Regulación, equilibrio, justicia

La inteligencia artificial tiene el potencial de mejorar significativamente nuestra calidad de vida, pero también plantea riesgos, por lo que se torna esencial que establezcamos un marco regulatorio que garantice que estas tecnologías se desarrollen y utilicen de manera ética y responsable

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La IA tiene el potencial de mejorar significativamente nuestra calidad de vida (Imagen ilustrativa Infobae)
La IA tiene el potencial de mejorar significativamente nuestra calidad de vida (Imagen ilustrativa Infobae)

Esto es un breve comentario acerca de un tema crucial para nuestro futuro: la regulación de las nuevas tecnologías, incluida la inteligencia artificial (IA). Vivimos en una era de avances tecnológicos sin precedentes, donde la IA y otras innovaciones están transformando todos los aspectos de nuestras vidas. Sin embargo, con estos avances vienen responsabilidades y desafíos que no podemos ignorar.

La IA tiene el potencial de mejorar significativamente nuestra calidad de vida, desde la atención médica hasta la educación y la economía. Pero también plantea riesgos, como la pérdida de empleos, la privacidad y la seguridad.

Es esencial que establezcamos un marco regulatorio que garantice que estas tecnologías se desarrollen y utilicen de manera ética y responsable. Primero, debemos asegurar la transparencia en el desarrollo y uso de la IA. Las empresas y los desarrolladores deben ser claros sobre cómo funcionan sus algoritmos y cómo se utilizan los datos. Esto no solo fomentará la confianza del público, sino que también permitirá una supervisión adecuada para prevenir abusos.

En segundo lugar, es fundamental proteger la privacidad de los individuos. Las tecnologías emergentes recopilan y procesan enormes cantidades de datos personales. Necesitamos leyes y marcos regulatorios que protejan estos datos y garanticen que se utilicen de manera justa y segura. Y autoridades de aplicación con poder real de punibilidad ante incumplimientos.

Además, debemos abordar el impacto económico de la automatización. La IA y la robótica están cambiando el panorama laboral, y es nuestra responsabilidad asegurarnos de que los trabajadores no se queden atrás. Esto incluye invertir en educación y capacitación para preparar a nuestra fuerza laboral para los empleos del futuro. Solo así podremos garantizar una transición justa hacia una economía digital.

Finalmente, la regulación debe ser flexible y adaptable. La tecnología avanza rápidamente, y nuestras leyes deben poder evolucionar con ella. Esto requiere una colaboración continua entre estados, empresas, trabajadores, universidades, academias y el capital social, para crear un entorno regulatorio cordial que fomente la innovación mientras protege a los ciudadanos.

En conclusión, la regulación de las nuevas tecnologías es esencial para garantizar que sus beneficios se maximicen y sus riesgos se minimicen. No hay tecnología válida moralmente sin compromiso con la democracia y con la justicia social. Y en ese sentido la voz más potente, desde la política para este tema, debe ser aquella que impulsa un desarrollo tecnológico ético, responsable, soberano y sustentable con el ambiente.

Dicho esto, agrego con pretensión sociológica, pero con certeza política, que todos estos requisitos, al cumplirse, modelarán una sociedad diferente de la que conocemos y distinta en sus variantes sociales, laborales, políticas, culturales, científicas, artísticas y hasta en el proceso evolutivo de la especie (sapiens moderna). Cambiarán las relaciones de producción y se modificarán casi todas las condiciones que hoy construyen la vida que conocemos.

Estas mutaciones, para nada apocalípticas ni peligrosas, en la medida de su democrática regulación y su dominio por parte de las sociedades organizadas como Estado y como valor comunitario, merecerán y requerirán una original y hoy desconocida apropiación por parte de los políticos, de sus identidades y de sus deseos de gobernar (razón clave y última de la política), pues el tema del poder se dirimirá en ámbitos nuevos, con sujetos sociales originales y en algunos casos, con lejanía de los que hoy existen.

No estoy describiendo un mundo disruptivo ni de ciencia ficción, sino una posibilidad muy certera para dentro de pocos años; y en nuestro planeta, en nuestro mundo, en nuestro país y en nuestras regiones.

Pensar que una sociedad se mantendrá igual mientras los cambios de la tecnología avanzan con tanta velocidad, es negar el inmediato futuro y no atreverse a abrir la cabeza a pensar las nuevas formas de militancia, actividad política, identidades culturales, ideologías y relaciones de fuerza.

Y, tal vez, lo que hoy parece inmutable deje de serlo. Y aquellas “verdades” que hoy no encuentran reparos comiencen a desgajarse y abandonen su marco de certeza.

Sin caer en determinismos ni en cerrazones políticos, me parece (solo me parece) que hay valores como justicia social, independencia económica, valoración de los DDHH, solidaridad con los que menos tienen, defensa soberana del territorio nacional, respeto a modelos democráticos acordados, entre no muchos más, que podrán cambiar en detalles, pero mantendrán sus esencias. Casi todo lo demás que hace a lo que hoy enmarca las pujas políticas, tendrá su innovación. Y habrá nuevos ganadores y, en la lógica agonal de la política, también surgirán nuevos perdedores.

Esas categorías se están definiendo hoy en virtud de quien mejor se prepare para lo que viene.

(Esta nota, fue escrita en parte, con la colaboración de la IA, pero tomando mi posición histórica sobre el tema)

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