado Eggers Lan, e infinidad de sectores convocados en torno de las ideas. En fin, una riqueza de reflexión hoy ausente que quienes la conocimos recordamos con dolor y nostalgia.

Cuando Néstor Kirchner inició su mandato, participé del almuerzo con Cristina y Alberto Fernández. Los invitados eran el historiador Tulio Halperin Donghi y la crítica, docente universitaria y ensayista Beatriz Sarlo. Tulio era primo de mi gran amigo Leopoldo Halperin y esa fue la vía por la que logré su presencia. No hay mucho para recordar de aquel almuerzo, solo una respuesta de Beatriz a Cristina. Yo, personalmente, le solicité a Sarlo una confirmación de su veracidad. En un momento del almuerzo, Cristina Kirchner interpela a Sarlo: “Señora, ¿usted no cree que no hay pensamiento porque falta una generación?”. La respuesta de Beatriz fue tajante: “Señora, si los sobrevivientes no piensan, ¿qué la lleva a usted a imaginar que los desaparecidos lo harían?”. Acompañé a ambos a retirarse de la Casa Rosada. En síntesis, si bien agradecían la invitación, no estaban dispuestos a reincidir.

Años antes, con el retorno a la democracia, Raúl Alfonsín hizo un intento de integrar a los pensadores a la política real, cosa que luego sus sucesores ni remotamente intentarían realizar. Menem convocará a la frivolidad de la farándula, y los Kirchner, a la reivindicación de los derechos humanos, más que justa, naturalmente, pero descuidando los derechos sociales. Cuando Carlos Menem me designó como Secretario de Cultura, fuimos con Horacio Salas a visitar a Adolfo Bioy Casares, para ofrecerle oficialmente la dirección de la Biblioteca Nacional. El escritor agradeció emocionado la oferta aunque expresó su respetable negativa.

Quiero decir, apelando a estas anécdotas, que muchos de nosotros hemos tenido sueños de superar la escisión de nuestra sociedad, pero terminaron venciendo los fanáticos, los cultores -diría Jauretche, “los profetas”- del odio y del enfrentamiento, tanto en el gobierno anterior como en el actual, mutatis mutandi. No son lo mismo. En el presente, un bruto agresivo desplaza las dudas de cualquier pensador bien intencionado mediante insultos, groserías, expresiones soeces, dirigidas contra homosexuales, mujeres, artistas, escritores, directores de medios de comunicación, periodistas, mandatarios de países hermanos como Chile y Brasil, valiéndose de exabruptos, descalificaciones, amenazas e insultos y aplicándole el sambenito de “comunista” a cualquier simple heredero de los “Derechos del Hombre y del Ciudadano”, en suma, a cualquier demócrata.

A veces, los agredidos no tienen siquiera esa ilustre pertenencia, como podemos apreciar en algunos ataques furibundos a sectores de derecha no republicana por no compartir la totalidad de su estrambótica ideología libertaria. Para no hablar de la organización de sus secuaces quienes, disconformes con ese amplio universo de enemigos, han anexado ahora a la comunidad judía, justamente aquella con la que Milei estableció, como es sabido, todo tipo de alianzas. Por lo demás, el gobierno que, en sus primeros gestos, venía a superar a la corrupción, se dedica ahora a consumarla. El caso del senador expulsado y la defensa de Milei en Tucumán de un conspicuo diputado del PRO dejan al desnudo los escasos pruritos de los economistas por los principios morales de los soñadores de una ética que no suele acompañar a la codicia. Es lo primero que salió a la luz.

Sin embargo, están surgiendo nuevas fuerzas políticas. Son aquellas que nos van a permitir liberarnos de los barrotes de la cárcel que establecen los que hoy nos gobiernan. Las elecciones legislativas permiten la libertad y la dispersión de los votantes, buen momento para empezar a forjar nuevas opciones.

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