¿Qué hacer cuando nuestra patria está herida?

La codicia nos ha llevado al borde del colapso. Necesitamos una respuesta colectiva y urgente para sanar nuestra nación

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El papa Francisco, en una
El papa Francisco, en una fotografía de archivo. EFE/EPA/Giuseppe Lami

Una señora le contó a este cronista: “Los domingos cruzaba las vías del ferrocarril y, por atrás, entraba con mis niños de la mano a Villa Palito para llegar a la capilla del Padre Bachi —que Dios lo tenga en la gloria. Él nos alentaba y nos daba mucha esperanza— íbamos a misa y dejábamos ahí una plegaria para que nos llegara el día a nosotros. En Villa Palito había mucha fe, y tenían un proyecto de nuevas viviendas… y pasaron los años hasta que llegó un joven cura al barrio 17 de Marzo, a vivir con nosotros. Una nueva ilusión en mi corazón volvió a renacer, y fuimos, y él me pidió ayuda a mí. Me invitó a caminar, y consiguió que algunos políticos y compañeros de los movimientos sociales nos ayudaran. Fuimos a San Petersburgo, al barrio 17 bis y llegamos a Puerta. Le pedí tantas veces a Jesús… Ahora mis chicos van al colegio de la parroquia, luchamos por los títulos de la casa, trabajo con las Madres contra el paco, vamos a las fiestas parroquiales, aquí en Caacupé, allá en San José, o más allá en San Cayetano. Es como si Dios caminara con nosotros y nosotros con el cura, que nos cambió la historia”.

Del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37

“…y el legista dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, quienes, después de despojarlo y golpearlo, se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio lo vio y también dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión; acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; montándolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva". ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo».”

Nuestro pueblo está malherido

Si leemos en un sentido amplio los términos de la parábola aplicándolos al comportamiento social de un grupo, una o varias comunidades o incluso a nivel global —como cuando el papa Francisco se refiere a los movimientos populares y los llama “samaritanos colectivos” (Mensaje a los Movimientos Populares, 16 de octubre de 2021)— podemos ver, con mayor claridad, la realidad de los segmentos sociales posibles que cada uno de los sujetos del relato de la parábola representa.

La Patria

Nuestra querida patria ha venido caminando, con grandes tropiezos a lo largo de la historia. Padece de una salud frágil a causa de la gran corrupción nacional e internacional y ha vuelto a caer una vez más.

Volviendo a la interpretación extensiva de los sujetos de la parábola, podemos decir que:

a) los salteadores representan a los delincuentes en general y a todos los que hieren o dañan en su propio beneficio y sin consideración por el otro;

b) el sacerdote y el levita (fariseos) representan a los teóricos o intelectuales, religiosos o no, y en general a quienes simplemente no hacen lo que predican o hacen lo contrario de lo que predican, acaso meros hipócritas; ven al herido y pasan de largo;

c) el herido y despojado de sus bienes representa el extenso número de heridos, pobres, descartados o excluidos de la vida;

d) el samaritano, quien se conmueve al ver al herido, representa a los seres solidarios, como los curas villeros que ayudan a lavar las heridas, curar y cargarse al hombro a los heridos. Consiguen ayuda de unos y otros, construyen capillas, colegios, clubes y casas de primeros auxilios;

e) por último, el mundo del trabajo a cambio de una retribución está representado por el posadero.

El golpe sufrido por el pueblo en sus últimos tropiezos le produjo una pérdida parcial de la memoria. Las procesiones le hacen bien; el caminar juntos le ayuda a recobrar las tradiciones y la fe.

¿Es posible sostener una “amistad social” entre gobernantes y gobernados en estas circunstancias?

Que nuestro pueblo, como otros pueblos de América Latina, padezca de grandes bolsones de pobreza, llegando en muchos casos a la pobreza extrema, no se debe tan solo a las medidas de esta administración ni a los desajustes del sistema económico causados por los sucesivos desequilibrios fiscales, la emisión monetaria u otras medidas técnicamente erradas de gobiernos anteriores. Tampoco obedece a cuestiones meramente ideológicas.

A juicio de este cronista, se debe a la disolución histórica de los elementos esenciales para que haya comunidad (koinonía) entre gobernantes y gobernados. Como la peste, el mal se extiende. Este olvido con frecuencia se extiende a otros ámbitos donde los portadores del poder y los sujetos no son gobernantes/gobernados, sino empresarios y trabajadores, dirigentes sindicales y afiliados. Tampoco en esos casos es posible una amistad o hay muy poca.

La “gran corrupción”

La inexistencia de esos elementos esenciales tiene una sola razón: la codicia de los que ejercen el poder. Codicia que conduce a actos de corrupción, cuya “repetición” la transforma en un mal crónico o “estado de corrupción” (véase Corrupción y pecado de J. M. Bergoglio).

Cuando la corrupción se vuelve estructural, es un grave problema no solo moral y político, sino de gobierno, muy difícil de erradicar. La corrupción estructural impone una política errática, ineficiente y contradictoria, e impide el crecimiento económico; más grave aún, cuando, atendiendo al “grado”, se trata de lo que la ONU califica como la “gran corrupción”.

Los elementos esenciales de una amistad social

Los elementos esenciales de una auténtica “amistad social” son tres: servidumbre a un destino comunal, bien máximo de todos y coejecución de lo imperado (Pedro Laín Entralgo, Teoría y Realidad del otro, pág. 595).

Un estado endémico de “gran corrupción” de funcionarios, empresarios y dirigentes sindicales excluye los elementos señalados, y por eso se generan las crisis de representación.

Al no existir una amistad social, ¿es posible que los ciudadanos le pongan el hombro a una Argentina gobernada a costa del sacrificio de los pobres y a cambio de la entrega de los recursos naturales?

Decía el Arzobispo de Buenos Aires frente a la crisis del 2003: “No tenemos derecho a la indiferencia y al desinterés o a mirar hacia otro lado. No podemos ‘pasar de largo’ como lo hicieron los de la parábola. Tenemos responsabilidad sobre el herido que es la Nación y su pueblo. (Sin que debamos ocuparnos ahora de perseguir a los ladrones, dice más o menos J. B. más adelante, y agrega debemos atender…) la fragilidad de nuestros hermanos más pobres y excluidos, fragilidad de nuestras instituciones, fragilidad de nuestros vínculos sociales…” (Homilía Mons. J. M. Bergoglio, Catedral de Bs. As., 25 de mayo de 2003).

“La parábola del Buen Samaritano nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que sienten y obran como verdaderos socios (en el sentido antiguo de conciudadanos). Hombres y mujeres que hacen propia y acompañan la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se aproximan —se hacen prójimos— y levantan y rehabilitan al caído, para que el Bien sea Común” (Homilía J. M. B., op. cit.).

¿Nos inclinaremos a cargarnos al hombro unos a otros?

Este es el desafío de la hora presente, al que no debemos tenerle miedo. En los momentos de crisis, la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que en este momento, todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido (J. M. B., Homilía, op. cit.).

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