Donald Trump recorre el tramo final de la campaña montado en un camión recolector de basura. La imagen es patética pero efectista, tan grotesca como viralizable. El republicano recurre a recursos mediáticos extremos. Es un especialista.
El tema de la basura da cuenta de cómo los agravios, insultos y otras tropelías discursivas resultan rendidoras a la hora de instalarse en la conversación pública e influir en las emociones de las mayorías.
El asunto empezó con la revulsiva figura que el cómico Tony Hinchcliff plantó en un mitin trumpista. “Puerto Rico es una isla flotante de basura en medio de océano”. La revulsiva metáfora desató la furia de la comunidad puertorriqueña, que dispone de un voto clave en varios estados.
Lejos de producir un daño inexorable sobre la reputación de Trump, el disparate inspiró a Joe Biden, quien vuelve a derrapar. “La única basura que veo flotando ahí afuera son sus seguidores”, aportó el presidente norteamericano desde el más allá de su senilidad.
Mientras los politólogos analizaban el impacto que la indignación boricua puede tener en la elección, la inesperada irrupción de Biden potenció a los republicanos.
Donald Trump recuperó el centro de la escena, comandando un camión recolector y vestido con chaleco reflectante. “No podés dirigir Estados Unidos si no amás a los norteamericanos. Esa es la verdad”, replicó Trump. Una campaña muy trash.
Mientras en el universo de las redes el popcorn de los memes alimenta a las almas sencillas, a nivel de los medios tradicionales se abren otras discusiones.
Las relaciones entre la prensa y el poder siempre fueron difíciles. En la política de los tiempos digitales, ese vínculo se ha tensado al extremo. Nada nuevo. Para los gobiernos que tienden a concentrar poder y devienen autoritarios, la confrontación con el periodismo independiente es central.
La virulencia discursiva de Donald Trump, especialmente furibunda contra los periodistas profesionales, ha abierto un encendido debate en EE.UU.
El disparador de la disputa que hoy enfrenta incluso a los medios y periodistas tiene que ver con la decisión de The Washington Post de no respaldar a ningún candidato en las elecciones presidenciales. Algo que muchos interpretan como un claro apoyo a Donald Trump.
El propietario de ese periódico es el multimillonario Jeff Bezos, quien defendió y fundamentó su decisión en la necesidad de revertir la pérdida de confianza de los estadounidenses en los medios de comunicación.
Fue el propio Bezos, también dueño de Amazon, quien canceló el respaldo del diario a Kamala Harris a apenas días de la elección general. Según varios de sus detractores, lo hizo a horas de reunirse con el mismísimo Trump.
“La dura verdad: los estadounidenses no confían en los medios de comunicación”, es el título de la carta abierta en la que Bezos intenta justificar lo decidido.
La cuestión de la neutralidad desató una tempestad. Renuncias, posicionamientos de otros medios e incluso una inédita grieta al interior de las redacciones.
El prestigioso historiador Timothy Snyder fue contundente. El autor de Sobre la tiranía advirtió acerca de los riesgos que supone para la calidad democrática el ejercicio de la “obediencia anticipada”, también llamada “obediencia preventiva”. Snyder advierte sobre cómo la “obediencia preventiva” se manifiesta cuando las personas comienzan a aceptar y normalizar prácticas autoritarias, en lugar de cuestionarlas o resistirse a ellas. Como quien se dispone a curarse en salud, los ciudadanos se alinean pasivamente con las expectativas de una autoridad que parece inevitable, eliminando la posibilidad de resistencia activa.
Este tipo de respuesta es lo que él llama el “lubricante en el cambio de régimen”, porque los ciudadanos empiezan a aceptar cambios en las normas y valores democráticos sin cuestionarlos. Timothy Snyder ha sido claro sobre los desafíos que las plataformas digitales plantean a la democracia, especialmente en su papel en la difusión de desinformación y en la creación de narrativas autoritarias. Destaca que las interacciones en línea suelen distorsionar la realidad y fomentar un sentido de aislamiento, lo cual los regímenes autoritarios explotan para crear políticas divisivas y reaccionarias.
El escritor, también autor de El camino hacia la no libertad, critica especialmente el papel de los medios digitales en la confusión entre hechos y ficción, ya que los líderes autoritarios usan plataformas digitales para desestabilizar el discurso democrático al promover la desinformación. La decisión de The Washington Post puso en evidencia otra marca de época. Los lectores esperan información de calidad, pero también definiciones, opinión y alinean su fidelidad con los medios que confirman su sesgo.
Las audiencias también se expresaron de manera contundente. 200.000 suscriptores se dieron de baja a poco de conocerse la noticia. Por el contrario, los medios que mantuvieron sus apoyos editoriales vieron incrementadas sus suscripciones y audiencias.
Los medios tradicionales también se ven afectados por las tendencias que se aceleran en tiempos de la comunicación digital. La confirmación del sesgo que reclaman las audiencias y que impulsan los algoritmos genera dañinas distorsiones en el manejo de la información.
Los periodistas profesionales tienen que resistir estas prácticas que afectan su razón de ser y credibilidad.
En la dinámica de la comunicación digital, las supuestas verdades se imponen por sobre la verdad. En las redes lo verosímil es mucho más relevante que lo verdadero.
En los últimos días en EE.UU. los discursos de campaña han escalado en virulencia y ferocidad. La guerra cultural que enfrenta a republicanos y demócratas habla de un país fracturado por emociones irreconciliables. Cualquiera sea el resultado electoral, ese cisma se sostendrá y profundizará.
Trump acusa a los demócratas de querer destruir al país y define a Harris como “marxista”, “comunista” y “socialista”. Harris dice que Trump es “fascista”.
Los derrapes de Trump abrieron en la opinión pública norteamericana un encendido debate. Lejos de espantar, los “cajones de Herminio”, para utilizar una metáfora muy local, rinden.
Esta lógica desquiciada y desquiciante define a la nueva política o política digital. La utilización intensiva de plataformas, redes y algoritmos se usa para segmentar y polarizar. Una práctica que deteriora inexorablemente la calidad democrática al obturar los disensos y cancelar los debates.
La política en los tiempos digitales hace eje en la comunicación y la comunicación de los gobiernos que se apoyan en liderazgos personales tramita en las redes y promoviendo la desintermediación.
La estruendosa separación del cargo de Diana Mondino fue un leading case de cómo partiendo de un caso puntual se comunica una política y se hace política comunicando.
La funcionaria fue eyectada de su puesto sin miramientos ni contemplación alguna supuestamente por desconocer el mandato de alineamiento absoluto con la línea que baja el presidente de la Nación.
El modo elegido para su ejecución y los comentarios posteriores que bajaron desde el mileísmo de paladar negro, imponen una advertencia y tienen una clara impronta disciplinadora. “Se hace lo que dice el presidente Milei o estamos invitados a retirarnos del Gobierno”, dijo el vocero presidencial.
Un comunicado oficial de la unidad presidencial anticipó que iniciará una “auditoría de personal de carrera de la Cancillería con el objetivo de identificar impulsores de agendas enemigas de la libertad”. Una suerte de comisariato ideológico del Servicio Exterior de la Nación.
Si bien la advertencia presidencial está destinada a los funcionarios de carrera, el rigor aplicado sobre la Cancillería y los modos que acompañaron la remoción de Diana Mondino dan cuenta de una impronta implacable. Todo muy aleccionador.
La diatriba presidencial suma ahora un nuevo objetivo, un nuevo target, la “casta diplomática”. La detección de los nuevos “enemigos de la libertad” viene en modo de purga. Esto recién empieza.
Snyder ha advertido a los norteamericanos que el objetivo de Proyecto 2025, que impulsa la Fundación Heritage, es “simplificar” la estructura del gobierno, consolidando el poder bajo el presidente y eliminando barreras de independencia en el sistema judicial y la burocracia, lo que podría llevar a una gobernanza autoritaria. Para Snyder, estas propuestas no solo son una amenaza a la democracia, sino que crean un clima propenso a la violencia institucional, ya que reducen los límites entre la política y la persecución personal de disidentes políticos.
La "obediencia anticipada" se convierte así en una advertencia sobre el riesgo de conformarse con las primeras señales de cambio autoritario y es una llamada a la resistencia activa desde el inicio para proteger la democracia.
Snyder señala la importancia de resistir la tendencia a adaptar las propias creencias o comportamientos a los de una figura autoritaria o de un régimen en ascenso, en vez de cuestionarlos desde el principio.
Convoca a mantener activa la conciencia crítica y la acción deliberada. Sugiere que, en lugar de adaptarse automáticamente a los cambios en el liderazgo o en las expectativas políticas, las personas deben mantenerse firmes en sus principios democráticos y actuar siguiendo sus convencimientos más profundos. O sea, hacer uso efectivo de la libertad.