“Mi hija no va a tener más Historia en la escuela”, me dijo una vecina de Lugano hace unos días. Su hija cursa sus estudios secundarios en una de las 39 escuelas piloto donde la actual gestión de la Ciudad de Buenos Aires aplicará la nueva reforma “Secundaria Aprende”. Reconozco en esta poderosa afirmación un ordenador de las preguntas que muchos y muchas venimos haciéndonos respecto del nivel secundario, sobre sus formatos y, fundamentalmente, sus sentidos. La preocupación por las necesarias transformaciones de este nivel son ideas que aglutinan, puntos de encuentro que traspasan las fronteras entre propios y ajenos. A su vez, ocurre con estas afirmaciones que cada uno les asigna sentido propio.
La nueva reforma -la última fue hace sólo 5 años- aborda algunas cuestiones importantes y atendibles como la concentración horaria de docentes en instituciones educativas y la eliminación de la repitencia. Pero volvamos. ¿De dónde parte la preocupación señalada inicialmente? Efectivamente la reforma establece distintos “estatus” entre las actuales asignaturas del diseño curricular. Determina que existirán materias llamadas “fundamentales” como Matemática, Lengua y Literatura e Inglés, que mantienen su formato actual y son consideradas troncales a la formación. Mientras, el resto de las asignaturas pasarán a un formato de “laboratorio”, y la mayoría tendría carácter electivo.
No hay dudas de que la escuela secundaria debe recuperar el sentido y la relevancia que ha perdido para muchos jóvenes. Proponer distintos recorridos curriculares que puedan tener mayor vinculación con los intereses de los estudiantes es una estrategia interesante. Sin embargo, esto no puede traducirse en una suerte de “menú a la carta”, en circuitos personalizados de enseñanza que no son deseables en términos de política educativa y que requieren de una serie de recursos que hoy no están previstos. La escuela es una de las pocas instituciones que brinda un suelo compartido de reflexiones y conocimientos indispensables para todos los ciudadanos y ciudadanas de la patria, independientemente de la singularidad de sus deseos, habilidades y preferencias. Esa función de construcción de lo común tal vez sea más contracultural que nunca, en tiempos algorítmicos de fragmentación y repliegue constante del sujeto sobre sí mismo.
Por otro lado, la idea de considerar como fundamentales determinados contenidos básicos -ligados a aquello que las pruebas miden- y dejar por fuera y con carácter de optatividad toda otra serie de conocimientos, igualmente significativos en los procesos de aprendizaje, es quizás el punto más preocupante de la propuesta. Dicho de forma más sencilla: no se puede escamotear experiencia educativa ni campos disciplinares de conocimiento, mucho menos en una época regida por la lógica de la aceleración, de la simplificación y del “puro presente”, en donde se desdibujan las causas históricas que explican mucho de lo que se presenta como “novedad”.
Hoy más que nunca, lo que se vuelve “fundamental” -parafraseando la propuesta analizada-, es fortalecer aquellos campos del saber que invitan y obligan a analizar de forma compleja los acontecimientos sociales, atendiendo a sus dimensiones conflictivas, como lo hacen las Ciencias Sociales en general y la Historia en particular. Es en la Historia y en su comprensión donde se encuentran claves que ayudan a bajarse del “permanente torbellino de actualidad” que arrastra a pensar y vivir el presente como una avalancha de información, que obligan a discernir y compartir cierto criterio de verdad. Es con más Historia en la escuela, no con menos.
La escuela es el lugar donde suceden prácticas cognitivas que requieren otros tiempos: el saber, la experiencia, el conocimiento. Pensar cómo adquirir las transformaciones necesarias para dar respuesta a esta época no debe implicar subsumirse a las lógicas imperantes, sino por el contrario, fortalecer aquellas cualidades que la vuelven insustituible y que promueven otras formas de relacionarse con el mundo. Como todo anuncio de reforma, resta ver los alcances que luego tendrá en su implementación. No pretendo caer en la lógica imperante de producir juicios cerrados ni mucho menos fagocitar ridículas denuncias penales a determinadas propuestas pedagógicas. Se trata de poner énfasis en aquellos aspectos que quizás pasan desapercibidos, pero representan una preocupación genuina para familias, estudiantes y docentes de la Ciudad de Buenos Aires.