Luchas en el barro

La trama política en torno a la expulsión de Kueider del Senado le sirvió al Gobierno para profundizar la polarización con el kirchnerismo, esmerilar la relación con el PRO y la UCR, y tensar aún más la interna con Villarruel. Desde la óptica de la narrativa anti-casta, todo ganancia

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El ex senador Edgardo Kueider fue detenido con USD 200 mil sin declarar en la frontera con Paraguay
El ex senador Edgardo Kueider fue detenido con USD 200 mil sin declarar en la frontera con Paraguay

A un año de su sorpresivo y fulgurante ascenso al poder, Javier Milei sigue encontrando nuevas razones para extender los festejos de su aniversario en una prolongada resaca de euforia e inocultable clima triunfalista.

Si en el plano económico-financiero las buenas noticias continúan alimentando el “círculo virtuoso” producto de la confluencia entre la buena performance de los principales indicadores macroeconómicos (inflación, riesgo país, brecha cambiaria, etc.), el clima positivo de los mercados, la renovación de expectativas sobre la situación económica, y los cambios en la geopolítica global (Trump) -entre otros-, la política continúa siendo fuente inagotable del “maná” con el que se alimenta la narrativa anti-casta.

En este contexto, quien pretenda analizar los recientes escándalos que tuvieron como epicentro al Congreso de la Nación, desde el fracaso de la sesión del proyecto de “ficha limpia” durante la última semana del periodo de sesiones ordinarias en Diputados a la expulsión del senador Kueider la semana pasada en la cámara alta, con el manual de la política tradicional tal y como la conocíamos hasta el 10 de diciembre del 2023, muy probablemente se equivoque.

Es que donde algunos ven -siguiendo manuales obsoletos para dar cuenta del momento actual- caos, fragmentación, volatilidad o conflicto, los estrategas del proyecto mileista perciben una ventana de oportunidad para avanzar, fortaleza frente a la debilidad cuantitativa, posibilidad de reforzar atributos como la firmeza o la intransigencia y, sobre todo, una oposición cada vez más funcional a la construcción de una hegemonía libertaria.

Con altas dosis de temeridad y audacia, y sin que -al menos por ahora- ni el doble rasero que se manifiesta en la selectividad con que se señala quién es casta y quién no ni las propias contradicciones al interior del heterogéneo y reciclado espacio libertario se conviertan en un bumerán con potencialidad de dañar al gobierno, Milei alimenta el patético y grotesco show de la “casta”.

Lo sucedido en el Senado con la expulsión del senador entrerriano -que pese haber ingresado en la boleta del kirchnerismo había sido cooptado por las “fuerzas del cielo”- podría a priori ofrecer mensajes contradictorios. Es que, en muchos análisis, parece pesar el hecho de que la reemplazante del senador expulsado es una conspicua representante de La Cámpora. Otra vez más, ello implicaría ceñirse a los manuales tradicionales que no consume el principal estratega presidencial, a quien poco le importa que el kirchnerismo gane una banca más en un año electoral en el que el Congreso tendrá un funcionamiento mínimo.

Está claro que Kueider era una figura prescindible para el oficialismo y que, pese a su apoyo clave para la sanción de la Ley Bases, podía ser más un problema que un aliado confiable. Qué mejor, entonces, que aprovechar el escandaloso arresto in fraganti para montar un escenario a cielo abierto para realizar una ofrenda a la casta, que ensayó su más rancia coreografía de cara a la opinión pública.

Un penoso espectáculo que tuvo de todo, y dejó expuestos a los propios y extraños sindicados como “casta”: la “voracidad” kirchnerista por quedarse con una banca y el recordatorio del próximo juicio oral a Parrilli, las cada vez más virulentas divisiones en el PRO, con algunos de sus dirigentes que también comenzaron a ser objeto de investigaciones judiciales (Ritondo) y, como si fuera poco, la ratificación de la ruptura con la vice Villarruel.

En definitiva, la trama política en torno al pedido de expulsión de Kueider sirvió para profundizar la estrategia de polarización con el kirchnerismo, esmerilar la relación con PRO y la UCR, y tensar aún más la interna con Victoria Villarruel. Desde la óptica de la narrativa anti-casta, todo ganancia. Al menos en el corto plazo.

Lo cierto es que la profunda crisis de representación y degradación de la dirigencia política tradicional en general y, en particular, la evidente crisis de liderazgos tanto en el Justicialismo como en los potenciales aliados de la UCR y el PRO se sigue revelando como altamente funcional a los planes del Gobierno.

La estrategia, de cara a un proceso electoral 2025 que todavía discute sus reglas de juego -con o sin PASO- parece tomar la forma de una propuesta de reorganización del sistema que enfrentaría a las Fuerzas del Cielo con la “casta” pestilente y corrupta. La idea subyacente es que la sociedad ya cambió, que tal como lo prometió Milei en campaña el “sistema se rompió”, y que los que aún no lo han registrado son los propios políticos. Algo que, por cierto, el propio Milei esbozó en cadena nacional.

Una narrativa que hasta ahora ha dado muestras de su eficacia no solo en el contexto de profunda crisis y degradación de la dirigencia tradicional, sino ante una opinión pública mayoritariamente preocupada por la situación económica y crecientemente optimista frente a la mejora de ciertos indicadores macroeconómicos, que continua asignando las responsabilidades de la crisis en quienes gobernaron el país durante las dos últimas décadas, agravando el largo proceso de decadencia nacional.

No es casual, por ello, que desde el gobierno se alimente la hoguera en la que arde la casta: según una reciente encuesta de Poliarquía, un 81% de los argentinos manifiesta emociones de hartazgo, indignación y frustración cuando se les consulta por la clase política argentina.

Así las cosas, Milei acelera exponiendo con crudeza la profundidad de esta oscura y putrefacta ciénaga que se sigue alimentando discursivamente, que en una coyuntura favorable tanto desde el punto de vista macroeconómico como en el plano político, puede ofrecerle importantes réditos en el corto plazo, puede potencialmente alimentar un aquelarre con costos de mediano y largo plazo para la institucionalidad democrática del país.

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