Trump y sus nuevas circunstancias históricas

La transición hacia un orden internacional multipolar redefine el equilibrio de poder global. Nacionalismos identitarios y tensiones geopolíticas marcan un cambio profundo. Las hegemonías tradicionales enfrentan crecientes desafíos desde Asia, África y Medio Oriente

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El presidente de Francia Emmanuel
El presidente de Francia Emmanuel Macron, al centro, acompañado del presidente entrante de Estados Unidos, Donald Trump, a la izquierda, y el mandatario ucraniano Volodymyr Zelenskyy, el sábado 7 de diciembre de 2024, en París. (AP Foto/Aurelien Morissard)

El equilibrio de poder internacional ya es una realidad actual. Muchos países están participando de la transición hacia un mundo multinodal, en el cual ninguno de ellos (ni aún los más poderosos) pueden ejercer un dominio completo sobre otros espacios nacionales. En estos tiempos, los gobiernos y pueblos están igualmente comunicados; las opiniones públicas influyen; los conflictos globales se dirimen en un espectro muy amplio de espacios de la actividad humana y no sólo en las clásicas guerras de antaño.

El fenómeno Trump es contemporáneo con procesos similares del “soberanismo identitario y tradicionalista” que ocurren en varios países, crecientemente poderosos.

Putin se apoya fuertemente en la Iglesia Ortodoxa Rusa; China recupera orgullosamente el esplendor de su grandeza milenaria, rescatando el imperio confuciano tradicional; En la India, de la mano del hinduismo, Mori quiere restaurar el Hindutva, la identidad india, el poderío de la India pre colonial inglesa; Turquía se vuelve más musulmana y menos laica; procesos similares ocurren en Israel, en Arabia Saudita, en Irán, en Vietnam, en Indonesia, en varios países africanos y también en otros países, con menor intensidad. Brasil, único caso histórico de un territorio colonial que durante cierto tiempo pasó de ser colonia a ser la capital del imperio (portugués) es aún una incógnita.

El modelo “demócrata y liberal” de Occidente, globalista, cosmopolita y agnóstico, propuesto por EEUU y Europa en las últimas décadas, está bastante cuestionado, fuera y dentro de Occidente. En el mundo hiperpoblado de Asia y África, se observan crecientes tendencias nacionalistas poco amigables con ese Occidente, que pretende exportar globalmente su modelo y dar lecciones de democracia al resto del mundo. Con ese marco de referencia, el fenómeno Trump merece una interpretación comparativa para entender los futuros escenarios geopolíticos. No es el clásico nacionalismo que llevó a las dos guerras mundiales o un clásico imperialismo de los años 60-70. El nuevo soberanismo norteamericano tiene raigambres culturales y épicas, de índole religiosas, individualista pero simultáneamente orgullosa de su fortaleza nacional, patriotismo que rememora sus épocas de consolidación nacional, casi de una era premoderna, nada liberal y proteccionista de su desarrollo y custodia de los empleos nacionales. Bastante opuesto a la política de Milei, que, si bien copia algunos aspectos culturales, es productivamente lo contrario, muy liberal y destructor de empleos nacionales; y defensor de soberanías ajenas y no de la propia.

El problema principal para Trump no son los adversarios de EEUU, sino el Deep State, que es una estructura inercial que se resiste a las decisiones contrarias a sus iniciativas o intereses, por lo que no todas las ideas de Trump podrán fácilmente materializarse. Está conformado por las burocracias internas, los intereses empresarios, los lobistas nacionales e internacionales, los aportantes de las campañas políticas, y los intereses de sus aliados estaduales. Manejar todo eso sin desequilibrar los planes geopolíticos no es una tarea sencilla.

Un destacado político alemán, comentaba la razón oculta de la absurda iniciación y continuación de la guerra en Ucrania indicando que no sólo era un campo de prueba de nuevos sistemas de armas, sino que inducía a que nuevos países se incorporaran a la OTAN. Como en cualquier otro tratado de alianza militar multinacional, es necesario unificar las regulaciones y especificaciones de los sistemas de armas, debido al concepto de “interoperabilidad de los sistemas”; es decir, el socio principal termina escribiendo los pliegos de las licitaciones de armas; y ya se sabe el resultado: sólo hay 4 o 5 proveedores (casi siempre norteamericanos) que cumplen con las especificaciones del pliego licitado.

En relación a las promesas de Trump para terminar la guerra en Ucrania puede haber muchas alternativas al respecto. No lo haría por simpatías con Putin, sino porque Ucrania nunca puede ganar esa guerra. Pero en lugar de detenerla y establecer una paz con límites fronterizos definidos, podría congelar el conflicto en lugar de resolverlo, e iniciar largas conversaciones de paz. Mantener una brasa encendida sin el fuego prendido. Eso le permitiría reservar a Ucrania como una herramienta para los intereses de EEUU, una estrategia a largo plazo para contrarrestar a Rusia y lograr hacer ingresar más países a la OTAN, un modo elegante de expandir la industria norteamericana.

Trump ha nombrado al Tte. Gral. (R) Keith Kellogg como enviado de EEUU a Ucrania y Rusia; es coautor de un artículo que propone poner fin a la guerra retirando las armas de Ucrania si no entabla conversaciones de paz, al tiempo que advierte a Moscú que, si se niega a negociar, el apoyo estadounidense a Ucrania aumentará. El mismo documento critica a Biden por tener una “política hostil” hacia Rusia, convirtiéndola en enemiga de EEUU, y de haber empujado a Rusia a los brazos de China , facilitando el desarrollo del eje Rusia-China-Irán-Corea del Norte. El vicepresidente electo Vance, ha argumentado que el apoyo estadounidense a Ucrania supone una pérdida de recursos necesarios para contrarrestar la principal amenaza de seguridad de Washington, China.

Ante la decisión de Biden de aprobar el uso de misiles ATACMS contra objetivos dentro de Rusia para complicar a Trump, los rusos han comenzado a utilizar una serie de armas novedosas, pensadas originalmente para compensar la no continuación del tratado de limitación de armas nucleares. El misil Oreshnik es una nueva generación de cohete de alcance intermedio (3.000 km y potencialmente de 5.000 km), pero no intercontinental, equipado con múltiples vehículos de reentrada con objetivos independientes (MIRV), es decir, con ojivas de separación con unidades de guía individuales. Tiene una velocidad de Mach 11; superior a 12.000 km por hora.

En concordancia con estos debates, Vladímir Zelenski, admitió por primera vez, un cambio drástico de dirección: el de estar dispuesto a ceder territorio a Rusia con el fin de acabar con la “fase caliente de la guerra”. Zelensky pidió a cambio un “paraguas de la OTAN” sobre las tierras que aún siguen bajo el dominio de Kiev, y que dicha situación se resuelva por vía diplomática.

Medio Oriente, Israel e Irán

Israel quiere seguir controlando la seguridad en Gaza, imponer un nuevo orden en el Líbano, neutralizar a los representantes de Irán en Irak, Siria y Yemen; eliminar la amenaza nuclear de Irán y enterrar para siempre las perspectivas de la solución de los dos Estados. La coalición política interna de Netanyahu con Smotrich y Ben-Gvir, dos ideólogos de derecha, sigue presionando para lograr esos objetivos: “El 2025 será, con ayuda de Dios, el año de la soberanía [israelí] en Judea y Samaria”, es decir sobre toda Cisjordania. Pero la realidad es que Irán y sus aliados no desaparecerán. Hamás, Hezbolá y los hutíes siguen demostrando resiliencia y empezaron a reagruparse después de los duros golpes asestados por Israel

El “inquebrantable” apoyo de Trump a Israel, no significa extenderlo automáticamente a Netayahu. Nombró al empresario libanés-norteamericano Masad Boulos como asesor principal en asuntos árabes y para Medio Oriente. Este empresario ha sido una pieza clave para la campaña, ayudando a movilizar a los votantes “árabes y musulmanes estadounidenses” que facilitaron su victoria. Boulos es además el suegro de su hija Tiffany. Pese a ser un abogado con experiencia internacional le espera una tarea harto compleja dado tantos antecedentes fallidos en los arreglos pacificadores de Medio Oriente.

Atendiendo a la aversión de Trump a las guerras en el exterior, seguramente pondrá límites y condiciones a Israel. Recordemos el efímero plan de paz israelí-palestino de Trump (2020) “Paz para la Prosperidad”, que contemplaba la creación final de un estado palestino que fue atacado por los líderes de los colonos por “poner en peligro la existencia del Estado de Israel”. Durante la campaña dijo que “tenemos que llegar a un acuerdo” con Teherán (seguramente mediante duras negociaciones) y un mes después comentó que “detendría el sufrimiento y la destrucción en el Líbano”.

Arabia Saudita, un poder emergente, proclive a hacer alianzas oscilantes, exigirá, por la posición mayoritaria de su población, que en las negociaciones haya algún tipo de vía hacia la creación de un Estado palestino; precio que Smotrich y Ben-Gvir nunca se comprometerán a pagar. Un ajedrez complejo, donde no todos van a ganar. Además, Arabia Saudita puede tener muy poca inclinación a seguir antagonizando con Irán, como lo demuestra la cordial recepción que le dieron en Riad al ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi, los estados árabes, incluidos Jordania, Egipto, Qatar y Omán.

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