Se está rompiendo todo. El escenario político cruje. La oposición se fragmenta, se astilla. Se veía venir. Para el Gobierno es pura ganancia. El desconcierto opositor simplifica la tarea de fagocitar voluntades parlamentarias que vagan en el extravío.
Milei dijo que venían buenas noticias, y las hay. En el planisferio de la macroeconomía, las finanzas vuelan. Tuvieron una semana a pura primavera. El dólar permanece quieto. Hay estabilidad en el mercado de cambios. Las acciones y los bonos suben. El riesgo país perforó los 1,000 puntos y la brecha se estrecha.
En la mesa de arena de la política también hay buenas nuevas para el Gobierno. La foto de los radicales en la Casa Rosada terminó de detonar el bloque del partido centenario. Rodrigo de Loredo, en dulce montón en la mesa del oficialismo, precipitó la fractura.
Lousteau, Manes y los suyos hicieron rancho aparte. “Democracia para siempre” es el pomposo nombre que cobija al grupete que no está dispuesto a dejarse llevar por la euforia libertaria.
“Están jugando a las escondidas, son oficialistas clandestinos”. Durísimo, Pablo Juliano, quien conducirá el bloque de los escindidos, dijo que intentan terminar con la infiltración que hay en la marca UCR. “Hay tipos que tienen su jefatura política en Patricia Bullrich y no se terminan de hacer cargo”.
El diputado Fernando Carbajal fue más crudo: “No podés ir con rodilleras arrastrándote a la Casa Rosada. La actitud de De Loredo de sobreactuar sumisión al Poder Ejecutivo, yendo a la reunión y sacándose una foto con Santiago Caputo, fue un gesto de alineamiento con el oficialismo”.
Para el legislador formoseño, De Loredo sigue a Campero, el enfervorizado radical que lideró el grupo de los cinco que votaron contra la insistencia de la ley de financiamiento universitario. Alguien con quien está todo mal.
La ruptura expuso las irreconciliables diferencias que recalientan la interna radical. “Esto sirvió para que se saquen la careta. Quieren una oposición extrema al Gobierno y desestabilizar a Milei”, dicen los empelucados.
Los restos humeantes de lo que supo ser Cambiemos siguen consumiendo lo que queda del colectivo electoral que pretendía ser gobierno. Los avances en el plano económico que está obteniendo el oficialismo aceleran la desintegración de los espacios opositores.
En el kirchnerismo todo va de mal en peor. La relación entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof solo suma rispideces. Ella pretende sumisión, y él resiste con buenos modos pero firme. El gobernador de la provincia de Buenos Aires no parece dispuesto a dejarse atrapar por la lógica cristinista de sometimiento o traición.
Milei la mira por TV. El libertario subió a CFK al ring y se regodea con esa grieta. La división interna les baja el precio. Las convulsiones de la refriega peronista regurgitan fantasmas del pasado. Nada más funcional a la estrategia electoral del oficialismo.
Elisa Carrió advierte: “Este chico –por Milei– está jugando con fuego”. Para Carrió, si Cristina Kirchner gana en la provincia de Buenos Aires, cae el Gobierno. “Esta no es una buena estrategia política, le puede salir el tiro por la culata”.
Vapuleado, Miguel Ángel Pichetto resiste: “Nadie va a disciplinarme con insultos y gritos”, dijo en un conversatorio bajo el lema “Construyendo Diálogo en los tiempos de la antipolítica”. Pichetto le pone el cuerpo al desconcierto.
Los federales intentan armar una alternativa de centro reagrupando a los dispersos. “Hoy el centro es un desierto; soy un beduino con una cantimplora y un camello”, dice Emilio Monzó, quien busca concentrar fuerzas.
También para Monzó polarizar con Cristina Kirchner es un arma de doble filo. “Si CFK se impone en el medio término, va a generar caos e incertidumbre”, advierte el diputado. Margarita Stolbizer, Florencio Randazzo y Horacio Rodríguez Larreta están en esta sintonía.
Mauricio Macri vaga a su modo por una suerte de “no lugar”. El PRO no está exento de que los platos voladores del libertarianismo no terminen abduciendo a sus mejores cuadros para conducirlos a un planeta más atractivo.
El armado electoral hacia el 2025 está lleno de tentaciones. El ex presidente sigue esperando la prueba de amor, pero los tiempos que corren son demasiado vertiginosos para andar reparando en formalidades. Milei está empoderado por los logros económicos y, si bien necesita de los votos amarillos, no parece dispuesto a ceder. Puede que no sea tan malo quedarse sin la Ley de Presupuesto aprobada.
La relación Macri-Milei empieza a destilar un tufillo de toxicidad. Las últimas declaraciones del fundador del PRO trasuntan ambigüedades. No queda del todo claro, cuando habla, si está a favor o en contra de Milei. Esta semana, su caracterización de la figura presidencial escaló hacia una zona confusa.
“Tiene una psicología especial…”, dijo Mauricio de Javier. La idea de que la gente sabía lo que votaba no despega a Macri del encendido apoyo que le brindó a la LLA desde la mismísima noche de las PASO, cuando diluyó la campaña de Patricia Bullrich en la propuesta de cambio del anarcocapitalista.
“La gente votó a alguien de mandato destructivo”. Macri ponderó la actitud de autenticidad y lo que él llama sincericidio. También ponderó la frontalidad presidencial: “Él no tiene doble discurso y se la banca. A veces es demasiado violento, duro... Los viejos meados creemos en otro tipo de forma… pero estamos en otro tiempo, y su autenticidad es lo más valioso”, dice Macri en tren de congraciarse. En ese trayecto no vacila en autohumillarse al caracterizarse con la desdorosa imagen de un adulto mayor con problemas prostáticos.
La aseveración de que el jefe de Estado delega la toma de decisiones de su gobierno en la figura de su asesor estrella Santiago Caputo es un aporte interesante a la comprensión de cómo funciona el Gobierno, pero no deja en buena situación a la figura presidencial.
El expresidente ya debería saber que, más allá de la personalidad revulsiva de Javier Milei y sus arrebatos discursivos incendiarios, hay una estrategia prolijamente pensada e inspirada en los “ingenieros del caos” de los que habla Giuliano Da Empoli.
Los spin doctors saben muy bien cómo treparse al vértigo de los algoritmos, catalizando las angustias, frustraciones y desasosiego de las mayorías, identificando enemigos y viralizando mensajes de odio para acelerar fanatismos y consolidar el núcleo duro de los seguidores.
Pretender analizar a Milei con herramientas políticas del pasado es no entender nada. Si bien la figura disruptiva que encarna el presidente nació y creció en los medios masivos, su dinámica ahora adhiere a la lógica del ecosistema digital en el que mandan los algoritmos y que ya ha sido exitosamente probada por otros liderazgos, no precisamente los más democráticos de este tiempo.
“Mientras en el pasado el juego político consistía en idear un mensaje capaz de aglutinar, en la actualidad se trata de desunir de la manera más chocante posible. Para consolidar una mayoría ya no hace falta converger en torno al centro político, sino más bien sumar los extremos”, dice el imprescindible análisis de Giuliano Da Empoli.
El estilo político del momento se potencia con un discurso violento, plagado de insultos, descalificaciones y amenazas. Es lo que se lleva. Es lo que rinde. La identificación de los enemigos y la agresividad ocupan el espacio central de la conversación pública.
En este escenario no hay lugar alguno para posiciones del centro político. Mandan los bordes. Mientras la política democrática tradicional se mueve de manera centrípeta hacia el centro, los liderazgos digitales centrifugan para dividir y polarizar. Son las marcas de época.
Suponer que estas iras incandescentes que bajan desde el discurso presidencial son solo los destellos de una personalidad incontrolable es un acto de ingenuidad política. La violenta retórica de Milei tiene mucho de genuinidad, pero cierra con las habilidades que hoy demandan los avezados estrategas digitales.
En su último libro, Nexus, Yuval Noah Harari sostiene que la investigación ha demostrado que la probabilidad de que la indignación y la desinformación se vuelvan virales es más alta que cualquier contenido relacionado con lo objetivo.
En las redes, en un escenario en el que circula información de manera completamente libre, la verdad suele perder. Las mentiras, las fake news y las teorías conspirativas se imponen de manera mucho más rápida que la verdad.
El gran desafío de este tiempo es poder discriminar lo verdadero de lo falso. La IA acelera el ritmo de ese riesgo. Con los espacios de conversación obturados por las redes sociales, la democracia tal cual la conocimos hasta aquí entra en procesos de creciente deterioro, se devalúa y pierde calidad.
El encono, la ira, el enojo siempre han sido un insumo básico de la política y han potenciado liderazgos. Las herramientas del nuevo entorno digital aceleran el vértigo de las emociones negativas. Los algoritmos alimentan en el minuto a minuto nuestro sesgo de confirmación reforzando nuestras creencias y nos alejan de los debates abiertos y desprejuiciados que demanda la democracia.
De nada sirve enojarse con los desbocados actores de este momento. Pero resistir la violencia discursiva, la banalización del atropello y la agresión es un imperativo de quienes creen que todavía es posible un mundo mejor.