Hiper-fragmentación: riesgos y ventajas para el oficialismo

Las recientes divisiones internas en la UCR y el peronismo plantean un escenario complejo para Milei

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Javier Milei junto a diputados del bloque UCR
Javier Milei junto a diputados del bloque UCR

Milei se siente en uno de sus mejores momentos desde que juró como presidente, recibió los atributos del mando y se sentó en el codiciado “sillón de Rivadavia”, lapicera en mano, para comenzar, por la vía de decretos y resoluciones, a materializar el ajuste más profundo y sostenido realizado por un gobierno democrático.

El presidente, quienes integran la base del llamado “triángulo de hierro” (Santiago Caputo y Karina Milei) y los responsables de manejar tanto la botonera de la economía como el acelerador de la “motosierra”, destilan altas dosis de confianza y miran el futuro con un exceso de optimismo.

Y si bien es cierto que hay varias razones que justificarían esa percepción y explicarían el renovado entusiasmo que el contexto ha venido insuflando en las huestes libertarias, persisten muchos de los grandes interrogantes que se ciernen sobre la sostenibilidad del plan económico, la evolución del “humor social” ante la persistencia de la recesión y, sin dudas, la salida del más profundo proceso de crisis y reconfiguración del sistema político desde el retorno a la democracia.

En primer lugar, muchas encuestas ya indican que la imagen del presidente dejó de caer e incluso se recupera tras dos meses consecutivos de descenso. Lo mismo sucede ante la simulación de un hipotético escenario electoral, donde no solo sería el candidato más votado, sino que vuelve a superar el techo de los 40 puntos.

Un repunte que, si bien puede responder a diversas variables, responde en gran medida a una operación estratégica que se ha revelado exitosa: el retorno de la polarización de la mano de la renovada centralidad de Cristina. Un movimiento que requiere de la voluntad de ambas partes: Milei elige a Cristina, y Cristina elige a Milei, cada uno evaluando mutuas conveniencias en función de las coyunturas que enfrentan.

En el caso del presidente, azuzar el temor al retorno del kirchnerismo, en un contexto donde el gobierno muestra como logro la estabilidad macroeconómica, le permite recuperarse en términos de imagen, a la vez que contribuye a frenar los atisbos de renovación en el peronismo y le baja el perfil a un Macri que —al revitalizarse la polarización— también cae en las encuestas. En el corto plazo, todo ganancia.

El escenario optimista se sostiene también, siempre en la versión del Gobierno, en la estabilización de las principales variables macroeconómicas, con una inflación que en septiembre logró situarse por debajo del 4%, un riesgo país que perforó por primera vez desde 2019 la barrera de los 1,000 puntos, con las cotizaciones alternativas del dólar estabilizadas, el progresivo achicamiento de la brecha mediante el “crawling peg”, el Banco Central en una racha compradora para acumular reservas y en el “veranito financiero” que favorece a bonos y acciones que cotizan en Wall Street. Es en ese marco que el gobierno libertario intenta no solo capitalizar sino avivar la hoguera del aquelarre opositor. La atomización y reconfiguración de liderazgos en una oposición paralizada tras el tsunami libertario, superados los 10 meses de gobierno y exorcizados los vaticinios sobre la inviabilidad política y social del ajuste proyectado, se han transformado en hiperfragmentación, desgranamientos, internas a cielo abierto y una profunda crisis de liderazgos sin signos de pronta resolución.

A la ya explicitada interna del justicialismo, que incluirá una inédita contienda electoral para decidir las autoridades que se sentarán en la devaluada mesa de conducción de la vieja sede de la calle Matheu, se sumó en las últimas horas la previsible, aunque no por ello menos sorprendente, ruptura formal del bloque radical en la Cámara de Diputados: el grupo que responde a Lousteau y Manes oficializó la creación de una nueva bancada de 12 integrantes (presidida por Pablo Juliano), separada de un bloque que, bajo el nombre UCR, retendrá a 21 integrantes bajo el liderazgo de Rodrigo de Loredo.

La ruptura es una suerte de “crónica de una muerte anunciada”, ya que las críticas referidas al estilo de conducción del cordobés, su cercanía a la Casa Rosada y, sobre todo, la decisión de la permanencia de los cinco legisladores que convalidaron los vetos a la ley de financiamiento universitario y a la reforma jubilatoria (los señalados como “radicales con peluca”), preanunciaban este desenlace que no solo tiene que ver con el posicionamiento coyuntural del centenario partido frente al Gobierno, sino que también se adelanta a la discusión de las políticas de alianzas de cara a las legislativas de 2025. Habrá que ver cómo sigue esta historia, no solo por las chances de que se extienda al Senado (donde el bloque es liderado por el dialoguista Vischi), sino para develar a qué bloque reconocerá o empoderará el Comité Nacional, comandado por el propio senador porteño, quien gracias a su alianza con Gerardo Morales contaría con los votos necesarios para imponer su voluntad o al menos bloquear las pretensiones de sus adversarios internos.

Lo cierto es que esta fractura no solo evidenció la profunda crisis que vive el radicalismo tras el triunfo libertario y el colapso del sistema partidario (que había mutado del bipartidismo al bicoalicionismo), sino que se produce en simultáneo con la explosión de la interna peronista. Un dato en absoluto menor, ya que en pocos días, los dos sellos partidarios tradicionales —PJ y UCR— han desnudado con particular crudeza la hiperfragmentación de la política argentina.Además, en el PRO crecen las dudas y se acrecienta el desencanto tras el optimismo que había despertado el decisivo apoyo de Macri para blindar el veto al financiamiento universitario, no solo por lo que se percibe como una falta de voluntad de los libertarios para avanzar en un acuerdo más institucionalizado entre ambos espacios, o las suspicacias en torno a los armados bonaerenses y —sobre todo— porteños, sino también por la falta de receptividad a los reclamos de los gobernadores e intendentes del partido amarillo en el marco de la discusión del Presupuesto 2025.

Vale preguntarse entonces, más allá de lo evidente, ¿son todas buenas noticias para Milei? Está claro que en el cortísimo plazo lo que sucede en la oposición, sumado a algunos buenos indicadores a nivel macroeconómico, es funcional a los intereses del oficialismo. Sin embargo, no todo se agota en esta coyuntura.

Por lo pronto, la discusión del Presupuesto se complejiza, no solo por algunas reticencias del PRO, sino porque la ruptura de la UCR acabaría por cristalizar una distribución de fuerzas en el Congreso en que la oposición estaría en condiciones de imponer proyectos para forzar el veto presidencial, mientras que el oficialismo y sus aliados tendrían asegurado el número para impedir cualquier insistencia. Un contexto de bloqueo mutuo, desgastante no solo para todas las fuerzas partidarias sino también para el propio gobierno y un sistema político en vías de reconfiguración.

Así las cosas, es evidente que lo que sucede a nivel del sistema político, si bien puede darle aire y tiempo al gobierno, no resuelve las dudas e incertidumbres que se plantean en el mediano plazo. Ya no hablamos de los efectos que pudiese generar sobre la gobernabilidad un resultado no tan favorable en las legislativas de 2025, sino de la incertidumbre respecto a la capacidad del gobierno para transformar el clima favorable de los mercados financieros y la buena performance de algunas variables macroeconómicas en inversiones reales que permitan reactivar una actividad económica que, más allá de algunos datos puntuales y sesgados, no repunta y, por ende, no redunda en una mejora en el bolsillo de los ciudadanos de a pie.

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