Cada tercer jueves de noviembre, se celebra el Día Mundial de la Filosofía, un mojón para reflexionar acerca de la importancia del pensamiento crítico en medio de la prisa cotidiana, donde las certezas parecen desmoronarse y las grietas están a la orden del día. Una disciplina que se transforma en una herramienta fundamental para encontrar fundamentos a los hechos que vivimos a diario.
Comúnmente nos acercamos a la filosofía de una manera estática y sistemática, generalmente en la escuela secundaria. De esa manera, muchos la recuerdan como algo inútil e innecesario por la aridez del recorrido escolar. Sin embargo, si realmente llega a nosotros de un modo más original, de la mano de algún profesor que saltó y salió del sistema filosófico tradicional, nos sorprende y por qué no, se nos aparece como una disciplina incómoda que moviliza certezas que parecían incuestionables e invita a hacerse preguntas, a detenerse.
En realidad, enseña –o debería hacerlo– a pensar críticamente, a desconfiar de las verdades absolutas y a buscar una comprensión más profunda de la realidad. Nos recuerda que no todas las cuestiones son simples y que muchas veces las preguntas son más importantes que las respuestas.
La filosofía, en la era de sobreinformación, donde las noticias falsas, los algoritmos y las opiniones superficiales dominan nuestras interacciones y hasta tiene consecuencias en nuestro humor personal, podría ayudar a discernir lo que es valioso de lo que no lo es y a distinguir entre lo urgente y lo importante. Pero para eso nos debe interesar mirar más allá de lo que se nos presenta y posicionarnos de manera diferente frente a la realidad.
Tal como nos enseñó el filósofo Karl Jaspers, comenzamos a filosofar ante la duda, ante el asombro o frente a lo evidente y ante las situaciones límites. “¿Existe Dios?, ¿hay vida después de la muerte?, ¿soy feliz al lado de esta persona?, ¿quiero trabajar de esto el resto de mi vida?”.
Estas, como otras tantas, son preguntas que todos nos hemos hecho, en alguna medida, alguna vez. Sin embargo, en los tiempos que corren, surgen otras, que nos instan a pensarnos en comunidad, como, por ejemplo: ¿qué significa ser humano en la era de la inteligencia artificial?, ¿cómo podemos vivir de manera ética en un mundo interconectado, pero, a su vez, desigual? ¿Qué responsabilidad tenemos frente a la crisis climática?, preguntas que no tienen respuestas sencillas ni generalizables, pero ignorarlas sería un error imperdonable.
Entonces, celebrar el día de la filosofía no es solo una fecha en el calendario, es una invitación a que todos y cada uno, sin importar nuestra formación o profesión, nos detengamos y reflexionemos.
Filosofar no requiere entender textos complejos, demanda voluntad personal para interpelarnos, para que elijamos con criterio con quién y cómo queremos vivir, no sólo en lo individual, sino también en lo colectivo. Implica reflexionar, a veces ayudado por algún autor referente del tema, para cuestionar el mundo o incluso a nosotros mismos.Este día nos recuerda que, más allá de nuestras diferencias, somos capaces de pensar, de extrañarnos frente a lo obvio y construir la vida que queremos, pero, también, plantear un futuro más reflexivo y humano.