Izquierda y derecha al borde del mismo ataque de nervios por el homenaje a Isabel Perón

El gesto conciliador de Victoria Villarruel hacia la presidente derrocada en 1976 generó llamativas coincidencias entre corrientes supuestamente antagónicas pero que coinciden en eximirse de culpas pasadas mediante el cómodo recurso de designar un chivo emisario

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La vicepresidente de la Nación,
La vicepresidente de la Nación, Victoria Villarruel, visitó a Isabel Perón en Madrid

La decisión de la vicepresidente Victoria Villarruel de colocar un busto de Isabel Perón en el Senado -donación póstuma de Ricardo Iorio- desató una avalancha de críticas y reflotó acusaciones contra la mandataria depuesta por el golpe de Estado del 24 de marzo del 76.

Por mucho que se hable de Memoria, con mayúscula, el paso del tiempo, ha traído, al amparo de la conveniencia política, un olvido selectivo y una tremenda simplificación de los hechos que rodearon el gobierno de Isabel Perón y su derrocamiento; una simplificación que nubla la verdad.

Año a año, los mismos sectores que contribuyeron a la caída del gobierno constitucional se reúnen para condenar el golpe, sin mencionar a la presidente derrocada lo que es signo de que, en 1976, todos ellos aprobaban su destitución. Hoy republicanos, democráticos y derechohumanistas, en el pasado fueron tan golpistas como los que derrocaron al gobierno constitucional. Mientras que para éstos era la ocasión para imponer -a sangre y fuego- el orden en lo interno y la entrega económica en lo externo, para la izquierda armada era algo funcional a su estrategia de que “cuanto peor, mejor”. La presencia de un gobierno constitucional “confundía” a las masas y frenaba su necesaria radicalización. Finalmente, los políticos, de casi todo el arco, pensaban que los militares tomarían el poder para entregárselos a ellos, y se des-solidarizaron de la suerte de la gestión.

La junta militar que asumió
La junta militar que asumió el 24 de marzo de 1976 implementó el estado de sitio.

El abogado e historiador Adolfo Saldías, autor de la “Historia de la Confederación Argentina”, nació en el seno de una familia antirrosista y se crió en un ambiente de odio y denostación constante hacia el Restaurador de las Leyes. Pero cuando decidió emprender la tarea de historiar ese período, en la tarea primó su honestidad intelectual.

En el comienzo del primer tomo de su obra, escribió: “La generación argentina que pugna por autorizar con el prestigio del tiempo sus viejos y estériles rencores, cede naturalmente al sentimiento egoísta de toda sociedad que graves culpas tiene ante el porvenir y ante la historia: se escuda tras el culpable que presenta a la execración del presente”. Unas líneas más adelante, Saldías cita al filólogo e historiador Gaston Boissier: “Una sociedad, dice un eminente escritor francés, necesita arrojar siempre sobre alguno la responsabilidad de sus faltas. Cuanto mayor es el remordimiento que experimente, mejor dispuesta se encuentra a buscar el culpable que por ella haga penitencia; y cuando le ha castigado bastante, se acuerda el perdón a sí misma y se congratula de su inocencia”.

Ahora, cuando el gesto de Victoria Vilarruel, que también visitó a Isabel Perón en su casa en Madrid, pone en entredicho la posibilidad de la clase política de acordarse el perdón a si misma y congratularse de su inocencia, salieron en tropel a formular una larga lista de cargos contra la ex presidente. Porque, parafraseando a Saldías, son graves las culpas que tienen “ante el porvenir y ante la historia”.

Los argumentos contra Isabel se repitieron en espejo de izquierda a derecha. Con la misma desmesura.

“Plantó el terrorismo de Estado en la Argentina”; “es responsable del baño de sangre que vivió el país en los años 70″; “no estaba capacitada para gobernar”; “su gobierno fue caótico”; “la economía se descontroló”; etcétera, etcétera.

Tampoco se le reconoció ningún mérito. “Apenas estuvo presa cinco años”; llamar a eso persecución, les pareció un exceso. Si se calla, debe ser para proteger a alguien.

Hubo quien criticó que el Congreso, en 1984, en tiempos de Alfonsín, haya sancionado una ley que declaró inválidos los juicios que sufrió durante el Proceso. Es llamativo que, para criticar a Isabel, le dan la derecha a la dictadura.

Victoria Villarruel colocó un busto
Victoria Villarruel colocó un busto de Isabel Perón en el Senado

Para esta maniobra colectiva de congratulación de inocencia es que se busca asimilar a Isabel Perón con la represión ilegal y con un gobierno de facto que la mantuvo presa durante cinco años. Secuestrada en la madrugada del golpe, la viuda de Perón fue la primera víctima de la dictadura.

Y justamente los seguidores de Raúl Alfonsín deberían recordar que “el padre de la democracia”, como gustan llamarlo, así lo reconoció cuando promovió la Ley 23062 de “reparación histórica” que quitó “validez jurídica” al “juzgamiento o la imposición de sanciones a los integrantes de los poderes constitucionales” por parte del gobierno de facto.

Los “demócratas” de hoy, en cambio, avalan el juicio de la dictadura sobre Isabel y su gobierno.

De paso, vale señalar que, con todo el poder de que disponían, y aunque la juzgaron dos veces por la misma causa, los militares del Proceso no pudieron fundamentar las acusaciones de corrupción que le formularon.

En 2007, llevando al paroxismo esta maniobra de escudarse tras un culpable, el kirchnerismo habilitó una nueva persecución contra la viuda de Perón, pidiendo a España su extradición, por solicitud de dos jueces argentinos, uno de los cuales era Norberto Oyarbide, ni más ni menos. “En aquel momento, el propio fiscal Julio Strassera calificó de mamarracho jurídico a las causas contra Isabel promovidas por los jueces Oyarbide y Raúl Acosta por su supuesta responsabilidad en delitos de lesa humanidad”, decía Diego Mazzieri, biógrafo de Isabel Perón, en una entrevista con Infobae.

En el pelotón de críticos, no faltaron algunos supérstites montoneros que también culpan de todo a la presidente bajo cuyo gobierno pasaron a la clandestinidad -en septiembre de 1974- para declararle la guerra y contribuir así al golpe de Estado, lo que no les impide hoy sentirse libres de tirar piedras.

Isabel es la Triple A, dicen, olvidando al propio Rodolfo Walsh que tanto ensalzan: “Las 3 A son las 3 armas”.

El argumento de quienes en el pasado fueron voceros o justificadores de los golpistas fue que el gobierno de Isabel trajo la violencia política y el caos social y económico, e instauró como respuesta una represión ilegal que los militares no hicieron sino continuar.

La pregunta que cabría hacerles es: si Isabel fue la precuela de la represión ilegal, si ella instauró el terrorismo de Estado, ¿para qué derrocarla? ¿Por qué mantenerla presa luego durante cinco años, el mayor período de encarcelamiento de un presidente en toda la historia. El gobierno de Isabel fue un desastre y no tenía apoyo popular, afirman. Pero la realidad es que los militares dieron el golpe porque sabían que el peronismo ganaría las elecciones cuya fecha había sido adelantada por Isabel para septiembre de ese año.

Isabel Perón durante su presidencia
Isabel Perón durante su presidencia (AFP)

En el libro Disposición Final, Ceferino Reato transcribe la explicación que le dio Jorge Rafael Videla sobre el motivo del calvario de Isabel: “La Señora llevaba el apellido de Perón y estando libre podía movilizar voluntades políticas y gremiales contra el gobierno militar. Por eso permaneció presa e incomunicada durante seis años”.

Es francamente desalentador ver que tantos testigos de aquellos tiempos se hagan los distraídos respecto de la época en la que le tocó gobernar a Isabel Perón. Cuando con soberbia injustificada afirman que ella no estaba capacitada para gobernar, olvidan ese contexto y, sobre todo, olvidan la defección de muchos de sus colaboradores y la traición de otros tantos. El golpe de Estado se empezó a gestar prácticamente el mismo día que Isabel asumió. Las fuerzas armadas de entonces eran un poder en sí mismas, además de actuar en un contexto geopolítico que legitimaba el recurso al golpe y a los gobiernos de facto. Un poder reforzado por el reconocimiento de tantos políticos que buscaban un palenque uniformado en el cual rascarse.

Una señora que fue ministra de Salud sin ser sanitarista criticó a Isabel por la jubilación que cobra -una sola, la que le corresponde, no cobra doble-, olvidando que la viuda de Perón debió desprenderse de casi todas sus propiedades para pagar el juicio sucesorio que hizo sin ningún derecho la familia de Eva Duarte; sin derecho alguno porque Evita había legado todo a Perón y a la Fundación, pero la justicia argentina nunca cesó de fallar en contra de la ex presidente.

Hasta lo hizo con las demandas de la falsa hija de Perón, habilitando una nueva profanación de los restos del tres veces presidente de la Nación.

“La Triple A funcionó desde los servicios de las Fuerzas Armadas y fue una cosa ajena a las estructuras partidarias oficiales del gobierno”, afirmó en su momento Antonio Cafiero.

Isabel Perón ha optado por no defenderse. Muchos pretenden desconocer que callar suele exigir más templanza que replicar. Más aun considerando que ni siquiera los dirigentes de su mismo movimiento la defienden.

Isabel Perón es llevada a
Isabel Perón es llevada a declarar, resultado de la decisión del kirchnerismo de implicarla en la represión ilegal (AFP)

A lo largo de estos años hubo una convergencia de los ataques contra Isabel Perón por todos los sectores que quieren descargarse de sus responsabilidades en lo ocurrido en aquellos años; no es casual que Mario Eduardo Firmenich -cuya organización combatió al gobierno constitucional de Isabel con las armas- se haya prestado luego a testificar contra la viuda de Perón en el año 2004, también ante un tribunal español.

“Las Fuerzas Armadas eran los autores de la llamada Triple A”, afirma Mazzieri que cita en apoyo al ex montonero Gonzalo Chávez: “José López Rega nunca fue el máximo jefe de la Triple A”; para él, esa organización “siempre estuvo bajo el control operacional de los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas”.

Otro hecho no menor que se suele omitir malintencionadamente es que, a la muerte de Juan Domingo Perón, el 1° de julio de 1974, María Estela Martínez presentó la renuncia con la idea de ceder a otra persona la responsabilidad del gobierno. Se la rechazaron los miembros del gabinete, las Fuerzas Armadas y los principales referentes de la oposición con el radical Ricardo Balbín a la cabeza.

Pero apenas juró como primera mandataria, desde todos los sectores se lanzaron al asalto de su gobierno. Hoy esos mismos sostienen que ella no estaba preparada para gobernar. ¿Quién lo hubiera estado, además, con atentados a diario, con la defección de muchos colaboradores y un ataque en regla desde el interior mismo del movimiento: los Montoneros, el llamado Grupo de Trabajo, los empresarios y algunos sindicatos cuya consigna era “romper el Pacto Social”.

Del mismo modo que convergen hoy en cuestionar el homenaje a Isabel, coincidían entonces ultraderecha y ultraizquierda en sabotear al gobierno constitucional. Se puede conceder que no imaginaban en aquel tiempo la dimensión que tomaría la represión, pero lo que es inadmisible es que persisten hoy en ese relato.

En “El mito del eterno fracaso” (1985) José Pablo Feinmann, filósofo de culto del kirchnerismo, escribió: “El gobierno no fue feliz. Hubo desaciertos (…). No obstante, estorbaba. Era la Presidente Constitucional de los argentinos. Durante sus dos últimos meses de gobierno casi no cometió errores. Por eso la echaron. Acababa de convocar a elecciones. Le cedía espacio a los partidos opositores. Dialogaba con ellos. Comenzaba lentamente a ser Isabel Martínez de Perón. No le dieron tiempo. La voltearon –y la ultraizquierda ayudó mucho en la tarea- (...) Se la llevaron en un helicóptero. La sometieron a largos años de cárcel que sobrellevó con dignidad. Una vez libre, se llevó del cautiverio el silencio y lo transformó en su herramienta política”.

A modo de explicación de su gesto hacia Isabel Perón, Victoria Villarruel habló de “un acto de reparación histórica”. Y sintetizó: “Unidad nacional”.

“No se sirve a la libertad manteniendo los odios del pasado”, sentenciaba también Saldías en el libro citado.

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