Ajuste o resistencia, una guerra por el futuro de la Argentina

¿Será la revolución libertaria suficiente para transformar el país, o la pobreza estructural se convertirá en el arma definitiva del populismo decadente de Cristina Kirchner?

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Cristina Kirchner y Javier Milei
Cristina Kirchner y Javier Milei

La política argentina atraviesa un momento de transformación profunda. Las elecciones de medio término de 2025 se perfilan como una batalla clave que enfrentará dos modelos antagónicos: por un lado, el proyecto libertario liderado por Javier Milei, que promete achicar el Estado y liberar las fuerzas del mercado; por otro, el kirchnerismo encabezado por Cristina Fernández de Kirchner, que busca recuperar su espacio de poder, aun en medio de la decadencia de su liderazgo. El eje central de este enfrentamiento no solo será el control del aparato político, sino la capacidad de ofrecer soluciones a la pobreza estructural que golpea al país, un problema que condiciona cualquier aspiración electoral.

El gobierno de Milei avanza con una velocidad inédita en la transformación del Estado. La reestructuración de la AFIP, con cambio de nombre incluido, en su formato tradicional es solo una muestra del reordenamiento estructural que busca reducir el aparato público, optimizar los recursos y eliminar los privilegios enquistados en la burocracia. La promesa libertaria de achicar el Estado parece concretarse, con un fuerte ajuste que ya ha reducido la plantilla pública y recortado gastos superfluos. Sin embargo, este proceso de ajuste, por más necesario que resulte, enfrenta su mayor desafío en el impacto social que genera. La pobreza, que ya alcanzaba niveles alarmantes, se ha profundizado en los primeros meses de gestión, lo que pone en jaque la legitimidad del proyecto libertario.

Cristina Kirchner, con su particular estilo, no ha dejado pasar esta oportunidad para agitar la interna del peronismo y reorganizar su espacio político. En privado, se refiere al gobernador Axel Kicillof como “el nene”, marcando la distancia con su antiguo protegido. La disputa entre Kicillof y Cristina es más que un conflicto de egos: refleja la lucha por el control de la oposición. La Cámpora, liderada por los “herederos” del kirchnerismo, intenta posicionarse como la renovación del peronismo, mientras los sectores más federales demandan un cambio de rumbo que les permita reconstruir el espacio opositor en un contexto dominado por las ideas libertarias. Cristina, consciente del desgaste que ha sufrido su liderazgo, intenta mantenerse en el centro de las decisiones políticas, pero sabe que una derrota en las elecciones de 2025 podría marcar el final definitivo de su carrera.

El kirchnerismo enfrenta una paradoja existencial. A pesar de haber dominado la política argentina durante las últimas dos décadas, los resultados de su gestión son devastadores. La economía se encuentra en ruinas, la corrupción ha dejado heridas profundas en el tejido institucional, y la sociedad está fragmentada por la desigualdad y la pobreza. Aun así, Cristina conserva un núcleo duro de seguidores que, cegados por el mito populista, se niegan a aceptar las consecuencias de los errores del pasado. La decadencia de su figura es innegable: una condena judicial y un 70% de imagen negativa reflejan el ocaso de una líder que alguna vez controló con mano de hierro el destino del país. Sin embargo, su capacidad para agitar el tablero político sigue siendo notable, y su objetivo de posicionarse como la única alternativa viable a Milei la obliga a jugar todas sus cartas en esta batalla.

Por su parte, Milei ha logrado avances en el control de la inflación, uno de los problemas más acuciantes de la economía argentina. Consultoras anticipan que la inflación podría ubicarse por debajo del 3% en los próximos meses, lo que sería un logro significativo en un contexto de recesión. Pero más allá de los indicadores económicos, el verdadero desafío del gobierno libertario reside en cómo enfrentar la pobreza estructural sin abandonar los principios que sustentan su proyecto. Con una tasa de pobreza que supera el 53% y un 66% de los menores de 14 años en situación de vulnerabilidad, la crisis social es una bomba de tiempo que podría estallar en cualquier momento.

La tasa de pobreza supera
La tasa de pobreza supera el 53%

El fenómeno de los trabajadores pobres es una de las expresiones más duras de esta crisis. Con una tasa de desempleo relativamente baja del 7,6%, millones de argentinos con empleo formal no logran escapar de la pobreza. La informalidad laboral, que abarca al 47% de la población económicamente activa, agrava esta situación: el 70% de los trabajadores informales vive en la pobreza, lo que refleja la precariedad de un mercado laboral que no ofrece oportunidades reales de progreso. En este contexto, el gobierno enfrenta una paradoja: si bien el ajuste fiscal es necesario para evitar un colapso hiperinflacionario, la falta de políticas activas de empleo podría profundizar aún más la crisis social.

Las recientes medidas de asistencia social, como el aumento del 374% en la Asignación Universal por Hijo y el 1.323% en el Plan Mil Días, buscan contener el malestar social en el corto plazo. Sin embargo, estas políticas no resuelven el problema de fondo. La pobreza estructural no se combate con subsidios; requiere la creación de empleo genuino y el fortalecimiento del poder adquisitivo de los salarios. El modelo libertario, basado en la libre competencia y la mínima intervención estatal, enfrenta aquí su mayor prueba: ¿puede garantizar una economía abierta que al mismo tiempo ofrezca oportunidades reales para los más vulnerables?

El desafío político es monumental. Las elecciones de 2025 serán un punto de inflexión que definirá el rumbo del país. Si Milei logra consolidar su proyecto y demostrar que la libertad económica puede coexistir con una política social inclusiva, su gobierno podría marcar un cambio histórico. Sin embargo, si la pobreza sigue aumentando y las tensiones sociales se intensifican, el proyecto libertario podría quedar atrapado en la misma trampa que tantos otros intentos de transformación en la historia argentina: prometer el cambio sin lograrlo.

Por otro lado, la oposición kirchnerista intentará capitalizar cualquier error del gobierno, utilizando la pobreza como arma política para recuperar terreno. Pero su estrategia enfrenta un riesgo significativo: si no logra ofrecer una alternativa convincente que trascienda el asistencialismo y proponga un camino de desarrollo sostenible, el kirchnerismo podría quedar relegado al margen de la historia.

En este contexto de incertidumbre, la Argentina se encuentra en un cruce de caminos. La reforma del Estado avanza a un ritmo vertiginoso, pero su impacto social plantea interrogantes difíciles de responder. La pobreza, como un espectro que recorre la historia del país, amenaza con regresar una y otra vez, poniendo en jaque cualquier intento de transformación. La pregunta que queda en el aire es si Milei podrá encontrar el equilibrio entre la austeridad fiscal y la justicia social, o si su revolución silenciosa quedará atrapada en el laberinto de la desigualdad, convirtiéndose en una promesa más que nunca se concretó.

En este juego de poder, nada está garantizado. La batalla entre Milei y Cristina no es solo por el control del presente, sino por definir el futuro de un país que, una vez más, se debate entre el cambio y la continuidad, entre la libertad y la desesperanza.

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