Por qué no somos libres de elegir

¿Somos realmente libres de elegir cuando las alternativas a votar son a gobernantes y funcionarios que en una alarmante mayoría son mediocres, mentirosos o corruptos?

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Crisis de los partidos en
Crisis de los partidos en Argentina: Políticos enfocados en denuncias más que en propuestas concretas para el país. REUTERS/Agustin Marcarian

En una visita a Moscú durante un congreso internacional de física, tuve la oportunidad de recorrer la ciudad gracias a que un colega, un reconocido científico, me sirvió de guía. Era la época de la Perestroika, un proceso fascinante por la explosiva aunque transitoria libertad que surgía en un país que jamás había conocido la democracia. Destaco dos cosas que llamaron mi atención, por un lado, los diversos mítines, oradores improvisados y carteles en las calles con posturas políticas de todo tipo, desde defensores incondicionales del comunismo en vías de colapsar, hasta nostálgicos del régimen zarista. También llamó mi atención, a un costado de la mismísima Plaza Roja, un centenar de hombres formando fila frente a una casilla esperando su turno para mirar, a través de un agujero, la proyección de una película pornográfica.

Le pregunté a mi colega qué cosas habían estado prohibidas hasta entonces. Su respuesta fue reveladora: no había muchas prohibiciones explícitas, pero todos sabían qué estaba permitido. No hacía falta una lista extensa de censuras porque el sistema ya imponía una serie de opciones limitadas de las que era “obligatorio” elegir. La verdadera libertad, en realidad, tiene menos que ver con un poder elegir entre lo que te ofrecen, que con la posibilidad de decir “no” a lo que te quieren imponer.

Esta reflexión me llevó a pensar en nuestra realidad política en Argentina, especialmente en los balotajes de las últimas décadas, en las que muchísimos votantes han sido extorsionados a elegir entre dos opciones, una peor que la otra. A menudo, votar no es una decisión positiva, sino un acto de rechazo al “mal mayor”, lo que en los hechos se traduce en un votar en contra. Empleando un exceso de resignada ironía podríamos decir que, quizás, la mejor manera de blanquear esta situación sería erigir como presidente en un balotaje a aquel de los dos candidatos que reciba menos votos en contra...

Los partidos políticos en Argentina han sido destruidos o están vacíos de contenido. La enorme mayoría de los políticos se dedican más a denunciar que a proponer; su principal actividad es estar en campaña permanente movidos por encuestas y no por principios ni proyectos de país. La tragedia económica, política y social que padecemos, el desprecio por la educación y la salud, y el empobrecimiento, vienen ya de vieja data. Se debe a que sistemáticamente se ha confundido el Gobierno (que debería ser para todos) con el Estado (que debería ser de todos).

Populismo y frustración: Discurso simplista
Populismo y frustración: Discurso simplista en un gobierno que responsabiliza a la realidad por sus fallas económicas. REUTERS/Tomas Cuesta

La mediocridad, la nefasta arrogancia y la defensa de intereses espurios de la mayoría de los que han detentado ayer y detentan hoy el poder, actúa en asociación con la mediocridad y los intereses mezquinos de los altos funcionarios que los gobernantes de turno nombran para poblar el Estado con cargos políticos. A tal punto esto es cierto que cuando asume un nuevo gobierno, puede llegar a cambiar el portero de cualquier repartición pública en cuestión, mientras que en otros países los funcionarios son profesionales de carrera, se han formado para su cargo y lo alcanzan por mérito y experticia. Por eso, con cada cambio de gobierno es frecuente que se cumpla el “Principio de Peter Laurence” que nos dice que “en una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia”.

Todo esto ha llevado a que hoy padezcamos una etapa superior del populismo sostenido en un estado de frustración generalizado. Nos encontramos frente a un gobierno que, más aún que los anteriores, opera con discursos simplificadores y mentirosos, con la intolerancia y el insulto, exhibiendo a algunos funcionarios que en la propia Edad Media hubiesen sido acusados de retrógrados. Un gobierno, en fin, copado por “importantes” economistas que al equivocarse –y ya la gran mayoría de ellos probadamente se ha “equivocado”– culparán a la realidad por haber cambiado.

En este contexto, nuestra única esperanza frente a la sensación de perplejidad del presente es que alguna vez logremos ejercer la libertad individual y colectiva de elegir con dignidad, sin ser arrastrados por ninguno de los dos polos de la grieta de turno.

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