A un año de la masacre del 7 de octubre, la región del Oriente Medio atraviesa una transformación marcada por el acuerdo alcanzado entre Israel y el Líbano. Tras una operación militar sin precedentes, Israel logró destruir por completo la cúpula de Hezbollah, incluido su líder Hassan Nasrallah, obligando a la organización a aceptar términos que, hasta hace poco, parecían inalcanzables. Este pacto no solo redefine la seguridad en la frontera norte, sino que también tiene profundas implicaciones para la guerra en Gaza y la dinámica regional en su conjunto.
El acuerdo establece un cese de las hostilidades entre Israel y todos los grupos armados del Líbano, reafirma el compromiso con la Resolución 1701 de la ONU y dispone que solo el ejército libanés y las fuerzas de seguridad oficiales puedan portar armas en el sur del país. También contempla la retirada gradual de las tropas israelíes del sur del Líbano y la creación de un comité conjunto para supervisar su cumplimiento. Estos puntos, aunque significativos, son un testimonio del enorme costo que tanto Israel como el Líbano han tenido que asumir para alcanzar este nuevo equilibrio.
Para el Líbano, el acuerdo representa un golpe devastador a Hezbollah, que durante décadas fungió como el brazo militar y político más poderoso del país. La pérdida de su liderazgo, combinada con el desmantelamiento de sus capacidades militares en el sur, deja un vacío que podría ser difícil de llenar, incluso para Irán, su principal patrocinador. El desarme de Hezbollah no solo humilla a la organización, sino que también expone la fragilidad del Estado libanés, que ahora debe asumir un papel que ha evitado durante años: controlar sus fronteras y garantizar que no se utilicen para ataques contra Israel. Esto, sin embargo, llega en un momento en el que el Líbano enfrenta una crisis económica y política sin precedentes, lo que pone en duda su capacidad para implementar completamente los términos del acuerdo.
Para Israel, el pacto es una victoria estratégica, pero no exenta de sacrificios. Asegurar la frontera norte era una prioridad después de la masacre del 7 de octubre, y este acuerdo abre la puerta a la estabilidad en una región históricamente convulsa. Sin embargo, el alto costo humano y militar de mantener la presión simultáneamente en el Líbano y en Gaza plantea preguntas sobre la sostenibilidad de este enfoque. A pesar del éxito en el norte, la guerra en Gaza sigue activa y con objetivos claros, pero aún incompletos: garantizar la seguridad de todos los ciudadanos israelíes, permitir el regreso seguro de los evacuados del norte, lograr la rendición de Hamas y asegurar la liberación de los 101 rehenes que aún permanecen en manos del grupo terrorista.
La situación en Gaza es distinta y, en muchos sentidos, más compleja que la del Líbano. Mientras que el conflicto en el norte giraba en torno al debilitamiento de una estructura paramilitar específica, en Gaza el desafío radica en desarraigar a un grupo profundamente enraizado en el tejido social y político del territorio. Hamas no solo controla Gaza militarmente, sino también administrativamente, lo que complica cualquier intento de erradicarlo sin provocar un colapso total que podría ser aprovechado por otros grupos extremistas. Sin embargo, la estrategia de Israel ha sido clara: no permitir que Hamas sobreviva como entidad gobernante y evitar cualquier financiamiento externo que pueda ser utilizado para fortalecer su infraestructura terrorista.
En este contexto, el éxito en el Líbano tiene implicaciones directas para Gaza. El debilitamiento de Hezbollah envía un mensaje contundente a Hamas y a sus patrocinadores: la resistencia no es ilimitada frente a una operación militar decidida y sostenida. Sin embargo, también deja a Israel en una posición donde debe demostrar que puede replicar en Gaza lo que ha logrado en el norte, pero con un enfoque adaptado a las particularidades del conflicto en este territorio.
Para lograr sus objetivos, Israel necesita mantener la presión militar sobre Hamas mientras asegura que cualquier solución política incluya garantías tangibles para la seguridad de sus ciudadanos. Esto implica no solo la eliminación de la infraestructura militar de Hamas, sino también la creación de un marco internacional que supervise la reconstrucción de Gaza de manera que no permita el resurgimiento del grupo. Además, la liberación de los rehenes es una prioridad absoluta, tanto desde un punto de vista estratégico como moral. Cada día que pasa sin su regreso refuerza la narrativa de Hamas y mina la percepción de éxito de Israel en esta guerra.
El acuerdo con el Líbano también tiene implicaciones más amplias para la dinámica regional. Irán, el principal patrocinador de Hezbollah y Hamas, ve cómo su capacidad de proyectar poder en la región se reduce significativamente. Esto podría obligar a Teherán a reevaluar su estrategia y centrarse en otros aliados como las milicias chiitas en Irak o los hutíes en Yemen. Al mismo tiempo, actores como Turquía y Qatar, que han buscado aumentar su influencia en la región, podrían aprovechar este vacío para posicionarse como mediadores o incluso como patrocinadores de nuevas dinámicas de poder.
En última instancia, el éxito de Israel en el Líbano debe ser visto como un paso en un proceso más amplio para garantizar su seguridad a largo plazo. Sin embargo, la estabilidad en Gaza sigue siendo el principal desafío. Mientras que el acuerdo con el Líbano representa un modelo de lo que se puede lograr mediante una combinación de presión militar y diplomacia, Gaza requiere una solución más integral que aborde las raíces del conflicto, incluida la falta de oportunidades económicas y la ausencia de una gobernanza legítima.
El costo de esta guerra, tanto en el norte como en Gaza, es un recordatorio de la fragilidad de la paz en el Oriente Medio. Sin embargo, el acuerdo con el Líbano también ofrece una oportunidad única para redefinir las dinámicas de seguridad en la región. A medida que Israel avanza hacia la consolidación de sus objetivos, será crucial que mantenga un enfoque equilibrado que combine fuerza militar con estrategias políticas y diplomáticas para garantizar un futuro más seguro y estable para todos sus ciudadanos. Medio Oriente no perdona la debilidad ni las decisiones tibias; en esta región, solo quienes actúan con firmeza y claridad estratégica tienen alguna posibilidad de moldear el futuro a su favor.