El gobierno de Milei parece haber extendido al penúltimo mes del año el clima de euforia que lo embargó durante octubre. Si el mes pasado el exacerbado optimismo estuvo dado fundamentalmente por la performance de variables económico-financieras, esta vez las “buenas noticias” llegaron desde la fastuosa mansión-bunker del magnate y flamante cuadragésimo presidente de los Estados Unidos.
Si bien su triunfo era una posibilidad en el marco de una elección que las encuestas preelectorales pronosticaban como reñida, su magnitud y contundencia amplificó el impacto global del retorno del republicano a la Casa Blanca. Trump no solo se alzó con una holgada mayoría para el colegio electoral y triunfó en el voto popular, sino que también recuperó el control del Senado, encaminándose a hacer lo propio en la Cámara de Representantes. Y, con el seguro acompañamiento de una Corte Suprema con mayoría conservadora, y su liderazgo indiscutido en un transformado Partido Republicano, se encamina a un nuevo mandato con un capital político significativo.
Aunque era sabido que el oficialismo seguía muy de cerca la evolución de las elecciones del país del norte, el resultado del denominado “supermartes” fue festejado con inocultable euforia por un Milei que siente que se le “alinean los planetas”. A la racha positiva que encadenó el desplome del riesgo país, el sostenido achicamiento de la brecha cambiaria, la consolidación de la baja inflacionaria, el éxito del blanqueo y el “veranito” financiero para los papeles argentinos en Wall Street, ahora el presidente le suma la llegada de su admirado “amigo” a la Oficina Oval.
Mientras el Presidente ya se prepara para un viaje relámpago para saludar al presidente electo en su residencia del sur de la Florida y el favorable clima financiero se intensificó por la expectativa generada por lo que algunos esperan sea una relación “privilegiada” entre Trump y Milei, lo cierto es que el resultado debiera leerse -al menos con los indicios disponibles- más en clave política e ideológica que económica.
Es que de alguna manera el triunfo de Trump opera como una suerte de validación no tanto del rumbo económico del gobierno de Milei sino más bien de un liderazgo que aspira a convertirse en un sello identitario de la “nueva” derecha global, tanto en sus estilos, formas, ética y estética. No debe olvidarse, en este sentido, que el cada vez más envarado Milei ha dejado claro en repetidas oportunidades que se considera “el máximo representante mundial de las ideas de libertad”, eufemismo con el que se refiere en realidad a la resurgida ultraderecha mundial.
El propio Milei, con inocultable narcisismo y pese a su afición a las fake news (la “supuesta” compra de CNN por parte de Musk) lo dejó en claro el pasado jueves en su discurso ante la Cámara Argentina de Comercio y Servicios: “Tal como pasó en Argentina el año pasado, en Estados Unidos esta semana la libertad y la razón se impusieron por sobre la locura colectivista. Y claro, esto es para entusiasmarse. Imagínense todo lo que podemos lograr si el país más poderoso del mundo comparte nuestras ideas y nuestro norte. Las posibilidades son infinitas”, afirmó sin sonrojarse.
Una victoria percibida entonces como una convalidación ideológica, amplificada no solo por el hecho simbólico de provenir de la mayor potencia a nivel mundial sino porque también se da en un contexto político regional donde Milei puede aspirar “legítimamente” a convertirse en el aliado “natural” de Trump, lo que seguramente lo llevará a profundizar aún más su alineamiento irrestricto con Washington.
Sin embargo, aún con la expectativa de aprovechar el “viento de cola” tras la asunción de Trump, tanto a nivel ideológico como a nivel de algunas decisiones que podrían precipitarse fruto de la intervención del “amigo americano” (FMI, por ejemplo), en el plano económico los interrogantes se multiplican. Con una elección estadounidense que acabó evidentemente por dirimirse en función más de las preocupaciones económicas (crecimiento, estabilidad, inflación, salarios y empleo) que de las polémicas de otro signo (inmigración, aborto, etc.), está más que claro que si Trump avanza con lo prometido durante la campaña electoral habrá un fuerte giro proteccionista.
Más allá de la evidente paradoja discursiva que implica la adhesión mileísta a esta prédica eminentemente proteccionista, los efectos concretos sobre la economía mundial y regional serían desfavorables a los intereses de países como Argentina. Por ejemplo, la suba de los aranceles a la importación en general y el duro castigo arancelario a China en particular (con una tarifa del 60%) que prometió el republicano encarecería las potenciales exportaciones argentinas y erosionaría la competitividad de determinados productos apetecibles para el mercado norteamericano. Otros interrogantes, para seguir con más ejemplos, abarcan al mercado energético, con un Trump que se ha mantenido reacio con respecto a la transición desde los combustibles fósiles a fuentes más sustentables, lo que podría impactar en el potencial del GLP como combustible de transición o al litio como apuesta de futuro. Sin embargo, hay quienes sostienen que estos perjuicios en lo que respecta al comercio exterior podrían verse compensadas en el plano de los mercados financieros.
Así las cosas, es probable que lo ocurrido en Estados Unidos oficie también como habilitación para un proceso de radicalización, que implique una mayor violencia discursiva e intolerancia política no solo en lo que queda del año sino también de cara al proceso electoral de 2025 en la búsqueda de una concentración mayor del poder que, por cierto, está muy alejado del ideario liberal al que Milei dice suscribir.