Milei, del liberalismo al iluminismo

El optimismo económico radicaliza algunas tendencias del Gobierno, que se muestra cada vez menos tolerante al disenso

Javier Milei y Luis Caputo

El Gobierno acaba de cerrar lo que, sin dudas, puede considerarse su mejor mes desde que Milei juró como presidente y se sentara en el candente “sillón de Rivadavia”.

El clima de extremo optimismo, rayano con la euforia, no solo se percibe en los ánimos del Presidente y los referentes del oficialismo, y en las medidas que procuran aprovechar el “viento de cola”, sino que también se hace sentir tanto en el endurecimiento de algunas formas y estilos de un liderazgo con rasgos cada vez más autoritarios, como en la velocidad con que Milei procura avanzar con algunas cuestiones a como dé lugar.

Un riesgo país que perforó los 900 puntos básicos, una brecha cambiaria que se sigue achicando y se acerca al 15%, una baja de la inflación que aportaría un nuevo récord en el dato de octubre (por debajo del 3%), un crecimiento en el crédito privado de casi 10%, récord histórico de depósitos en dólares producto del exitoso blanqueo, una recaudación mayor a la prevista, racha positiva de acumulación de reservas, “veranito financiero” para bonos y acciones argentinas que cotizan en Wall Street.

En definitiva, señales de optimismo de los mercados que entusiasman al Gobierno, que ya ve además atisbos de recuperación económica: una “mejora” que, por cierto, según varias consultoras privadas es aún muy leve (apuntalada sobre todo por el crédito), lenta y, más aún, despareja en términos sectoriales. Sin embargo, desde la Casa Rosada están convencidos de que la economía ya “pegó la vuelta”, que el tercer trimestre las mejoras serán palpables, y que la “realidad” que ellos perciben acabará por imponerse y consolidar la centralidad del oficialismo de cara a las legislativas de 2025.

Este contexto de alto optimismo repercute, lógicamente, en términos políticos. Con el telón de fondo de este favorable escenario económico-financiero, y envalentonado por el fervor optimista para el próximo trimestre, así como por la recuperación evidenciada -tanto a nivel imagen como aprobación de gestión- en las encuestas de opinión, el Gobierno hace sus cálculos políticos y, fiel a su estilo, acelera.

Y si bien es cierto que, una vez más, la extrema fragmentación y las internas a cielo abierto de una oposición que no logra siquiera acomodarse tras 11 meses de gobierno libertario, sumado a la aparición de un sindicalismo muy desgastado en términos de imagen y que con medidas como el paro del transporte no hace más que nutrir la narrativa oficialista, el Gobierno peca quizás de un exceso de optimismo. Ya no solo parece dispuesto a jugar temerariamente “a los flejes” sino que, por momentos, hasta parece actuar con la displicencia y despreocupación de quien se siente jugando solo.

Ello explica, en gran medida, el “curioso” y desprolijo desplazamiento de la canciller Mondino, la continuidad de sus cada vez más virulentos ataques a contradictores de cualquier especie (dirigentes políticos, intelectuales, periodistas o medios), los inoportunos e inexactos agravios a Alfonsín, o el repentino avance de la propuesta de privatización de Aerolíneas Argentinas, por mencionar solo algunos casos.

Está claro que el Presidente se siente habilitado para acelerar a fondo, tanto en el plano económico como en lo político, de cara a las estratégicas elecciones legislativas del próximo año. Y si en lo que respecta a lo económico el rumbo que plantea el gobierno está bastante claro (aún con los interrogantes respecto a la velocidad y alcance de la recuperación económica y, fundamentalmente, a su impacto en el “humor social”), en lo político los interrogantes se amplifican conforme comienzan a aparecer algunos indicios del camino estratégico elegido por el gobierno.

En primer lugar, pareciera precipitarse, con inocultable tufillo electoral, hacia las lógicas y dinámicas de la polarización política. Ya no con la forzada entronización de Cristina Kirchner como líder la oposición, sino también como se vio esta semana durante el paro con la pretensión de generar y azuzar el armado de una suerte de polo de “oposición dura” que perciben como altamente funcional a sus intereses. Y en segundo lugar, la peligrosa idea de que tanto el “endurecimiento” discursivo y la profusión de ataques, en el plano doméstico e internacional (la ONU, por ejemplo), como la consolidación del instrumento del “veto” como respuesta a cualquier atisbo de consenso opositor en el Congreso, proyectan ante todo una imagen de “firmeza”, y no que expone los riesgos propios de la debilidad e inestabilidad política.

Lo cierto es que cuesta interpretar la lógica y las potenciales consecuencias del nuevo ordenamiento político que el Gobierno pareciera imaginar en torno a los signos de recuperación económica, aun si esta se consolidara y profundizara en los próximos meses. Por varias razones. No solo porque en la precipitada tarea de construcción del “enemigo” que impone el abrazar la lógica polarizadora, un presidente ya de por sí exaltado y poco propenso a la moderación escala en sus diatribas, descalificaciones e insultos, superando ya todos los límites imaginables de la intolerancia y aportando a un clima de crispación que una vez desatado en toda su magnitud es muy difícil -casi imposible- controlar y encauzar en el sentido deseado.

También porque resulta difícil pensar que esa lógica defensiva del veto desgaste únicamente a la oposición sin afectar un ápice al gobierno, no solo en términos de opinión pública (dependiendo la materia que se trate y la complejidad de la argumentación para justificar la medida) sino incluso de percepción de gobernabilidad de los propios mercados que hoy parecen sonreírles. Y, vinculado a lo anterior, esa posición que podría ser conveniente a priori para una oposición “dura”, expondría a aquellos espacios posicionados como “dialoguistas” (incluso “colaboracionistas”) a un vacío que, ante el continuado desprecio oficialista de cualquier alianza estable, podría llevarlos incluso a complicar las propias estrategias defensivas del oficialismo, minando el tercio que permite hoy ratificar los vetos y blindar los decretos.

Así las cosas, Milei y su gobierno parecen apurados en capitalizar un escenario macroeconómico favorable, importante aunque aún precario, acelerando sin miramientos en el plano político: como abrazando una suerte de visión iluminista en el que el ordenamiento de la economía (si ello sucediera y cómo sucediera) habría de producir automáticamente las transformaciones deseadas en un ordenamiento político que no pareciera ajustarse a los particulares y antojadizos deseos de un presidente que -a contramano del ideario liberal que dice propugnar- pareciera cada vez menos tolerante al disenso y el respeto por las instituciones y prácticas republicanas.