La porcelana, al igual que los vínculos, es hermosa y frágil. Jarrones de un gran valor puede perderlo todo por un pequeño golpe.
Quizás por eso los japoneses desarrollaron una técnica que se llama Kintsugi, que consiste en reparar los jarrones rotos.
¿Cómo lo hacen?
Funden oro, y cuando se vuelve líquido y maleable, lo usan para pegar y sellar las partes rotas del jarrón, reconstruyéndolo. Una vez que se enfría, la vasija fracturada e inútil, recupera su funcionalidad, además de exhibir unas hermosas juntas doradas.
Toda una metáfora de nuestras relaciones que pueden ser igual de bellas y vulnerables. Lo interesante de este arte japonés es que no pretende esconder las cicatrices. No aspira a hacer como que nada pasó. Al revés: lo expone.
Confirma que hubo un trauma, una fractura. Y al contrario de lo que pensamos, nos muestra que no sólo se puede seguir viviendo, sino que es posible transformar esa herida en algo valioso. De hecho, existen concursos en donde los jarrones restaurados compiten para ver cuál quedó más hermoso.
En el fondo, todo vínculo es potencialmente frágil como la porcelana. Sólidos en apariencia, pero vulnerables. Un golpe los fractura.
Pero la pregunta es otra: ¿se puede atravesar la vida sin golpes? ¿Sin fracturas? ¿Pretendemos que nuestros vínculos sean perfectos? ¿Qué no nos defrauden?
Parecen ser ideas poco realistas.
En la vida pasan cosas. Somos seres llenos de pasiones, deseos, carencias, necesidades, traumas.
La única forma de que a nuestros vínculos no les pase nada es la misma solución que para los jarrones: dejarlos en la vitrina. Se pueden ver, pero no se pueden tocar. Ni vivir.
¿Qué familia no ha heredado tazas de una bisabuela, que ella no usó, tampoco la abuela, menos aún la madre, y ahora le toca a los hijos ser los aburridos guardianes de un legado absurdo? ¿Hace sentido? ¿No sería mejor utilizar esa vajilla, y si se va rompiendo, ser conscientes de que la estamos “viviendo”? ¿Para qué queremos algo que no podemos disfrutar?
El Kintsugi asume que los jarrones se rajan, se rompen. Y que no es bueno dejarlos en las vitrinas. Hay que vivir. Y vivir conlleva riesgos, golpes y fracturas. Y se puede salir de ahí fortalecidos, con más valor.
Estas son algunas de las interpelaciones que nos regala esta historia.
¿Estoy viviendo la vida, o prefiero quedarme a salvo, como esa vajilla de mi abuela que nunca vio la luz, ni corrió ningún riesgo, y que en el fondo, no sirve para nada?
¿Soy de los que creen que ciertas ofensas no se pueden reparar, que condenan al vínculo para siempre?
¿Soy capaz de ver que los demás son seres humanos, falibles, frágiles, necesitados, traumados, carentes…igual que yo?
¿Sigo esperando que mis vínculos estén exentos de conflictos?
Finalmente pareciera haber tres alternativas:
— Dejar el jarrón en la vitrina, no correr riesgos, no vivir.
— Utilizarlo, temerosos de que cuando algo pase no servirá más y tendremos que descartarlo por imperfecto; o reemplazarlo por uno nuevo que seguramente se volverá a romper.
— Disfrutar de la vajilla, sabiendo que probablemente se lastime, pero confiando en que podremos repararla, y en que esas heridas son las que le dan sentido a la vida.
Desear una vida sin conflictos es esperar que las vacas vuelen. Simplemente no va a suceder. Tampoco se puede vivir evitando los conflictos porque uno termina envenenándose. El único camino saludable es enfrentar los problemas y contradicciones, y ser capaces de atravesarlos.
¿Y vos? ¿Seguís esperando que tus vínculos no te traigan problemas?
* Juan Tonelli es autor del libro “Un elefante en el living”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”. https://linktr.ee/juan.tonelli