El peligroso precio de abandonar la “cultura estratégica” en la política internacional

Aumenta la tensión estratégica entre Rusia y la OTAN tras el incremento de violencia en la guerra

Rusia lanza un misil balístico de alcance intermedio sobre Dnipró en respuesta al uso de sistemas de artillería autorizados por Estados Unidos a Ucrania (Foto archivo. EFE/EPA/Marcin Gadomski)

Como consecuencia de la autorización estadounidense a Kiev para que utilice sistemas de artillería de precisión de mediano alcance para atacar a Rusia, el panorama de la guerra (que está por ingresar en su cuarto invierno) se tornó más riesgoso que nunca, pues Rusia podría responder con armas más sofisticadas, como de hecho lo hizo lanzando un misil balístico de alcance intermedio IRBM (Intermediate-Range Ballistic Missile) sobre la ciudad ucraniana de Dnipró, la cuarta más poblada del país ubicada en la zona central.

Por tanto, la guerra ascendió otro escalón en su nivel de violencia, pero, sin duda lo más inquietante, se tensó más el nivel estratégico de la misma, esto es, la confrontación indirecta o el estado de “no guerra” que existe entre Rusia y la OTAN.

Una vez más ha vuelto a sobrevolar la posibilidad de uso de armas de exterminio masivo (nucleares) por parte de Rusia, que hace poco “reajustó” su doctrina nuclear para adoptarla a la situación que afronta, es decir, llegar a usar el artefacto contra un Estado no nuclear apoyado por actores nucleares. Es pertinente recordar que los países europeos que no tienen armas nucleares propias pero almacenan esas armas, como Alemania o Italia, son considerados “no nucleares-nucleares”.

Para “rebajar” relativamente la preocupación, podría considerarse que si el presidente estadounidense autorizó al presidente Zelensky a usar los ATACMS (Army Tactical Missile Systems), es porque sus asesores le habrían informado que por ahora Vladimir Putin no recurrirá al “átomo militar”.

En este sentido, es posible que dicha autorización haya tenido como objetivo intentar refrenar el avance de las fuerzas rusas, y lograr que Ucrania alcance ganancias territoriales ante un eventual final de la guerra y la apertura de complejas negociaciones.

Pero esto es nada más que una hipótesis, porque no podemos dejar de considerar que si Rusia logra finalmente ganancias de poder, es decir, se queda con el 20 por ciento del territorio de Ucrania y este país no se integra a la OTAN, la derrota no habrá sido solo de Ucrania sino también (y sobre todo) de la OTAN, un escenario difícil de “digerir” para una Alianza no sólo ganadora de la Guerra Fría, sino “autopercibida” como el sheriff global que se ocupa de perseguir y “colocar en caja” a los “Estados villanos”.

Si en su momento, es decir, antes del 24 de febrero de 2022 cuando Rusia inició su operación militar sobre Ucrania, Occidente hubiera considerado la marcha de Ucrania hacia un estatus de neutralidad reforzada, difícilmente habría ocurrido la invasión, más allá de que la guerra silenciosa que tenía lugar en el este de Ucrania (2014-2022) y el fracaso de los acuerdos de Minsk inquietaban cada vez más a Rusia.

Es decir, si hubiera predominado la “cultura estratégica” entre “los que cuentan”, como denominaba el guerrero e historiador ateniense Tucídides a los principales poderes, y Occidente no hubiera dado lugar a las preferencias geopolíticas y estratégicas de Ucrania, un actor importante pero no de la clase preeminente, no se habría llegado a la guerra ni se habría trastornado la seguridad regional, continental y global. Porque aún en el mejor de los casos, es decir, que cese el fuego y se inicien conversaciones, será muy difícil restaurar la confianza internacional. Además, desde el norte de Finlandia hasta las costas de Turquía (la nueva “cortina de hierro”) el grado de acumulación militar será cada vez mayor y perdurará por mucho tiempo.

Si hubo una intencionalidad relativa con llevar a Rusia al desangrado con el propósito de debilitarla y lateralizarla en la política internacional, ello tampoco tiene justificación pues el precio y los riesgos alcanzan a todos (menos, claro, al complejo industrial armamentista).

Siempre es preciso mirar hacia atrás en la política internacional cuando de evitar crisis de escala se trata, más hoy con la existencia de armas mortíferas. Si en la Europa de hoy Otto von Bismarck hubiera sido canciller, jamás habría aconsejado desafiar a Rusia, aún desde una posición ganadora.

Seguramente, el estadista prusiano habría priorizado una “diagonal estratégica”, es decir, un esquema de poder fundado en un equilibrio entre “los que cuentan” que evitara que la seguridad de algunos se alcanzara en detrimento de la inseguridad de otros, que fue la clave para entender el porqué de la invasión rusa.

Diagonal estratégica fue, precisamente, lo que no hubo ni se buscó durante todos estos largos años. En su lugar hubo ampliación sobre ampliación de la Alianza, más asentimiento a las preferencias de un actor no preeminente. George Kennan, creador de la concepción de contención a la URSS después de 1945, advirtió en 1997 (en una célebre nota publicada en The New York Times, cuando todavía la Alianza no se había extendido a Europa central) sobre las consecuencias peligrosas que tendría para la relación Occidente-Rusia la ampliación. Más tarde, Kenneth Waltz y Henry Kissinger, entre otros, advirtieron sobre los riesgos de continuar la ampliación en dirección de las “zonas rojas” rusas.

Hoy la cuestión ha ido tan lejos que las discusiones están centradas en el posible uso o no del arma nuclear. En principio, se podría considerar que si la victoria finalmente se inclina hacia el lado de Ucrania, entendiendo por ello, derrota rusa en el frente y expulsión de las fuerzas rusas del este y sur de Ucrania (Crimea incluida), se acrecentarían las posibilidades del uso por parte de Rusia; en cambio, si las fuerzas rusas continúan su avance (como está ocurriendo) y Occidente no transfiere a Kiev armas más poderosas para refrenar tal impulso, se reduciría tal posibilidad. Pero más allá de estas hipótesis, no se pueden descartar otras situaciones, por caso, un incidente militar o cibernético entre la OTAN y Rusia; un acto de sabotaje superior al del gasoducto Nord Stream en septiembre de 2022; un ataque de proporciones en una ciudad de Rusia, etc.

En el futuro cercano esta guerra seguramente será considerada un caso de guerra innecesaria a la que se llegó por haber sido subestimada y dejada de lado la “cultura estratégica” por parte de los poderes mayores; como una guerra desestabilizadora a escala global; y como el hecho fallido que planteó interrogantes en relación con la disuasión nuclear e impidió la construcción de un orden internacional.

Esperemos, al menos, que así sea considerada y no como la guerra que empujó al mundo hacia lo desconocido.