Oligarquías improductivas y burguesías nacionales

El reverso de toda concentración de la riqueza es el empobrecimiento de la sociedad

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Jockey Club de Buenos Aires en 1902 (Foto de Caras y Caretas)
Jockey Club de Buenos Aires en 1902 (Foto de Caras y Caretas)

Hay países cuyas oligarquías son responsables, propias, nacionales. Las nuestras, en cambio, solo se creen superiores, sin otras razones más que la frivolidad y el desapego que cultivan. La primera fue agropecuaria, explotaba los recursos primarios que nos había otorgado la naturaleza. Los terratenientes viajaban a Europa con la vaca atada y tirando manteca al techo. En Viaje al fin de la noche de Louis Ferdinand Céline es posible leer la frase “rico como un argentino”. Como puede apreciarse, precedimos a los jeques árabes. Aquellos viajeros solían traer obras del mejor arte, esas que nos hacen sentir orgullo por la riqueza de nuestro museo nacional. También copiaban los palacios y la arquitectura, lo que llevó a decir a André Malraux, en su visita a Buenos Aires: “Es la capital de un imperio que nunca existió”.

Nuestros ricos no fueron gente de echar raíces ni de emular a Europa en su Revolución Industrial; por el contrario, como siempre la democracia les quedó grande, recurrieron a su principal partido, las fuerzas armadas, para derribar uno tras otro los distintos intentos democráticos desde Yrigoyen en el 30 pasando por la Libertadora contra Perón en el 55, el derrocamiento de Frondizi y de Illia, en el 62 y el 66, respectivamente, hasta llegar al golpe de 1976. Gente distraída que durante la última dictadura mientras se consumaba el asesinato de revolucionarios no lo asumían y abrían bancos, entidades financieras, mataban a la par que destruían industrias. Las burguesías nacionales generan gente digna como lo es todo esforzado productor, todo generador de riqueza; en cambio, las oligarquías hereditarias son apátridas y engendran oscuros personajes que sueñan con vender patrimonio y acumularlo en los países que admiran, aquellos cuya burguesía industrial tuvo conciencia histórica y los ayudó a gestar su propio futuro.

En el último gobierno del general Perón, la guerrilla asesinaba en plena democracia; no solo actuaba con vocación suicida sino que servía de pretexto al golpe de Estado por venir. Cuando este hecho ocurrió, el 24 de marzo de 1976, ya estaba prácticamente diezmada, pero la gran excusa para la persecución de cualquier tipo de pensamiento que se opusiera al de la Junta Militar, desde el sindicalismo al estudiantado, se profundizó y sobrevinieron la masacre, la censura, las prohibiciones, la falta de libertad. Si de pretextos se trata y guardando las distancias, durante la presidencia de Alberto Fernández, había multitudes que cortaban las calles e irritaban a la sociedad. Parecían estar preparando el máximo logro del actual gobierno basado en organizar y llevar férreamente adelante una represión susceptible de devolver cierta tranquilidad a la ciudadanía y de paso, desalentar cualquier protesta genuina.

Nuestra oligarquía es improductiva. Como burguesía industrial tan solo fue incipiente, como oligarquía agropecuaria nunca tuvo una legítima vocación patriótica, y es por ese motivo que los gobiernos en los que delegaba el poder asaltaron los bienes colectivos, los del Estado, aquellos que habían construido nuestros mayores en distintos períodos. Se quedaron con los ferrocarriles que, curiosamente, al ser privatizados, fueron dejando de funcionar. Siempre dijeron ser liberales cuando en rigor jamás soportaron serlo, porque el exceso de libertad económica es la contracara de toda virtud política, incluso de la libertad de expresión y de prensa. El capitalismo no solo tiene al pensamiento de izquierda como enemigo, sino a uno mucho más horrendo y peligroso, los monopolios. En el presente, confrontan las patrias con los grandes grupos económicos, siendo algunos capitales más importantes que las naciones lo que representa un difícil desafío de estos tiempos, aun cuando muchos de ellos están adheridos incondicionalmente a la identidad de su pueblo. El reverso de toda concentración de la riqueza es el empobrecimiento de la sociedad.

Hoy los votos no importan, solo interesan los mercados, que vinieron a sustituir a la opinión de la sociedad, y la proliferación de las encuestas, en su mayoría, subsidiadas por los gobiernos que solo desnudan su pobreza y su irrealidad frente al hecho electoral.

Los que ayer fundaban bancos sin hacerse cargo de la sangre derramada, hoy leen encuestas o inventan cifras y reverdecimientos sin responsabilizarse por el exorbitante crecimiento de la miseria, consecuencia directa de sus irracionales ensayos. Cuando Milei y sus seguidores se refieren a los cien años, lo que conmemoran, en realidad, es la opresión del trabajador al tiempo que inventan una grandeza que jamás existió. Resulta difícil entender la esperanza de que el empobrecido termine votando a su empobrecedor. El gobierno anterior, con su proliferación de burocracias, terminó por justificar demencias de todo tipo, que hoy soportamos. Los gobiernos suelen ser un espejo de sus electores, el partido de los ricos actual, el único con organización y dirigencia plena, es tan analfabeto como perverso, posee tanta soberbia como mal gusto, con lo que se asemeja al oscuro personaje que nos gobierna.

Estados Unidos supo defender la libertad de mercado mientras fue el más fuerte. Hoy, asume un acendrado proteccionismo, clara expresión de su debilidad. Escuché a una economista intentando explicar que este ejemplo no sirve para nosotros. Hay momentos en que la dependencia intelectual pretende convertirse en expresión ideológica.

Los países son ricos cuando generan trabajo y riquezas, y sus frutos son distribuidos en la integración de sus habitantes. En la actualidad, estamos construyendo un país de ricos caracterizado por cierta perversa intención de olvido de los necesitados. Y esto es posible gracias al acompañamiento de un pequeño grupo de delincuentes intelectuales que rodea y explota a un presidente extraviado. La peor consecuencia es que los enriquecidos económicamente se empobrecen como seres humanos, aunque no les importa. No hay espejismo, no hay brotes verdes, no hay rebote, solo un permanente crecimiento de la miseria de la población, ni qué decir de la de los más carenciados.

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