Llega el fin del año lectivo, y en muchas escuelas, también la ceremonia de entrega de medallas. Los chicos suben al escenario y, con orgullo, algunos reciben su reconocimiento. La directora anuncia a “los mejores alumnos del año”, y allí queda implícita una pregunta que quizás muchos se hacen: ¿qué significa realmente ser “el mejor alumno”? ¿Es el que saca las mejores notas? ¿O tal vez es algo más?
¿Qué buscan realmente las medallas? Para muchos chicos, recibir una medalla es un momento de alegría, pero para otros, es el recordatorio de que, pese a todo su esfuerzo, no lograron destacar. Y es que las medallas escolares, en lugar de motivar a esforzarse más, a veces pueden ser motivo de frustración para quienes sienten que nunca las alcanzarán, sin importar cuánto se esfuercen. La verdadera pregunta es: ¿estas ceremonias de premiación logran el objetivo de motivar a los estudiantes o terminan reforzando la idea de que solo algunos pueden “ganar”?
Lo que sabemos es que el aprendizaje debería ser un viaje en el que cada chico descubra sus fortalezas, avance a su ritmo, y sienta que el esfuerzo es valioso en sí mismo. Si una medalla solo premia al “mejor”, ¿qué mensaje estamos enviando al resto? Que solo un tipo de éxito importa y que solo algunos merecen el reconocimiento. En realidad, sabemos que todos los chicos tienen algo que aportar, cada uno a su manera.
Premiar solo a los primeros puede hacernos olvidar lo importante: que el esfuerzo y la perseverancia son en sí mismos un logro. Es el chico que practica incansablemente, el que se levanta después de un error, el que avanza un poquito más cada día, aunque no sea “el mejor” según los criterios tradicionales. Estos logros, invisibles a simple vista, son los que realmente forman a los chicos para enfrentar desafíos, tanto dentro como fuera de la escuela.
Tal vez llegó la hora de replantearnos qué significa “reconocer” a nuestros alumnos. En lugar de una medalla para unos pocos, ¿por qué no abrir un espacio donde cada niño pueda reflexionar sobre sus logros, aquello de lo que está orgulloso, aquello que logró con esfuerzo? Cada uno tiene algo que celebrar, y al permitir que lo expresen, estamos cultivando algo más valioso que una simple premiación: una motivación que viene de adentro, de la satisfacción personal de haber dado lo mejor.
La escuela debería ser un lugar donde los chicos compitan contra ellos mismos, no entre ellos. Que se esfuercen por mejorar día a día, por descubrir que son capaces de enfrentar desafíos y por entender que el aprendizaje es una aventura que no termina con una nota o un trofeo. Al destacar a unos pocos, a veces nos olvidamos que cada estudiante tiene su propio camino y sus propios logros.
Las habilidades de algunos no siempre son académicas; quizás hay quienes son excelentes para conectar con otros, para apoyar, para resolver problemas o para enfrentar con optimismo los desafíos.
En vez de insistir en premios que, lejos de inspirar, generan rivalidad y, a veces, frustración, podríamos celebrar a cada niño por lo que ha logrado a su manera. Esto no significa “premiar a todos por igual”, sino darle a cada uno la oportunidad de reconocer en qué ha avanzado, de sentirse orgulloso de ese progreso.
Acompañar el aprendizaje emocional
No todos ganarán siempre, y esa es una realidad de la vida que es importante enseñar. Pero también es nuestra responsabilidad acompañarlos en este proceso: ayudarles a gestionar la frustración, a entender que su esfuerzo vale por sí mismo, independientemente de un premio. Que la vida no siempre premia a quienes más lo merecen, pero que el esfuerzo y la constancia son siempre recompensas personales. En esta etapa, en la que los chicos están desarrollando su identidad y autoestima, es esencial mostrarles que su valor no depende de una medalla.
Algunos pasos para acompañar a los chicos en casa:
- Ayudemos a los chicos a reconocer que el esfuerzo que hacen es para ellos mismos, no para un premio externo.
- Antes de una premiación, hablar sobre la posibilidad de no ganar puede ayudarlos a procesar mejor el resultado, sea cual sea.
- Es normal que se sientan frustrados si no reciben un reconocimiento. En lugar de minimizarlo, ayudémoslos a gestionar esas emociones y a reconocer el valor de su esfuerzo.
- Fomentemos la idea de que siempre pueden mejorar, no para competir con otros, sino para ser la mejor versión de sí mismos.
- Enseñemos a los chicos que lo importante no es ser “el mejor”, sino aprender y mejorar, y que cada desafío es una oportunidad para crecer.
- Incentivemos a los chicos a reconocer sus logros, por pequeños que sean, y a valorar su esfuerzo y perseverancia.
La resiliencia emocional, esa capacidad para enfrentar los altibajos, se construye cuando los chicos aprenden a levantarse frente a los fracasos y a ver sus logros de forma interna, sin depender de un premio. Nuestro rol, ya sea como educadores o familias, es preparar a los chicos para una vida que no siempre premia, pero que siempre les ofrece la oportunidad de aprender. La escuela, por lo tanto, debe ser un lugar para explorar, para aprender y para construir amistades, no un espacio que refuerce la rivalidad ni la necesidad de validación externa.