La diplomacia libertaria y el papel de sus diplomáticos

Desde la comodidad de sus despachos, los embajadores, tanto de carrera como políticos, han utilizado el cargo como una zona de confort

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Hay dos elementos que han caracterizado en los últimos años a muchos miembros de la diplomacia argentina. Por un lado, su preocupación por los ascensos y traslados y, por el otro, el poco compromiso de vender las potencialidades del país en los lugares que han sido destinados. Desearía referirme especialmente a este segundo punto. Percibo mucha veces que, desde la comodidad de sus despachos, los embajadores, tanto de carrera como políticos, han utilizado el cargo como una zona de confort, sin compromiso alguno con dos aristas fundamentales de la política exterior: representar al país y a su gobierno de la mejor manera posible y a la vez salir a vender todo el potencial comercial de oportunidades que podemos ofrecer al mundo.

Supongo que es más cómodo quedarse esperando las 8 de la noche y asistir a la recepción de turno, que embarrarse los zapatos, visitando las provincias o el interior de las respectivas naciones donde están acreditados, tejer alianzas con gobernadores, con intendentes, cámaras empresariales y que escasea la noción de que toda la embajada y el personal, trabajen desde la principal oficina que deben tener: la calle. Siendo parte de una familia con tres generaciones de diplomáticos, y habiendo sido yo mismo funcionario en dos misiones diplomáticas argentinas en el exterior, he sido testigo de la poca ductilidad de nuestros representantes para vender al país y establecer líneas o enlaces comerciales que les permitan mostrar o impulsar lo nuestro.

Mientras muy pocos analizan las circunstancias de la política interna de los respectivos países, estimo que mucho menos aún, poseen información real y contactos para evaluar lo que verdaderamente pasa donde se hallan destinados.

No tienen corresponsales o referentes, más allá de las ocasionales conversaciones con sus pares, y sus acercamientos con los funcionarios tanto oficiales como opositores prácticamente no existen.

Sería importante leer algunos informes que se elevan a la Cancillería para evaluar e interpretar estas afirmaciones y mirar las realidades que están pasando, o mejor dicho que no están pasando

Hoy la Argentina tienen un presidente que es noticia en cualquier rincón del mundo. Por su actitud, su convicción y hasta transgresión está marcando una agenda que no es promovida por las embajadas. Eso no significa propaganda, sino mostrar que los cambios que necesita -y lo voy a regionalizar- nuestro continente saldrán de actitudes como las que está tomando nuestro presidente Javier Milei. Si al azar hacemos un interrogatorio o cuestionario a buena parte de los funcionarios de nuestras representaciones, notaremos respuestas ambiguas sin convicciones, y de más está decir que eso no nos sirve para nada, ya que son un reflejo de su poco compromiso y de la nula puesta en valor de las funciones que les han sido asignadas.

Recorro permanentemente América Latina en consultorías para organismos internacionales. Me considero un respetuoso de la carrera y de la Casa, pero cuando llego a un lugar siempre hago la misma pregunta: ¿Qué hace la embajada o sus funcionarios?

La respuesta siempre contiene el mismo mutismo.

Necesitamos transformar desde la raíz del Instituto del Servicio Exterior esa mentalidad del diplomático frívolo, dado a las formas y no a los fondos. Necesitamos introducir la impronta de que, si está en el exterior, tienen que hacer algo más por nuestro país que cantar el himno y servir empanadas el 25 de mayo. Los representantes argentinos en el exterior deben convencerse de convertirse en los líderes de la corriente y las ideas de la libertad que necesitamos para reposicionar al país y ponerlo de pie. De lo contrario seguiremos acomodando elegantemente los platos en las recepciones y sirviendo prolijamente en los cócteles las galletitas con caviar.

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