Sobre Trump y Milei

Cuáles son las principales diferencias y similitudes entre el líder republicano y el presidente argentino

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Javier Milei, Donald Trump y
Javier Milei, Donald Trump y Karina Milei

En momentos de gran excitación como estos, uno constata una cierta propensión a ignorar la falacia de establecer analogías impropias, como puede darse con el paralelo entre EE. UU. y Argentina, dos países con raíces, trayectorias e idiosincrasias diferentes.

Esa propensión lleva también a expandir las similitudes que pueden tener Trump y Milei, mediante enfoques reduccionistas, principios confirmatorios o imaginaciones creativas.

Más importante me parece, en este punto, constatar las convergencias y diferencias entre ambos líderes, que pueden servir de base para un análisis en progreso, según la administración Trump se vaya desplegando en la práctica.

Convergencias entre ambas personalidades. Obviamente, en ambos casos estamos hablando del “factor subjetivo de poder construido”, o sea, no del que estatutariamente tienen según su función constitucional, sino del que agregan según su personalidad, enfoque y visión de estadistas.

La lista de las convergencias entre ambos incluye una política de fuerte reacción contra la decadencia cultural tanto de Occidente como de sus propios países en términos relativos; el rechazo de las agendas 2030 y el socialismo del Foro de Puebla; políticas controvertidas, como el aborto, la educación de género y los “derechos de las minorías de género” (LGBTQ); la afirmación de la identidad nacional; la defensa del capitalismo; la preocupación por la expansión de China (con la cual Argentina está entrampada); y la construcción de un nuevo relato, individualista, capitalista y, en el caso de Trump, hasta cierto punto liberal.

Un tema importante a tener en cuenta entre las convergencias personales es que, pese a lo declamado, ambos son líderes globales. Por mucho que Trump denoste la globalización, y que Milei la alabe, ambos son parte de este mismo tiempo histórico, como Carlomagno lo fue del medioevo... Y si no, ahí lo tienen a Musk para recordárselos.

Por otra parte, tanto Trump como Milei se declaran críticos de las instituciones, y no es de descartar cierta tendencia a intervenir en la Justicia como parte de sus planes de reordenamiento.

Divergencias. Trump podría ser definido como un capitalista conservador y pragmático, con un fuerte acento en la defensa de la economía privada y del mercado. Dado que los principales rubros del déficit norteamericano son la defensa, la seguridad y la salud, corregirlo le llevará a mantener posiciones más aislacionistas que su predecesor. Como su administración hereda un fuerte legado de intervención a nivel internacional, el mundo y la OTAN van a sentir ese cambio. Ambos líderes comparten una visión crítica del multilateralismo, en el caso de EE. UU. ya de vieja data (por cierto, el sistema de la ONU ha servido para mantener cierto mínimo orden en conflictos menores que no interesaban a las potencias de la bipolaridad durante la Guerra Fría, pero ha caído con el Muro de Berlín, y su inoperancia en el campo de la OMS, la OIT y otros organismos más vetustos es ya evidente). La diferencia radica en que el compromiso de EE. UU. es mayor, gravita en el campo militar y de la seguridad, y en esas condiciones no puede desentenderse de las relaciones bilaterales con aliados y adversarios. No es el caso de Milei, quien por ahora ha dedicado más esfuerzos, viajes y sonrisas al nivel global, del que espera inversiones y tecnología para repuntar la economía. Un ejemplo claro de ello es que Trump supo buscar un buen entendimiento personal con Putin, por razones que se han preservado del conocimiento público.

El presidente electo de Estados
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump.

Existe también una diferencia personal que puede parecer menor, pero no lo es: Trump tiene una cierta tendencia al bluff y las “verdades alternativas”, y un manejo demagógico pero eficaz de su imagen; Milei, en cambio, es consecuente con sus promesas, se toma muy en serio su misión y, si bien su imagen puede resultar disruptiva, hasta ahora es coherente. El resto son incógnitas a develar, en particular cuánto ha aprendido de su primer mandato y cuánto ha olvidado en su travesía (judicial) por el desierto.

Trump, aún siendo un outsider del GOP, tiene al partido detrás. Gana con una mayoría de votos, un landslide, domina el Senado, tiene quórum y puede obtener mayoría en la Cámara de Representantes. Milei está empezando a formar un partido después de haber castigado a la clase política; tiene una militancia algo anárquica y carece de cuadros, que va recreando sobre la marcha. Apenas controla un tercio de diputados y pocos senadores, en un contexto de representación más fragmentada que el norteamericano y en su caso dependiente del PRO, que viene de una gran fractura en su coalición electoral.

Milei se define como un “anarcoliberal”, cita fiel a pensadores ultraliberales que no tuvieron, en su momento, experiencia ejecutiva o responsabilidades de gobierno, pero la realidad política lo fuerza a moderar ese entusiasmo con medidas de corte liberal, aunque progresivas. Con todo, tiene una marcada personalidad ideológica, que resulta un atractivo para parte de sus votantes y los globalistas de EE. UU. y la UE. Carece, tanto él como su entorno, de experiencia a nivel internacional y en particular en el multilateral, en los que la decadencia argentina de los últimos años ha sido devastadora. En cierto modo, Milei procura compensar la vulnerabilidad financiera que heredó, y el escepticismo inicial de los inversores argentinos, con su repercusión global. Esto queda en evidencia en cuanto se observa la agenda internacional que ha venido siguiendo (Davos, grandes encuentros con Musk y los líderes globales de la informática, el judaísmo, el mundo de los mercados financieros, y discursos admonitorios en la AGNU, pocos encuentros presidenciales, más bien rifirrafes con otros presidentes, como Lula y Sánchez). Comenzó con un tono altisonante su relación con China, y actualmente, probablemente más consciente de la realidad que nos une, procura achicar velamen. También tiene una relación peculiar con el FMI, que espera resolver oportunamente con ayuda de Trump; debe corregir severas deficiencias en materia de seguridad internacional, inteligencia y reorganizar la Cancillería de acuerdo con sus premisas. Esto último, sumado a su posición frente a la Justicia y al Congreso, configura un cuadro complejo. Argentina es un país de trayectoria bipolar en materia política interna y externa, y por lo tanto requiere de un Estado profesional, fuerte y estabilizador, como el que ha venido preservando a España e Italia por décadas.

Javier Milei
Javier Milei

Lo que en el caso de Trump es una vuelta a las raíces capitalistas norteamericanas, caracterizada por el “again” de su lema, y una liberación de compromisos (militares) en el exterior que alimentan el déficit público norteamericano, en Milei es toda una “revolución cultural”, que comienza por el relato, sigue por la actitud productiva capitalista e involucra un importante cambio cultural. Tarea que debe realizar partiendo de una situación de debilidad partidaria, escasez de cuadros experimentados en política y baja representación parlamentaria. Milei quiere llevar al país a un sistema liberal que, en realidad, carece de antecedentes en la historia argentina. Salvo Alberdi, la clase gobernante argentina jamás fue tan puramente liberal como algunos pretenden, y supo manejarse hábilmente en la coyuntura internacional de fin del siglo XIX y comienzos del XX, con gran pragmatismo, respeto a la propiedad y apertura al mundo. De modo que el cambio, a mi criterio bien orientado, está destinado a reubicar la idiosincrasia argentina en un ámbito de sensatez, respeto por la realidad y actitud productiva y competitiva, más que aspirar a sueños de liberalismo extremo.

También hay divergencias en sus orígenes, que se proyectan en la gestión. Milei nace del rechazo general a un relato exhausto, que ha empobrecido al país y ha agotado sus recursos materiales y morales, a la opresión burocrática del Estado (“la máquina de impedir”), la sospecha ya generalizada de corrupción y el nihilismo al que lleva. Trump, en cambio, viene ascendiendo como un Creso a la posición hegemónica en uno de los principales partidos norteamericanos. Milei juega su primer round, Trump retorna al cuadrilátero en su segundo.

Por último, antes de trazar analogías y paralelismos, es muy importante recordar que ambos se inscriben en dos versiones de sistemas democráticos presidencialistas muy diferentes, construidos sobre bases institucionales (culturas e idiosincrasias) diferentes. EE. UU. tiene un presidencialismo de elección indirecta, con voto voluntario (que solo excepcionalmente supera el 75%), primarias libres e internas en cada partido, que se desarrollan mediante el conocimiento personal de los candidatos (salvo los plutócratas, obvio), todo lo cual apuntala el bipartidismo, como una gran competencia entre dos terminales políticas que presentan su mejor modelo a quienes estén dispuestos a votarles. Argentina, en cambio, tiene un sistema presidencialista directo, que suele definirse por balotaje, lo que crea una mayoría ilusoria para el Ejecutivo, conviviendo con una minoría real en el Congreso, tiene voto universal y una marcada tendencia a la dispersión de la oferta electoral (la propensión al chiringuito).

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