La enseñanza en el nivel superior está organizada por disciplinas, esto significa que los estudiantes se especializan en un área particular del conocimiento: la biología, la historia o la ingeniería, por ejemplo. Este enfoque tiene algunas ventajas como la profundidad de conocimiento, la especialización en el campo elegido y el desarrollo de habilidades específicas, tales como, por ejemplo, el pensamiento crítico en humanidades o la resolución de problemas en ciencias.
Ahora bien, esta especificidad lleva a un aislamiento disciplinario, a una fragmentación del saber, donde a menudo los estudiantes se quedan atrapados en un silo de conocimiento, lo que puede limitar su perspectiva. Esta atomización del saber puede convertir a algunas disciplinas en obsoletas o no reflejar las necesidades de la sociedad.
Entonces, es necesario plantear un cambio que fomente un enfoque interdisciplinario a fin de integrar diferentes áreas del conocimiento y a abordar problemas complejos desde múltiples ángulos implementando programas que incluyan cursos interdisciplinares o proyectos colaborativos entre diferentes asignaturas o facultades.
Por lo tanto, una posibilidad de transformación podría ser actualizar constantemente los contenidos a fin de fomentar la colaboración con empresas, industrias o instituciones- destino para asegurar que los programas académicos respondan a las demandas actuales.
Esta mirada requiere de metodologías de enseñanza más activas y participativas por parte del estudiante que faciliten aprendizajes más dinámicos y prácticos. A su vez, que no descuiden el desarrollo de habilidades blandas como la comunicación, el trabajo en equipo y cooperativo.
Ahora bien, para que esto suceda, los docentes deben actuar como facilitadores del aprendizaje, no deben ser simples transmisores de información, sino mediadores entre el estudiante y el conocimiento. Esto requiere un cambio de mentalidad y de formación docente, orientado no solo al dominio del contenido, sino también al desarrollo de habilidades pedagógico- didácticas que fomenten el pensamiento crítico, la creatividad y el aprendizaje autónomo. Capacitar a los educadores para que usen metodologías activas, como el aprendizaje basado en proyectos, el aula invertida y el aprendizaje colaborativo, es fundamental para que puedan involucrar a los estudiantes de manera más efectiva.
Hay muchas formas de innovar y mejorar el sistema educativo superior, solo hay que propiciar las oportunidades. La clave está en ser flexible y estar dispuesto a adaptarse a las necesidades cambiantes del mundo actual, donde docentes y gestión directiva promuevan nuevas maneras de enseñar y aprender.
La educación superior debe ir más allá de la especialización. En un mundo cada vez más interconectado, los problemas y desafíos no son disciplinarios, sino globales, y requieren un enfoque integral donde los profesionales puedan abarcar las necesidades de todos los ciudadanos. Esto significa que debemos fomentar un aprendizaje donde los estudiantes de diferentes carreras colaboran para abordar cuestiones complejas desde diversas perspectivas. Un enfoque de colaboración no solo enriquece el aprendizaje, sino que también prepara a los estudiantes para trabajar en equipos inter y transdisciplinarios, algo esencial en el mundo profesional actual. Por ende, las universidades y los Institutos de formación docente y técnicos deben promover proyectos conjuntos, investigaciones colaborativas y espacios donde se privilegie el intercambio de ideas y el trabajo conjunto.
Una educación superior de calidad debe ir más allá de la adquisición de conocimientos técnicos. Es fundamental que las instituciones sigan cumpliendo su rol formativo en la construcción de una ciudadanía crítica, responsable y ética. Fomentar el compromiso social, la solidaridad, la justicia y la equidad, debe ser un objetivo central en todas las disciplinas, esto no solo ayuda a formar mejores profesionales, sino también personas capaces de hacer frente a los desafíos de una sociedad globalizada y diversa que puedan comprender cómo ayudar al Otro.
La educación superior, al igual que la educación primaria y secundaria, debe ser una herramienta de cambio social, no solo para adaptar a los estudiantes a las demandas del mercado. Esta mirada debe ser impulsada por toda la comunidad educativa, donde docentes, estudiantes y las autoridades promuevan su papel transformador en la sociedad.