Si Milei quiere ser un Menem…

El dos veces presidente de los argentinos pertenecía a la categoría de estadistas capaces de protagonizar gestos de unidad nacional no siempre comprendidos por sus contemporáneos

El presidente Javier Milei en la inauguración del busto de Carlos Menem en la Casa Rosada (Foto NA)

Hay hechos de la historia en torno a los cuales se organiza la unidad de la Nación. Son los gestos mediante los cuales personalidades o grupos opuestos en sus posicionamientos político partidarios pero unidos por el amor al país tienden un puente que, a la salida de etapas de fragmentación, habilita poner al todo al mando de la política. Son los momentos en los que emerge la Nación por encima de todos los estereotipos facciosos que la venían gobernando.

Por caso, la ley Sáenz Peña, que habilitó el acceso de las mayorías al gobierno, no fue la obra de un socialista, ni de un yrigoyenista, sino de un liberal conservador, un hombre surgido de las filas del Partido Autonomista Nacional; el mismo que llevó a Julio A. Roca a la presidencia.

Ese gesto, que puso fin al voto cantado y manipulado por una elite -o casta- para habilitar el sufragio secreto -además obligatorio, con la finalidad de acelerar el proceso de integración de toda la ciudadanía y en especial de los inmigrantes-, le costó a Roque Sáenz Peña muchas críticas desde su propio partido, como con frecuencia sucede en estos casos. Muchos hechos políticos de trascendencia son protagonizados por estadistas e incomprendidos por los hombres de partido. En concreto, un conservador fue el que habilitó el acceso al poder del radicalismo poniendo el interés del conjunto por delante del de su parcialidad.

Los hitos de nuestra historia están marcados por estos momentos en los que partes e intereses contrapuestos protagonizaron gestos de unidad. Son las bisagras que permitieron dejar atrás rencores y divisiones y hacer avanzar los intereses del conjunto de los argentinos.

Retrocediendo un poco más en la historia, vemos cómo Juan Bautista Alberdi, crítico de Rosas, y que pasó buena parte de su gobierno en el exilio, valoraba positivamente parte de su legado por su aporte a la unidad y pacificación del país, en los que veía los cimientos necesarios para la organización nacional. Ya en 1847, estando aún el Restaurador de las Leyes al frente de la Confederación, Alberdi escribió: “Rosas no es un simple tirano a mis ojos. Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega tanto el amor de partido para conocer lo que es Rosas, bajo ciertos aspectos”.

Alberdi fue capaz de reconocer los aportes de Rosas más allá de sus diferencias

En 1880, para asumir la presidencia, Julio A. Roca tuvo que enfrentarse militarmente al porteñismo representado por Mitre y Tejedor que se habían alzado en armas desconociendo la voluntad mayoritaria expresada en las urnas, no tomó luego represalias contra ellos. Incluso a Sarmiento, que intentó birlarle la candidatura hasta último minuto, lo integró a su gabinete y le dio rango de ley a sus proyectos educativos.

Esta tradición que hemos visto encarnarse en muchos episodios de nuestra historia, también estuvo presente en el general Perón quien, cuando nacionalizó los ferrocarriles, los bautizó con los nombres de figuras como Roca, Mitre, Urquiza y Sarmiento, hermanándolos con San Martín, para simbolizar la unidad en esta asunción de la totalidad de la construcción histórica argentina, por encima del signo ideológico de cada uno de sus protagonistas.

Como Napoleón, cuando dijo que, de Clodoveo a Robespierre, él se ponía al hombro toda la historia de Francia (“De Clovis al Comité de Salvación Pública, me hago cargo de todo”).

Del mismo modo, en 1973, Alejandro Agustín Lanusse, luego de toda una vida luchando por impedir el regreso del peronismo al poder, le puso la banda presidencial a Héctor J. Cámpora, sin violar las reglas de juego, y en ese gesto también colocó un mojón en el camino de la Nación.

Ese es también el sentido último y trascendente del gesto de Victoria Villarruel hacia Isabel Perón. La vicepresidente, que brega por la memoria completa y reclama el reconocimiento a las víctimas de la violencia guerrillera, presentó sus respetos a la primera víctima de la dictadura, la presidente derrocada en 1976.

Javier Milei, que ha invocado a Roca en su discurso inaugural, también se identifica con Carlos Menem. Lo ha mencionado como el mejor presidente de la democracia y lo ha honrado cumpliendo con el rito de colocar su busto en la Casa Rosada.

Y tiene razón Milei porque Menem pertenece a esa estirpe de estadistas capaces de protagonizar gestos de unidad nacional no siempre comprendidos en todo su alcance por sus coetáneos.

En 1990 se reunió con el almirante Rojas, uno de los fusiladores de la Libertadora, y juntos homenajearon a San Martín. Con esa actitud desarmó la expresión política de superficie del partido militar. Pero además firmó los indultos que pacificaron el país e inauguraron una etapa de estabilidad que le permitió a la Argentina homologarse al mundo.

Carlos Menem firmó los indultos que pacificaron el país

Posteriormente, se dio marcha atrás con esa política, reabriendo los juicios, en nombre de un espíritu de facción que campeó en el país en este comienzo de siglo. Los derechos humanos pervertidos transmutados en instrumento de división de los argentinos.

Un uso oportunista y clientelar del pasado llevó a la reapertura de heridas e impidió consolidar una unidad nacional que hubiera constituido la verdadera justicia respecto del desencuentro y la división, bases de la tragedia de los 70. Si los juicios a los militares no contribuyen a afianzar la democracia y la unidad de los argentinos, y se convierten en cambio en un fin en sí mismo, no se entiende qué justicia se persigue.

La mayoría de los pueblos que han protagonizado transiciones exitosas de la dictadura o de la guerra civil hacia la democracia y la paz demuestran, como dice el historiador estadounidense David Rieff (en Elogio del Olvido, 2017) que “la memoria histórica puede ser tóxica y, a veces, lo correcto es olvidar”.

Pensemos en los ejemplos de la Guerra Civil española, de Irlanda del Norte, de la ex Yugoslavia, de Ruanda, de la Sudáfrica post apartheid…

En septiembre de 2023, el kirchnerismo ya había reaccionado de modo faccioso en contra de un homenaje a las víctimas de la guerrilla promovido por Victoria Villarruel, como si éstas no fuesen tan argentinas como los desaparecidos.

El revanchismo kirchnerista se cebó en la institución militar -fundacional de la Argentina- que fue desde ese momento el combustible de sus campañas electorales. Al designar a un solo culpable de los males del pasado, se impide la reconciliación y se abona el terreno para la vindicta, educando a las próximas generaciones en el rencor.

Victoria Villarruel visitó a Isabel Martínez de Perón

Indulto, estabilidad y unidad

La llegada de los Kirchner al gobierno marcó un retroceso en todo lo que se había hecho en el país en pos de su pacificación. Vale recordar que, para reabrir los juicios, violaron principios del derecho universalmente reconocidos y que configuran el republicanismo tan invocado pero con frecuencia poco honrado: la irretroactividad de la ley penal; la igualdad ante la ley; la limitación de la detención preventiva, entre otros. Además, se desconoció la voluntad del anterior Ejecutivo, del Congreso y de la Corte Suprema, que había ratificado todo lo actuado. A los militares presos no se les reconoce ninguno de los beneficios previstos en las normas de ejecución de las penas, y ni consideración ni piedad hay hacia la avanzada edad o el estado de salud de muchos de ellos.

Para que la invocación a Carlos Menem no sea tan sólo una máscara o un usufructo por la vía de rodearse de portadores de su apellido, debe traducirse en decisiones de estadista como las que tomó el dos veces presidente de los argentinos para la pacificación nacional.

Porque esos gestos iniciales de conciliación, que marcaron el signo de su gestión, garantizaron la confiabilidad necesaria en el país para atraer inversiones y abrir nuevos mercados a la producción nacional.

Ante la dura competencia internacional actual, ante los desafíos que presenta el siglo XXI, nada podrá alcanzarse en el plano político, económico y comercial sin un hecho previo manifiesto de unidad de los argentinos.

Los países respetados en la escena internacional son los que, entre otras cosas, no exponen sus diferencias internas ante el mundo. El estadista reconocido como tal es el que no admite fisuras, el que, independientemente de sus preferencias y afinidades, no se des-solidariza de la suerte de sus antecesores, porque sabe que debe honrar la institución más allá de los hombres; el que, de cara al mundo, se hace cargo de todo, de sus “Clodoveo” a sus “Robespierre”, de sus Alberdi a sus Rojas, porque es, antes que nada, argentino.

Hace falta mucho coraje político para tomar las decisiones que tomó Menem en su momento, y hay que estar dispuesto a pagar el costo político personal de la incomprensión coyuntural.

Hemos visto que al presidente actual no le tiembla el pulso para tomar decisiones personalísimas de efectos drásticos en muchos planos de la vida nacional. Por ello correspondería que, por la misma vía, utilice las atribuciones que le confiere la Constitución Nacional y por vía de un indulto ponga fin a una situación de injusticia jurídica y política que retiene en prisión a militares argentinos, como resultado de la acción de un gobierno de políticos que en su momento nunca los enfrentaron, y que posteriormente usaron el tema para responder a las exigencias de una agenda internacional, difundida por vía de sus voceros mediáticos locales, que apunta a fragmentar a la Argentina.

Con el antecedente de lo que hizo Victoria Villarruel, el Presidente podría coronar estos procesos y terminar de reconciliar a los argentinos, cerrando las grietas que durante 20 años instaló el kirchnerismo.

Un gesto de conciliación, promovido por quien está al frente del Ejecutivo, generaría las condiciones de estabilidad y credibilidad que la Argentina necesita para que, en articulación con las iniciativas macroeconómicas, la microeconomía garantice que ningún argentino esté debajo del nivel de dignidad y libertad que todo ser humano merece.

Perón y Balbín, el abrazo de dos adversarios

Hay un determinismo histórico que hace que la Argentina asome entre las grietas que los políticos de facción van cavando para recordarnos que la Nación no es simplemente la suma de las partes sino un todo que las trasciende. Ese conjunto que es la Nación es contenedor de todas y cada una de las partes, mientras que ninguna de las partes es contenedora del todo.

Hoy persiste una situación de injusticia cuando se pretende que un grupo de argentinos estén excluidos de ese conjunto que es la Nación.

La Argentina no existiría si solo prevaleciese una u otra facción, porque la Nación es una unidad en sí misma, tiene existencia ontológica, más allá de sus circunstanciales gobernantes.

Es en los gestos históricos trascendentes aquí reseñados cuando se expresa la Argentina porque es entonces cuando ésta tiene al mando de su destino al todo y no a la facción.

Y éstos se dan siempre entre quienes estuvieron en posiciones contrapuestas porque ése es el cemento de la unidad, como los pegamentos de dos componentes que, al unirse, se solidifican y se vuelven ultra resistentes. Del mismo modo, esos abrazos entre “adversarios que se amigan”, como diría Balbín, son los que van cimentando la unidad nacional y la pacificación de los argentinos.

Sólo inscribiéndose en esta línea histórica demostraría el Presidente la autenticidad de su admiración por Menem -y por Roca-, a la vez que superaría la categoría de fenómeno mediático para aproximarse a la de estadista por desafectar definitivamente la máquina del rencor y contribuir a la pacificación de los espíritus.