Explicar la decadencia económica argentina bajo un solo argumento luce exagerado. Sí puede marcarse un factor de inicio que luego se fue extendiendo a varios otros factores. Algunos historiadores marcan el inicio de nuestra decadencia en la década del 30 y otros con la llegada a la presidencia de Juan Domingo Perón.
Sobre el primer punto considero que hay que señalar que, en el medio de la crisis que comenzó en octubre de 1929 y se transformó en la gran depresión, la mayoría de los países entraron en recesión y aplicaron políticas proteccionistas, aumentos del gasto público, regulaciones, etc. En cambio, en Argentina, esas políticas que utilizaron en forma transitoria en otros países se transformaron en políticas permanentes.
El estatismo, las regulaciones, el aumento del gasto público, la emisión monetaria y el proteccionismo, entre otras medidas intervencionistas, pasaron a ser políticas públicas de largo plazo.
Las políticas de cierre de la economía no solo generaron una caída en el nivel de vida de la población, sino que, además, crearon lo que se conoce como “capitalismo de amigos”, generando grandes bolsones de corrupción
Esas políticas de cierre de la economía no solo generaron una caída en el nivel de vida de la población, sino que, además, crearon lo que se conoce como “capitalismo de amigos”, generando grandes bolsones de corrupción que llegaron a su máximo en la era K.
En otras oportunidades he mostrado cómo Argentina perdió una fuerte participación en el comercio mundial al instalarse el modelo de sustitución de importaciones. El famoso “vivir con lo nuestro”.
A principios del siglo XX, las exportaciones argentinas representaban entre 2% y 2,5% del total de las exportaciones mundiales. Con la crisis del 30 su peso en el comercio mundial disminuye, pero luego se recupera a partir de 1936 hasta 1948. A partir de ese año se produce un desbarranque hasta llegar a 0,4% que representan actualmente.
Si Argentina hubiese mantenido su participación del 2% mundial en el total de las exportaciones mundiales, actualmente debería generar por esa vía USD 500.000 millones al año solo en bienes, en contraste con apenas USD 67.000 millones el año pasado.
Si Argentina hubiese mantenido su participación del 2% mundial en el total de las exportaciones mundiales, actualmente debería generar por esa vía USD 500.000 millones al año solo en bienes
Basta imaginar las inversiones que se perdieron, la productividad que no creció, los puestos de trabajo que no se generaron por tener bajas inversiones, los salarios reales que no crecieron, para advertir lo patético del modelo de sustitución de importaciones.
Si se observa la evolución del PBI per cápita de Argentina en dólares constantes, según los datos del proyecto Angus Maddison, se puede ver que entre 1885, luego de la consolidación nacional, y 1930, el país siempre estuvo entre los 10 primeros en términos de ingresos. En 1895, llegó a ocupar el segundo lugar.
Si bien Argentina cayó por debajo de los 10 primeros países durante la crisis de los años 30, es a partir de 1945 que se produce un descenso más abrupto, hasta alcanzar el puesto 67 en el último dato publicado.
Los datos precedentes muestran claramente que nuestra decadencia comienza a mediados de los años 40, dejando en evidencia que los gobiernos que sucedieron a Perón nunca lograron cambiar la cultura de la dádiva ni revertir el absurdo proteccionismo que impulsó. El mismo proteccionismo que hoy Donald Trump intenta aplicar en Estados Unidos.
A partir de 1945, en Argentina se abandona definitivamente el espíritu liberal de la Constitución Nacional de 1853/60, plasmado en la obra de Juan Bautista Alberdi El Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853, publicada en 1854. Así, el país pasó al proteccionismo, a políticas redistributivas propias del populismo y al capitalismo de amigos.
Ganancias de las empresas
Hay dos formas en que las empresas pueden obtener utilidades:
- tratando de satisfacer las necesidades de los consumidores; o
- buscando que el Estado establezca alguna protección, subsidio u otro privilegio que les permita obtener utilidades sin ganarse el favor del consumidor.
En el primer caso, el empresario desarrolla su capacidad de innovación e invierte en sectores donde detecta necesidades insatisfechas. Es decir, busca oportunidades en las que hay demanda, pero no hay oferta. Obviamente, para reasignar los recursos productivos se necesita libertad para mover capital y recursos humanos de una actividad a otra, en un contexto de economía desregulada.
Para reasignar los recursos productivos se necesita libertad para mover capital y recursos humanos de una actividad a otra, en un contexto de economía desregulada.
En un esquema liberal, la ganancia proviene del riesgo de tratar de descubrir necesidades insatisfechas. Como decía Friedrich Hayek: “El mercado es un proceso de descubrimiento”. ¿Descubrir qué? Justamente, necesidades insatisfechas.
Luego está el capitalismo de amigos, que suena como un oxímoron. ¿En qué consiste? En que el empresario no busca invertir para satisfacer necesidades, sino que “invierte” en convencer al gobierno de turno para que sancione medidas que le otorguen privilegios, como protección arancelaria, subsidios u otros beneficios.
En definitiva, estos “empresarios” obtienen rentas extraordinarias utilizando al Estado para que, mediante el monopolio de la fuerza, les quite el fruto del trabajo a otros para transferírselos a ellos. En términos prácticos, esto se traduce en vender a los consumidores productos caros y de baja calidad.
Así, surge una economía con baja tasa de inversión, ineficiente, que no genera empleos, no aumenta la productividad, y, por lo tanto, no mejora los salarios reales.
Conclusión
En síntesis, aunque hay diversos factores que explican la larga decadencia argentina, todo indica que el declive comenzó a mediados de los años 40, con el surgimiento del capitalismo de amigos. Este modelo se extendió a muchos sectores de la economía, donde obtener el apoyo del Estado resultó más rentable que competir para satisfacer las necesidades de los consumidores. Un sistema claramente perverso.