El concepto de visión educativa es fundamental para entender cómo determinados idearios y su axiología orientan los procesos didácticos. Michael Rosenak conceptualiza la visión educativa como la comprensión de los propósitos y principios que deben regir tanto la enseñanza como el aprendizaje, así como el desarrollo coherente de una estructura curricular. La visión educativa, entonces, se ocupa tanto de los fines últimos de la educación como de los medios a través de los cuales se alcanzan, articulando un sentido moral y una dirección cultural. Esta concepción educativa, comprensiva y articulada, expresa para Seymour Fox lo que debería ser la educación en una sociedad específica y en un momento histórico con sus necesidades particulares. Su propósito es guiar el diseño curricular, las prácticas pedagógicas y las decisiones educativas en todos los niveles, proporcionando un marco de referencia para los objetivos del aprendizaje y del desarrollo integral de los estudiantes.
Uno de los asientos más frecuentes de la visión educativa en la modernidad son las escuelas religiosas. Y ello es porque las religiones son doctrinas de vida que han perdurado más que los sistemas éticos filosóficos, consolidando su influencia en la vida cotidiana individual y comunitaria habientes de capacidad de adaptación, guía y sentido de pertenencia. Algo que las éticas seculares no han logrado ofrecer plenamente porque según Peter Berger, estas proporcionan una estructura racional-conceptual, mientras que la religión brinda significado y propósito en un marco vivencial, fortaleciendo la identidad y la participación en lo sagrado. Además, como señala Mary Douglas, las religiones permiten lidiar con el caos y la incertidumbre, organizando la sociedad y brindando orden a sus miembros. Todas estas razones que explican por ejemplo la continuidad de comunidades judías, cristianas o musulmanas, frente a la inexistencia de comunidades socráticas, aristotélicas, spinozistas, kantianas, nietzscheanas o sartreanas.
Ahora bien, en una era secular, la educación religiosa orientada a un deber inherente enfrenta desafíos significativos dados por la transformación de la religión en una alternativa más de vida y a elección entre otras múltiples, dejando de ser una obligación inmanente y trascendente. Este fenómeno refleja un cambio profundo en la manera en que las sociedades seculares contemporáneas abordan las identidades morales.
Por ello, en una sociedad abierta las religiones son percibidas junto a las ideologías como opciones subjetivas, y no como imperativos cuya verdad es autoevidente, debiendo ahora el religioso significar su credo por lo provechoso de sus patrones de obligación o la utilitaria promesa de redención, pero siempre identificados con un ethos secular. Básicamente, aquello que una vez fue una demanda normativa socialmente entendida para la obediencia, disciplina y lealtad, devino en una decisión existencial o una elección personal, afectando la forma en la cual la religión funciona.
Contrariamente a la comunidad religiosa dirigida por patrones objetivos y autoritativos de conducta, en la sociedad abierta el individuo es retraído hacia la subjetividad necesitando constantemente justificarse y por ello refugiándose en nuevas formas de autoridad y control social, para seguridad. Fenómeno que Erich Fromm advirtió en su miedo a la libertad, donde el individuo para escapar de la ansiedad que provoca la anomia y el desarraigo busca seguridad en ideologías colectivas que le proporcionen un sentido de identidad y pertenencia. Por ello, la sociedad abierta, en principio hospitalaria a múltiples opciones existenciales, sospecha siempre de la religión institucionalizada por concebirla como custodio de una estabilidad no ideológica ni relativa sino trascendente, y por ende enemiga de la apertura.
En este contexto y a decir de Michael Rosenak bajo la democratización de las religiones, donde los individuos se sienten libres de seleccionar las creencias y prácticas que mejor resuenan con sus estilos de vida y preferencias personales, la educación religiosa enfrenta el reto de presentarse como una opción más entre muchas, pero con una narrativa que sostiene una verdad y moralidad universal. Este es un desafío pedagógico crítico en la secularidad, porque requiere que la enseñanza de los valores religiosos no sólo se oriente a la transmisión de conocimiento, sino a la formación de una identidad en acto, profunda y comprometida. Similarmente para Israel Scheffler, quien describe la incompatibilidad de la religión convertida en una opción personal, desprovista de un imperativo individual, colectivo y divino, el desafío de una educación religiosa en la modernidad consiste en cómo construir una narrativa que revalide el sentido del deber religioso en medio de la libertad de elección. Básicamente, como indica Seymour Fox, se trata de superar la percepción de la religión como irrelevante o anticuada dentro del entorno secular, por no ajustarse a las normas contemporáneas de autonomía y elección individual.
Para ello, la educación religiosa debe renovar la capacidad de articular sus principios y valores de manera que se presenten como respuestas significativas a las preocupaciones existenciales contemporáneas, y no sólo como una opción más en un menú de estilos de vida. Esto implica recontextualizar los principios religiosos y su acervo cultural de manera tal que sean reveladores, sin diluir su esencia, constituyendo una educación que lidie con un mundo que no necesariamente comparte o entiende sus fundamentos teológicos y éticos, pero donde se pueda traducir y comunicar sus valores de manera que resuenen en una sociedad pluralista.
Luego, la educación religiosa no puede agotarse en la transmisión de tradiciones, sino que debe involucrar a los estudiantes en un proceso activo de reflexión y comprensión personal. Y esto requiere de un enfoque pedagógico que fomente la autonomía intelectual al tiempo que introduce a los estudiantes en un universo de hábitos, creencias y valores como forma de vida que trasciende el relativismo moderno.
Con esto en mente, el concepto de “persona formada” en términos de una educación religiosa en la secularidad adquiere nuevas dimensiones debiendo responder a ¿qué significa estar “formado” en un mundo donde coexisten múltiples sistemas de valores y concepciones en paridad? Bajo los lineamientos analizados, aquel sujeto religioso debe poseer no sólo hábitos y conocimientos que guíen su vida bajo un ideario claro, sino también herramientas que le permitan evaluar diversos saberes, ideas y prácticas permitiéndole participar activa y constructivamente en el análisis y la evaluación de su realidad.
El religioso formado o educado, no sólo debe ser alguien moralmente comprometido sino también competente en conocimientos y habilidades. La importancia de educar para el carácter pudiendo tomar decisiones axiológicas dentro de un marco conceptual específico, debe ser complementada con la preparación intelectual para enfrentar un mundo plural y actuar en él de manera justa y responsable. Y aquí surge la combinación entre la internalización de una cosmovisión proporcionando dirección, propósito y sentido a su vida, con la profunda comprensión de su rol en la sociedad.
Por todo ello, el desafío para los sistemas educativos religiosos es doble. Por un lado, deben asegurar que los individuos tengan un compromiso profundo y en acto conformando una biografía acorde a los valores que su educación busca promover. Por el otro, deben formar ciudadanos críticos, capaces de actuar en un mundo plural y secular. Solo así, la educación religiosa en una era secular reconciliará el compromiso entre la tradición y las demandas de un pensamiento crítico contemporáneo. Lograr este equilibrio es esencial no sólo para la supervivencia de la educación religiosa, sino también para su relevancia en una sociedad que valora la autonomía y el pluralismo.