La dignidad en tiempos oscuros

Entre los horrores de la dictadura y los excesos del neoliberalismo actual, algunas voces desafían la indiferencia y la complicidad

El senador destituido Edgardo Kueider

Recordar la dictadura nos duele como sociedad no sólo por los desaparecidos, las torturas, los prisioneros arrojados con vida desde los aviones, la apropiación de bebés, la confiscación de bienes, entre tantas aberraciones cometidas por las Fuerzas Armadas, sino también por las escasas rebeldías que surgieron en ese triste tiempo de liberalismo económico a ultranza con Martínez de Hoz y su feroz endeudamiento, ese que le quedaría a Raúl Alfonsín, en suma, a la democracia.

Tuvo que ser un político conservador, Emilio Hardoy, quien con su trascendente artículo publicado por el diario La Prensa -para el que solía escribir- alzara su voz, que imagino parecida a la de “Con el corazón ligero”. Luego, demasiados silencios, a excepción, naturalmente de otras voces como la de mi entrañable amigo Augusto Conte Mac Donell, Emilio Mignone -ambos provenientes del catolicismo nacionalista y habiendo perdido a sus hijos a manos de la represión-, Néstor Vicente, Carlos Auyero, algunos periodistas, como José Ignacio López –inolvidable en su interrogación certera y sin titubeos al presidente de facto Videla sobre los desaparecidos- y, poco más tarde, Magdalena Ruiz Guiñazú, y, por supuesto, las Madres y las Abuelas de Plaza Mayo y las organizaciones de Derechos Humanos, algunas de las cuales luego fueron desvirtuándose, lamentablemente. Nombro a algunos a sabiendas de que las omisiones, por involuntarias que sean, suelen resultar muy injustas.

Hoy, con infinitas distancias, se percibe en nuestra realidad una reacción semejante a la de aquellos tiempos. Rescato a Jorge Fernández Díaz, quien supo expresar con claridad: “No voy a usar para este gobierno una vara distinta de la que usé para el anterior”. También a Roberto Cachanosky, histórico economista liberal que debió retirarse de una conferencia porque el señor presidente Milei así lo exigía. Recuerdo que lo escuché decir: “Con lo distante que estaba yo de Cristina, ella no hubiera llegado a tanto”. También hay otros recuerdos, como el del acusado Jacobo Timerman, que le supo decir a su denunciante: “Nadie te pedía tanto”. Ese oscuro personaje, el periodista denunciante, sigue vigente en nuestra realidad nacional.

Los lunes no dejo de escuchar a Carlos Pagni y comparto su digna confrontación con la candidatura de Ariel Lijo a juez de la Corte. Pagni supo mostrar el desmesurado festejo de un fiscal en una de esas fiestas donde sobra el dinero y está ausente el pudor. Un senador es detenido en Paraguay, y sus declaraciones demuestran la bajeza de su pensamiento: ser leal al Gobierno, como si en esos espacios se pudiera esconder la falta de dignidad de la corrupción. En el mismo programa, Pagni denunció a un importante diputado del PRO. Como queda claro, hablar de “Ficha Limpia” impulsando su tratamiento y decepcionándose por no lograrlo con esa gestualidad propia de los seres traicionados en su concepción purísima de la vida institucional - pudo apreciarse en el discurso lacrimógeno de una diputada perteneciente a esa misma fuerza- no es un jubileo que limpie las conciencias.

Milei sigue hablando de cien años, en recuerdo de grandezas que nunca existieron, lo cual coincide con el eje de su pensamiento: un país con ricos es lo mismo que un país rico. En esa absurda deformación, se apoya su tenebroso discurso que festeja con bombos y platillos su año de ejercicio. La política, aquella que debe dar trabajo y asegurar la distribución, sustituye los logros financieros por encima de las necesidades de los humildes, de los asalariados y los jubilados. Ese es el país del RIGI, el que se ocupa en vender los regalos de la naturaleza en lugar de reconstruir la generación de riqueza y su consecuente distribución del trabajo. Las naciones se piensan desde las necesidades de la sociedad, y no desde los grandes grupos de poder. Este gobierno es, en gran parte, resultado de los permanentes errores de Cristina Kirchner, quien atraviesa hoy un momento semejante al que ella misma conoció en el final de la era de Carlos Menem. El Menem al que Néstor derrotó tenía un 30% de apoyo y más del doble de voto rechazo. El abrazo a Kicillof implica un acto de egoísmo, y a muchos de nosotros nos lleva a la ilusión de que este gobernador le devuelva la gentileza que en otros tiempos los Kirchner tuvieron con los Duhalde, que los habían elegido para conducir el peronismo y la sociedad. Aquella traición marca la esperanza de un acto de justicia en la historia.

Después de expulsar a un senador corrupto, que habían logrado adquirir para votar el La Ley bases y el RIGI y de ese modo, desempatar con el voto de Villarruel, Caputo y Macri dicen que la votación de expulsión es un ataque a la República. Es muy probable que lo sea a la de ellos. Porque en la nuestra, en la mía, se trata de un homenaje a las tradiciones republicanas, a la ley, a la justicia, y una recuperación de nuestros valores democráticos. Nos guste o no, el votado pertenece a quienes lo votaron y no a quienes lo corrompieron. Y piensan continuar en la misma corrupta senda que comparten Macri y Milei, ahora con un presidente que desde Italia considera no válida la sesión por estar la vicepresidenta ocupando el lugar que él había dejado momentáneamente. En síntesis, invalida a Victoria Villarruel como presidenta del Senado, sin haberle delegado formalmente sus funciones dado que, como todos sabemos, no se dirigen la palabra. Todo en respuesta a uno de sus periodistas preferidos por su bochornosa obsecuencia. Así estamos.

Son pocos los dignos que reaccionan, tan escasos como los investigadores sociales que no se dejan llevar por los cantos de sirena del momento. El presidente Milei da vergüenza, y los que no notan ese rasgo tan evidente o lo consideran secundario es porque ponen sus intereses personales por encima de la dignidad de la sociedad. Lo que duele no es la obsecuencia, sino la enorme cantidad de seguidores y su profundo egoísmo.