Milei, 365 días de gobierno: lo inmediato, lo actual y la brújula rota

La opinión pública se sitúa entre el deseo de cambio y las limitaciones opositoras

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El gobierno se fortalece con
El gobierno se fortalece con tres activos: desaceleración de la inflación, orden en las calles e ilegitimidad de los opositores. REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo

Milei termina su primer año de gobierno consolidado y con un margen de maniobra superior que cuando lo comenzó. Se anunciaron helicópteros, se enfatizaron las debilidades de un presidente sin mayoría legislativa y sin gobernadores, se celebraron bajas eventuales en las encuestas que luego se revirtieron. El año del mandato de Milei no se entiende sin una distinción clave entre lo inmediato y lo epocal.

Lo inmediato, lo puntual, son las críticas al ajuste que determinan un alza o una baja mensual en el apoyo a Milei (críticas a las medidas con jubilados y universidades, por ejemplo). Lo epocal, lo actual, lo dominante en el sentido común es que la mayoría ofrece su corazón al reseteo de la sociedad, mientras quienes se oponen a esa premisa no tienen como hacer oír su dolor, han perdido argumentos y enunciadores legítimos. La evolución de la opinión pública en los últimos 12 meses es un triángulo móvil entre el deseo de cambio, objeciones a su ejecución y las irrupciones de la insolvencia y el desprestigio opositor, que hacen las delicias del gobierno.

Si se observa menos a los representantes y más a los representados, vemos la emergencia de un nuevo mapa político. La hipótesis del “gobierno corto” a la que implícitamente adhirieron o adhieren, con cada nubarrón que aparece en el cielo oficialista, la mayor parte de los opositores, se revela falsa. La insistencia en el parámetro “es la economía estúpido” (y se entiende por economía al aumento del consumo) no permite entender una época que puede terminarse con una crisis cambiaria pero, que hasta ahora, se sostiene entre el proceso sociopolítico y el peso sobrevaluado.

Mileismo expandido

La opinión pública está dividida de forma profunda, extensa y asimétrica. El rechazo de una parte considerable de la sociedad se mantiene, pero sin voz pública posible. Entretanto, en la mayor parte de la población están diseminados los sentidos asociados al ascenso y aprobación de Milei y con ello se consolidan las posibilidades de un cambio histórico.

La transformación social, económica y cultural que hizo surgir una mayoría alternativa, fuera del radar de las elites, no puede ser comprendida a partir de una pregunta atada al paradigma de gobierno hoy superado: “¿por qué aguantan el ajuste quienes lo sufren?” A casi un año de la elección en la que más de la mitad de la Argentina votó por otro comienzo, incluso si este fuese con esfuerzo y frutos de medio y largo plazo, la pregunta es: ¿por qué no apoyarían al presidente incluso si la situación económica personal, dentro de ciertos límites, se agrava?

El gobierno cuenta con tres activos: la desaceleración de la tasa de inflación (quienes no logran entender el valor de esto realmente viven en otra realidad), el orden en las calles y la ilegitimidad de la mayor parte de los dirigentes opositores. Ese trípode configura un mecanismo que metaboliza las zozobras: la crítica desde el débil y reactivo consenso opositor recuerda, apenas aparecen sus voceros, un pasado repudiado. Al oficialismo le alcanza con decir: ¡miren quién habla!

Muchos entienden que esta vez el sacrificio tiene sentido porque la orientación es diferente. La ofrenda de tiempo y de renuncias representa un esfuerzo parecido al que hacen cuando trabajan: ir para adelante contra viento y marea a pesar de los contratiempos, no es masoquismo sino acompañar el sentido asignado al nuevo período: vinculado a la esperanza, el dolor tiene valor moral positivo. Los que en otros textos hemos llamado “mejoristas” entienden que el progreso es posible, pero ya no a través de los canales tradicionales, sino de formas de mejora mediante la optimización del esfuerzo personal, la competencia en el libre mercado, el emprendedurismo, la liberación de las regulaciones estatales…

El cambio histórico reside en que la mayoría de la sociedad anhela un cambio histórico y aporta su granito de arena con postergaciones y renuncias. Este régimen de apoyo se lubrica con una crítica del pasado reciente hecha por los humillados de ese pasado. Una crítica que es hoy más amplia, más radical y consistente que hace un año, respalda la intención gubernamental de actuar sin medias tintas. Además, retorna un fenómeno de los años 90: una parte considerable de la población toma la inflación como un problema colectivo y la pobreza y el desempleo como un problema individual (“el estado puede dejar de gastar e imprimir y siempre se puede hacer algo por uno mismo además de protestar y quejarse”, dice el nuevo sentido común emergente).

En síntesis: los paradigmas de plausibilidad de un gobierno han cambiado. Por eso la oposición navega con la brújula rota frente a la aceptación social de lo que esperaba que se rechace. En los festejos de despidos de empleados estatales, en la falta de solidaridad por los expulsados del sector privado, los oficialistas se regodean con la eliminación de una competencia injusta: “sacaron a los ñoquis militantes”, “rajaron a los que más faltas tenían”, “se fueron los que nunca laburaron”. La crueldad y el odio (que recriminan los antioficialistas y analistas de “las pasiones tristes”) son experimentados como sensaciones de éxito, justicia y libertad; y vistas como promesas de campaña cumplidas.

Los logros anudados alrededor del símbolo motosierra otorgan autoridad, relanzan el crédito del gobierno contra las regulaciones, las formalidades y la casta como sujeto monstruoso que vive gracias a esas regulaciones y formalidades. Como no hay un solo espacio social donde no sea posible encontrar privilegios entre referentes de todo tipo (barriales, vecinales, deportivos, escolares e incluso religiosos), la noción de casta siempre adquiere sentido popular cuando Milei la usa como mancha venenosa, para articular la hostilidad de la manera más conveniente para su gobierno (no es casual, ni inocuo, que Milei lo haya hecho con Villarruel). Inversamente, al menos por ahora, los miembros de la casta que pactan con Milei, son purificados por el presidente. La oposición social sin voz y la oposición política sin prestigio.

Demás está decir que esto no ocurre sin que gran parte de la argentina sufra y se oponga. Pero ese sufrimiento es tanto más doloroso para quienes lo padecen cuanto más se experimenta la insensatez de la dirigencia opositora. Esta, ilegítima e incapaz de generar alternativas y protestas, solo resulta infalible a la hora de ofrecerle al gobierno el espantapájaros que lo embellece, obligando a quienes quisieran protestar a elegir entre la vergüenza y el silencio. No es casual que la expresión crítica más nítida al gobierno, las marchas universitarias, de las que también participaron jóvenes votantes del oficialismo, fueran más masivas cuando no intentaron capitalizarlas dirigentes opositores, que con su presencia le restan potencia a un reclamo legítimo.

¿Qué se oye de lo que dicen los enunciadores opositores institucionalizados? Los formadores de opinión opositora kirchnerista comparan la crítica situación de “la economía real” con la del poder de compra de “la década ganada”, a la que invocan como un paraíso perdido. Los opositores institucionalizados de varios espacios políticos conectan la narrativa sobre el ajuste con “el egoísmo y la crueldad de los libertarios”. En el primer caso, se oye reivindicar un referente entre remoto y controversial, y en el segundo, se oye la queja de los privilegiados por perder sus rentas. La crítica está sometida a una espiral de silencio. Al tiempo que el oficialismo aprovecha al máximo el espacio de maniobra que le crea su victoria cultural más importante y menos planeada: “al que algo le falta es porque algo hizo mal”. Algo que recogido e interpretado de la vida social por el mileismo se combina con el efecto de las acciones represivas y con los incentivos materiales a nivel micro y macro a no protestar.

Fuera de los modos estériles de los opositores institucionalizados (“el ajuste no lo paga la casta”, “esto explota”) observamos reacciones más sutiles y reveladoras del estado anímico de la gente común que podría oponerse: la afirmación que “al final son todos lo mismo”, la sensación de estar “regalando el trabajo” o “trabajar el doble por lo mismo”, la percepción que " no hay inflación pero la plata no alcanza”, la voluntad de esperanza transformada en simple espera, o el ocultamiento del voto, son reacciones menos visibles y más genuinas por parte de quienes sufren pérdidas. Hay que poner atención sobre ese fenómeno invisibilizado, porque el gobierno apabulla y porque este, como todos los gobiernos cree, con las anteojeras ideológicas puestas, que los triunfos son eternos… También está ahí la consternación que genera Milei con los universitarios pobres y empobrecidos que fueron sus votantes y a los cuales su política les niega existencia o la viabilidad de las universidades a las que apostaron su progreso.

Ante la densificación política y organizativa del oficialismo

Nada de esto ocurriría sin la densificación política, organizativa e ideológica de LLA. Desde la pandemia en adelante asistimos al proceso de emergencia y consolidación de una nueva fuerza política que creció a partir de presentarse como oposición radical a todos los ex oficialismos. La densificación que despliega LLA responde al desafío de armar un nuevo oficialismo: la carta de navegación vencida de la oposición, hacía pensar que no habría capacidad oficialista para organizar estructuras, que faltarían argumentos para legitimar el ajuste, o escasearían habilidad, templanza y recursos para forzar cooperación e imaginar horizontes de futuro para el mandato. La voluntad de poder generó todo eso en el breve plazo de un año y no es extraordinario: la política es muchas veces así, solo la inercia del viejo paradigma de gobierno les hizo pensar a la oposición que no ocurriría.

Mientras tanto la oposición espera que la crisis socioeconómica haga el trabajo político, hace lo indecible por impedir cualquier renovación de ideas, repertorios y figuras y se autocompadece con sociología de autoayuda: que las redes sociales, que las “olas globales”, que el péndulo, que los medios, que las psicologizaciones ad nauseam del liderazgo de Milei.

En su éxtasis, las fuerzas del oficialismo coquetean con el fascismo porque un nuevo mapa político normalizó la preferencia por la desigualdad y el autoritarismo. En ese contexto la emergencia de un mundo multipolar que acota los márgenes del cosmopolitismo liberal e intensifica la “lucha contra la agenda 2030″, se une a un nacionalismo individualista de titanes del mercado. Ese doble movimiento permite que el agua y el aceite del nacionalismo y el liberalismo emulsionen, se fusionen y se hagan al mismo tiempo más sólidos y más amplios.

Dentro de la oposición pocas fuerzas políticas parecen asumir que se trata de un peligro histórico, mientras la mayor parte permanece distraída entre la atracción por el programa económico y la obstinación en repertorios, figuras e ideas, que han logrado la doble hazaña de minoritizar al peronismo y enlodar banderas igualitarias y democráticas. Con estos enemigos, Milei no necesita amigos.

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