El cumpleaños de Francisco

El Papa argentino llegó a los 88 años con la misma cercanía y humildad que lo caracterizaron siempre

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El papa Francisco cumplió 88 años (Foto: Europa Press/Ramiro Agustín Vargas Tabaré)
El papa Francisco cumplió 88 años (Foto: Europa Press/Ramiro Agustín Vargas Tabaré)

El Papa cumple años el 17 de diciembre. Imposible olvidarme de la fecha porque era también el cumpleaños de mi padre. Siempre hemos intercambiado saludos para su cumple y el mío. Este año cumple 88 años.

Todos conocemos gente adulta mayor y no deja de impresionarme el comparativo. Solo con mirar su agenda de cada día, uno se cansa.

Cuando le llevaba a algún periodista que le preguntaba por su estilo de vida, vivir en la Curia, viajar en colectivo, no tener chofer, les decía: “Mi gente es pobre y yo soy uno de ellos”, para explicar la opción de vivir una vida austera.

A sus sacerdotes siempre les ha recomendado misericordia, valentía apostólica y puertas abiertas a todos. Lo peor que puede suceder en la Iglesia, explicó en algunas circunstancias, “es aquello que De Lubac llama mundanidad espiritual”, que significa “ponerse a sí mismo en el centro”.

Las comunidades no deben formarse a la medida del capricho de los curas, sino que tienen vida propia que uno está llamado a enriquecer, pero siempre respetando los carismas de las personas que la componen.

Su proyecto es sencillo: si se sigue a Cristo, se comprende que “pisotear la dignidad de una persona es pecado grave”.

Nació un 17 de diciembre de 1936, en el barrio de Flores. Vivía en la calle Membrillar 531. Hijo de emigrantes piamonteses: su padre, Mario, era contador, empleado en ferrocarril, mientras que su madre, Regina Sivori, se ocupaba de la casa y de la educación de los cinco hijos.

La abuela Rosa Vassallo fue una figura muy influyente en la infancia de Jorge. Según él me comentó, su abuela Rosa era una mujer muy piadosa y carismática que le enseñó a rezar y a amar a Dios. Una anécdota que se cuenta sobre la abuela Rosa es que solía llevar a Jorge Mario y a sus hermanos a la iglesia para rezar y para que se confesaran. Era muy estricta en cuanto a la práctica religiosa, pero también era muy amorosa y cariñosa con sus nietos.

Otra anécdota que contaba es que la abuela Rosa solía contarle sobre la historia de la Iglesia y sobre la vida de los santos. Estas historias despertaron en Jorge Mario una gran curiosidad y un gran amor por la fe, que más tarde lo llevarían a convertirse en sacerdote y, finalmente, en Papa.

En resumen, la abuela Rosa Vassallo fue una figura muy importante en la infancia de Jorge, y su influencia en su formación religiosa y personal fue fundamental.

Jorge se diplomó como técnico químico y eligió luego el camino del sacerdocio entrando en el seminario diocesano de Villa Devoto. El 11 de marzo de 1958 pasó al noviciado de la Compañía de Jesús.

Completó los estudios de humanidades en Chile y en 1963, al regresar a Argentina, se licenció en filosofía en el Colegio San José, de San Miguel. Entre 1964 y 1965 fue profesor de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe y en 1966 enseñó las mismas materias en el Colegio del Salvador en Buenos Aires. De 1967 a 1970 estudió teología en el Colegio San José y obtuvo la licenciatura.

El 13 de diciembre de 1969 recibió la ordenación sacerdotal de manos del arzobispo Ramón José Castellano. Prosiguió la preparación en la Compañía de 1970 a 1971 en Alcalá de Henares (España), y el 22 de abril de 1973 emitió la profesión perpetua. De nuevo en Argentina, fue maestro de novicios en Villa Barilari, en San Miguel, así como también profesor en la facultad de teología, consultor de la provincia de la Compañía de Jesús y también rector del Colegio.

El 31 de julio de 1973 fue elegido provincial de los jesuitas de Argentina, tarea que desempeñó durante seis años. Después reanudó el trabajo en el campo universitario y entre 1980 y 1986 fue de nuevo rector del colegio de San José, además de párroco en San Miguel.

En marzo de 1986 se trasladó a Alemania para ultimar la tesis doctoral; posteriormente, los superiores lo enviaron al colegio del Salvador, en Buenos Aires, y después a la iglesia de la Compañía de la ciudad de Córdoba, como director espiritual y confesor.

Fue el cardenal Antonio Quarracino quien lo llamó como su estrecho colaborador en Buenos Aires. Así, el 20 de mayo de 1992 Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. El 27 de junio recibió en la Catedral la ordenación episcopal.

Concedió su primera entrevista como obispo a un pequeño periódico parroquial, “Estrellita de Belén”. Fue nombrado enseguida vicario episcopal de la zona de Flores y el 21 de diciembre de 1993 se le encomendó también la tarea de vicario general de la arquidiócesis.

Por lo tanto, no sorprendió que el 3 de junio de 1997 fuera promovido como arzobispo coadjutor de Buenos Aires. Antes de nueve meses, a la muerte del cardenal Quarracino, le sucedió, el 28 de febrero de 1998, como arzobispo, primado de Argentina.

El 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, fue elegido, tras el quinto escrutinio del conclave en la Capilla Sixtina y Jorge pasó a ser Francisco.

Sigue siendo porteño de alma, utiliza expresiones muy propiamente nuestras en sus discursos, lleva nuestra cultura en el alma, también nuestro modo de ser Iglesia. Esta gran ciudad le abrió los ojos al problema de los migrantes; de la trata de personas; de la interculturalidad y la religiosidad popular de los santuarios; y del diálogo interreligioso. Puede estar con gente importante, pero no olvida a los pobres del mundo.

Es un hombre profundamente religioso, rezador de madrugada antes que despunte el sol. Respetuoso de las formas litúrgicas y de los espacios sagrados. Tiene la misma cercanía y humildad que lo caracterizaron siempre. Además de su sentido del humor, sabe reírse de sí mismo.

Vaya nuestro cariño y recuerdo para nuestro compatriota, amigo y sucesor de San Pedro.

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