A medida que 2024 llega a su fin, Oriente Medio se encuentra sumido en una transformación que podría redefinir su futuro. La guerra entre Israel y Hamas, desatada tras el brutal ataque del 7 de octubre de 2023, ha dejado una marca imborrable en la región. Con más de 45,000 palestinos muertos según estimaciones locales, 17,000 de ellos combatientes según las FDI, y la pérdida de líderes clave de Hamas como Mohammed Deif, Ismail Haniyeh y Yahya Sinwar, el balance es devastador. Israel también ha pagado un alto precio, con 1,800 israelíes muertos durante el conflicto. Pero, a pesar de la magnitud de la tragedia, las preguntas persisten: ¿qué se logró realmente? ¿Y cuál es el costo a largo plazo?
En el frente interno, Israel enfrenta una realidad compleja. El gobierno de Benjamin Netanyahu ha sobrevivido a esta tormenta, pero no sin críticas. La presión de las familias de los rehenes, junto con el impacto de una guerra prolongada, ha puesto en jaque su liderazgo. Liberar a los rehenes es una prioridad moral y estratégica, pero también plantea dilemas profundos: ¿se debe negociar con el terrorismo y liberar prisioneros palestinos que podrían reincidir en la violencia? Esta decisión no solo afecta a la opinión pública, sino también al equilibrio de poder en la región.
En el ámbito regional, el conflicto no se limitó a Gaza. La ofensiva israelí contra Hezbollah en el Líbano marcó un hito, con la eliminación de su liderazgo, incluido Hassan Nasrallah. Este golpe histórico debilitó significativamente al grupo y también tuvo repercusiones indirectas en Siria. El régimen de Bashar al-Assad, ya tambaleante tras años de guerra civil, colapsó como consecuencia de la desarticulación del llamado “eje de resistencia” liderado por Irán. Esto fractura una alianza que había sido un pilar del desafío regional contra Israel.
Sin embargo, este reacomodamiento no significa estabilidad. La caída de Assad y el debilitamiento de Hezbollah abren nuevos vacíos de poder. En Siria, grupos como Hayat Tahrir al-Sham controlan amplias regiones, mientras que los kurdos buscan consolidar su autonomía en el norte, enfrentando una ofensiva turca que añade una capa más de complejidad al conflicto. Turquía, con sus propias ambiciones, busca eliminar cualquier amenaza kurda mientras también respalda a ciertos grupos islamistas, lo que podría exacerbar el extremismo en lugar de contenerlo.
Irán, aunque debilitado, sigue siendo un actor clave. Su capacidad para proyectar poder a través de proxies como Hezbollah y milicias en Irak y Siria está comprometida, pero no eliminada. En este contexto, Estados Unidos también juega un papel crucial. Con Donald Trump asumiendo su segundo mandato en enero de 2025, la presión sobre Hamas para liberar a los rehenes antes de esa fecha refleja un cambio en la postura estadounidense. Trump ha dejado claro que, si esto no ocurre, las represalias serán devastadoras. Esto también envía un mensaje a otros actores regionales sobre la voluntad de Estados Unidos de intervenir de manera contundente.
A largo plazo, el conflicto plantea interrogantes sobre la viabilidad de una solución al problema palestino. Hamas ha perdido gran parte de su liderazgo y capacidad operativa, pero su ideología y las condiciones que alimentan el extremismo siguen presentes. La destrucción masiva en Gaza y la pérdida de vidas humanas solo han profundizado el resentimiento, dejando a las futuras generaciones atrapadas en un ciclo de violencia y desesperanza. Para Israel, la necesidad de reforzar su sistema de defensa y evitar una repetición de los eventos del 7 de octubre es imperativa. Pero también debe enfrentarse a la pregunta más difícil: ¿puede garantizar su seguridad sin abordar las causas subyacentes del conflicto?
La guerra también ha expuesto las limitaciones de las soluciones militares en un contexto tan complejo. Si bien Israel logró debilitar a Hamas y Hezbollah, el costo humano y político es inmenso. La comunidad internacional, que inicialmente apoyó el derecho de Israel a defenderse, también ha comenzado a cuestionar el alcance de la destrucción y la falta de una estrategia clara para el día después. Este es un recordatorio de que, en el Medio Oriente, las victorias militares rara vez conducen a una paz duradera.
En este escenario fracturado, Oriente Medio se enfrenta a un futuro incierto. Las divisiones internas, las rivalidades regionales y las ambiciones de potencias extranjeras continúan alimentando el conflicto. Pero también hay oportunidades. La desarticulación del “eje de resistencia” podría abrir espacio para nuevos alineamientos, y la reconstrucción de Gaza podría convertirse en un punto de partida para abordar las necesidades humanitarias y fomentar una estabilidad más amplia.
Sin embargo, esto requerirá un liderazgo valiente y una visión que vaya más allá de las respuestas inmediatas. Para Israel, esto significa equilibrar la seguridad con la búsqueda de soluciones sostenibles. Para los palestinos, significa replantear su liderazgo y estrategia. Y para la comunidad internacional, significa comprometerse genuinamente con la paz, en lugar de limitarse a gestionar el conflicto.
Al final, 2024 nos deja con una lección clara: en Oriente Medio, las guerras nunca tienen un solo ganador, pero sus consecuencias las sufren todos. La pregunta es si aprenderemos de esta tragedia para evitar que la historia se repita o si seguiremos atrapados en un ciclo interminable de destrucción y dolor.