A un año de haber asumido la presidencia, Javier Milei puede jactarse (y no deja de hacerlo, en su estilo hiperbólico) de que la situación excepcional en que llegó al gobierno (con una escueta representación parlamentaria, sin gobernadores, casi sin partido) no le ha impedido llevar adelante su programa. Las dudas que existían sobre la gobernabilidad se han ido disipando. Su imagen conserva una importante aceptación social, que si bien no es demasiado distinta de la de otros presidentes al cabo del primer año de gestión debe ser ponderada en el marco del severo ajuste económico que realizó.
Es, sin dudas, en ese ámbito, en el que ha cosechado sus mayores logros. Hay indicadores macroeconómicos muy positivos, como la drástica reducción del gasto público y el déficit fiscal, la significativa desaceleración de la inflación, la profunda disminución del riesgo país y una sorprendente quietud en el mercado cambiario, que incluye la baja del dólar “blue” y la virtual desaparición de la brecha con el oficial. También son alentadoras las medidas de desregulación y los estímulos a la inversión del RIGI, que previsiblemente elevarán las inversiones en energía y minería, entre otros rubros. La contrapartida de esos éxitos es una recesión intensa. Si bien ya se advierten signos de recuperación en diversas áreas, los especialistas señalan que no es generalizada. El rebote no tendrá, como esperaba el Gobierno, el dibujo de una “V” corta.
Al mismo tiempo, economistas de prestigio, incluso muchos afines a la orientación general del gobierno, expresan sus reservas respecto de la sostenibilidad de la apreciación del peso (o, para decirlo en términos más sencillos, de la existencia de un dólar barato). No es necesario ser un experto para percibir ese fenómeno. Quien viaja al exterior y paga en Milán, París o Madrid precios similares a los que rigen en la Argentina, puede dar fe de que estamos caros en dólares. Las largas filas hacia Chile son una de las postales más elocuentes de esa situación. Quienes hemos vivido otras experiencias similares en el pasado sabemos que tarde o temprano llega la corrección, inevitable, entre otros aspectos, para que las exportaciones argentinas no pierdan competitividad. El “ancla cambiaria” suele ser empleada como una herramienta en la lucha contra la inflación, pero es un remedio con costos muy altos.
También merece destacarse, entre los activos del gobierno, la imposición del orden en la vía pública. Una acción enérgica de las fuerzas de seguridad ha sabido desmantelar hasta ahora los cortes y bloqueos de calles y avenidas en la ciudad de Buenos Aires. Hay que señalar, asimismo, la lucha contra el narcotráfico en la provincia de Santa Fe y, especialmente, en la ciudad de Rosario, que ha obtenido triunfos muy significativos, frente a las bandas criminales que azotaban la región.
Esos indudables logros se empañan innecesariamente por el estilo confrontativo del presidente y varios dirigentes de su fuerza política. La división maniquea entre buenos y malos es propia de los populismos. Y es falsa, además, porque a los malos les basta para sacar el pasaporte de buenos plegarse sin hesitar a las órdenes de Javier Milei. En esta línea se inscriben los furibundos ataques, con insultos de una grosería inimaginable en un jefe de Estado, hacia los periodistas independientes, una práctica del kirchnerismo que creíamos superada.
Pero esos malos modos, a pesar de ser muy censurables, no son lo más peligroso. Hay en Milei un visible desdén por la institucionalidad. El gobierno por decreto puede ser más expeditivo, pero la competencia para sancionar leyes la tiene el Congreso. El dictado de Decretos de necesidad y urgencia no está previsto como un medio ordinario de legislación, sino solo para casos de enorme gravedad, que no admiten la misma mínima dilación. Del mismo modo, la atribución de vetar leyes solo debería ser usada muy excepcionalmente. Un caso muy alarmante de vaciamiento del Congreso se da con la ley de Presupuesto. Ya el año pasado no fue sancionada; este tampoco. Sería la primera vez desde la recuperación de la democracia que por dos años consecutivos se prorroga el último presupuesto aprobado. En una economía que todavía sigue siendo inflacionaria, esto implica darle una enorme discrecionalidad al Presidente, porque distribuye los recursos sobrantes a su arbitrio mediante DNU o a través de los siempre discrecionales aportes del Tesoro Nacional (ATN) a las provincias.
En cuanto a la política exterior, aunque tiene una orientación correcta, muchas veces adolece de un exceso de ideologismo. Argentina ha quedado casi sola votando en las Naciones Unidas contra simples enunciaciones generales, como por ejemplo, sobre el cambio climático.
El problema es que las buenas noticias económicas tienden a incentivar los rasgos autoritarios del Gobierno y su desprecio por la institucionalidad. Ojalá comprenda que los valores republicanos no están en pugna con el desarrollo económico. Todo lo contrario: son el reaseguro de su perdurabilidad.