Con el corazón en la boca

La moda del miedo descorre el velo del psiquismo posmoderno

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La angustia existencial signada por
La angustia existencial signada por el miedo fue retratada en “El Grito”, del noruego Edvard Munch

Aquí y allá surgen proyectos de filmes y series televisivas inspiradas en autores icónicos de la literatura del terror como Edgar Allan Poe, y hasta Los Simpson recogen esa misma sensibilidad. Proveniente del mundo anglosajón, Halloween ha aterrizado en el imaginario infantil, pero el miedo no es, desde luego, un asunto de niños, porque el atractivo de entrometerse en episodios espeluznantes es una tendencia muy pronunciada en los últimos años en un universo poblacional de todas las edades. Se trata de un uso no sólo habitual en los más pequeños, sino en un público muy amplio. Comenzó en los circuitos juveniles, pero el género sigue ganando nuevos espacios de manera sostenida y creciente. Es la nueva industria cultural de la sociedad de masas: el terror.

La creación literaria de todos los tiempos, luego ampliada al teatro, la radio, el cine y la televisión, y en la actualidad al fascinante mundo de los juegos electrónicos, ha explotado hasta el cansancio esta circunstancia tan frecuente del temor humano ante una realidad muchas veces hostil (una antigua oración cristiana refiere al mundo como un valle de lágrimas y no parece que haya devenido arcaica).

Las antiguas epopeyas efervescentes de enemigos reales o imaginarios traducen siempre la batalla entre el bien ansiado y el mal temido. Resulta inevitable mentar el miedo colectivo que fue el fruto más evidente de la epidemia que asoló al mundo entero en los últimos años. Vivir temerosamente es un componente de nuestra cotidianeidad más presente de lo que podríamos suponer, y no me refiero solamente a la posibilidad de ser asaltado o estafado. Al menos en nuestro país y en las grandes ciudades, hoy es difícil encontrar a alguien que no lo haya sido.

Los nuevos temores posmodernos

Ciertamente, los relatos destinados a brindar un momento artificialmente creado de terror a los lectores constituyen en los últimos tiempos una categoría muy difundida que incluso presenta capítulos especializados como el policial negro. Una infinidad de ejemplos del género conocido como thriller (suspenso) mantiene en una temblorosa expectativa a millones de entusiastas consumidores paralizados de terror que no se sienten inhibidos de gozar con el corazón en la boca.

Todos los cuentos de superhéroes, tan populares en la actualidad, reiteran en nuevos escenarios un formato que refleja situaciones clásicas, en las que una angustia por el desenlace es un contenido esencial, articulado sobre la tensión omnipresente en el binomio del bien y del mal. De este modo no es concebible una historia de aventuras sin la pigmentación del miedo.

En nuestros días se ha hecho visible un nuevo temor en la gente joven, consistente en un sentir difuso que lleva a una incapacidad de asumir compromisos irrevocables, o simplemente a comprometerse de una manera más o menos formal. Es una pérdida de confianza en la propia aptitud de poder cumplimentar un determinado comportamiento que resulte exigible por un vínculo, por ejemplo el miedo al matrimonio.

La reticencia a las nupcias, antes privativa de espíritus que eran mirados como carentes de una personalidad madura y completa, se ha generalizado de una manera oceánica y es considerada ahora como un estadio natural y permanente de la existencia.

Este dato puede también denunciar una precaria estructura del psiquismo de la persona, que es un llamado a revisar las estrategias pedagógicas, porque revela una debilidad a la hora de asumir incluso pequeñas dificultades y no sólo grandes adversidades o importantes responsabilidades sin las cuales la vida pierde su sentido más auténtico.

El miedo no es cosa de chicos sino también de grandes. Actualmente, ha crecido también de una manera exponencial —al galope de la crisis económica— la incertidumbre por la falta de un horizonte mejor o el temor al futuro, que sobre todo entre los jóvenes provoca la inmigración, la que a su vez genera sus propias aprensiones, al comenzar a vivir en un medio extraño que se percibe hostil.

La abstención de mudarse puede también prevenir el aislamiento y su secuela que es la desprotección ante posibles problemas propios de la circunstancia. Si llueve es mejor no ausentarse del hogar. Por eso el decir popular sostiene que el mejor lugar de una persona es su propia casa: allí es donde todos nos sentimos seguros.

También ha aumentado en nuestro país el miedo a una caída de la propia clase social a un estadio inferior o a una mayor precariedad existencial. Es lo que ha venido sucediendo a miles y miles de personas. A partir de un deterioro económico se pueden suceder situaciones graves que generen nuevos espantos, por ejemplo, el miedo al desempleo. En la Argentina es frecuente el miedo al ridículo o a quedar desairado en una circunstancia pública.

En nuestros días han crecido notoriamente miedos que en algunos casos revelan un deterioro psicológico, como el miedo a no sentirse querido. En algunas personas puede advertirse la imperiosa necesidad de buscar la notoriedad para percibirse amadas, como resultado de una carencia afectiva.

También se ha suscitado el nuevo temor a no estar informado o a quedar fuera del circuito social informativo, o bien el temor a la obsolescencia, a quedar ausente de la vida social. Las personas de más edad temen incurrir en una nueva forma de segregación social por su incapacidad de desenvolverse en las nuevas tecnologías digitales o de mantenerse al día sobre lo que sucede o de los nuevos acontecimientos que se precipitan en la vida cotidiana de nuestro tiempo.

El miedo se utiliza en la política de distintos modos. La derecha le tiene miedo a un gobierno de turbas incontrolables y la izquierda le teme al despotismo de las oligarquías financieras. El poder autoritario que se ha desarrollado en los sistemas liberales ha ejercido también con una particular fruición el miedo como arma de gobierno.

Los regímenes totalitarios de la modernidad como el nacionalsocialismo o el marxismo son paradigmáticos en el uso del terror, cuyo signo emblemático lo constituyen los llamados campos de concentración. El encarcelamiento y las torturas han sido utilizados a lo largo de la historia para obtener información oculta, especialmente por parte de las dictaduras de toda especie, a un lado y otro del arco ideológico. Sin embargo, los gobiernos democráticos tampoco han quedado exentos de la pretensión de manipular por el miedo, a veces con métodos más sutiles.

En la célebre novela 1984, el escritor George Orwell ha trazado una pintura magistral y el adelanto de un nuevo totalitarismo anónimo e impersonal en el que el protagonista es sobrepasado en sus resortes de resistencia moral por un invencible miedo a los roedores. Una de las fobias de nuestras modernas sociedades es la zoofobia, pero también existen otras como la agorafobia o el rechazo a los espacios abiertos o a las multitudes, entre otras tantas.

1984 es una denuncia del
1984 es una denuncia del totalitarismo de la cultura de masas

La dinámica del ser

En Evangelii Gaudium, el documento programático de su pontificado, el papa Francisco apunta al hecho de que algunas patologías van en aumento, y muestra cómo el miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. En Soñemos juntos, Francisco señala que los populismos generan pánico porque son la explotación de la angustia popular, no su remedio, del mismo modo que las dictaduras son la explotación del miedo al sembrarlo en el corazón del pueblo, para luego ofrecer defenderlo.

En un mundo cada vez más complejo se acrecienta la tentación de la huida. El aumento del número de suicidios en personas jóvenes es un signo de la crisis de identidad que aqueja a una cultura relativista y a la consecuente expansión de un nuevo temor: el miedo a ser. Hay un cierto infantilismo en la actitud de no complicarse la vida, pero la única existencia que merece ser vivida es la que es asumida en su plenitud, simplemente porque es ésa la naturaleza propia del género humano.

It’s a Wonderful Life (Qué Bello es Vivir) es un clásico del cine hollywoodense que fue un éxito de taquilla en los años de la posguerra. La Vita è Bella (La Vida es Bella), a fines de los noventa, significó también un canto al espíritu humano ante los temores que impone la adversidad. Sin embargo, la tentación de la renuncia no ha conseguido triunfar en un itinerario que siempre ha salido adelante aun cuando las dificultades parezcan prevalecer. El motivo es evidente: hay una huella divina y un destino que es eterno en cada latido del corazón humano.

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