Hay varios “años estratégicos” en relación con la pavorosa guerra ruso-ucraniana que en febrero próximo habrá cumplido tres largos años. Los principales están relacionados con el nivel estratégico de esta guerra innecesaria, es decir, el relativo a la compulsa entre Occidente y Rusia. En este sentido, las ampliaciones de la OTAN -especialmente en 1999, 2004 y 2009- fueron momentos estratégicos, pues representaron lo que podríamos denominar los “dividendos de la victoria de la Guerra Fría”, esto es, iniciativas occidentales tendientes a incrementar la seguridad ante una Rusia eventualmente restaurada, nacionalista y retadora.
Aunque se trató de iniciativas de reaseguro estratégico-geopolítico por parte de Occidente, desde las concepciones político-militares clásicas las mismas rebasaron inconvenientemente la línea de la victoria. El prusiano Carl von Clausewitz habría desaconsejado a Occidente ir más allá del honor.
Otros años estratégicos fueron 2008 y 2021. En cuanto al primero, en la cumbre de la OTAN de Bucarest se aprobó una declaración relativa con el ingreso futuro de Ucrania y Georgia a la Alianza Atlántica (meses después ocurrió la intervención rusa en este último país, presumiblemente para frenar la ampliación de la OTAN en el Cáucaso). En cuanto a 2021, en noviembre de ese año Estados Unidos y Ucrania firmaron una “Carta de Asociación Estratégica”, según la cual Ucrania “está comprometida con las profundas y amplias reformas necesarias para su plena integración en las instituciones europeas y euroatlánticas”.
En relación con años estratégicos entre Ucrania y Rusia, sin duda uno fue 2014, cuando Rusia se anexó o, desde su perspectiva, reincorporó a Crimea a la Federación Rusa. Prácticamente todos los años siguientes de confrontación silenciosa en el este de Ucrania hasta el 24 de febrero de 2022 fueron los momentos estratégicos directos.
En esta secuencia, resulta pertinente preguntarnos si el 2025 no será el próximo año estratégico en esta guerra que no sólo ha provocado un enorme e indeterminado número de muertos y heridos, sino que produjo un sensible descenso de la seguridad regional, continental y mundial, al punto que será muy difícil alcanzar un orden internacional durante los siguientes lustros.
Ahora, un año 2025 estratégico podría implicar la salida de la guerra como consecuencia del agotamiento de una de las partes. Presumiblemente, de acuerdo a la situación actual, sería Ucrania, pues el contexto político-socio-económico-energético-demográfico en este país es cada vez más difícil (según un reciente informe de la ONU, reparar y restaurar las instalaciones energéticas podría llevar años), además de los serios problemas relacionados con los recursos militares y humanos que demanda la guerra y una posible embestida.
Según datos que nos proporciona el sitio Geopolitical Futures, en relación con los recursos militares, Ucrania está dependiendo demasiado de drones que fabrica cerca de Kiev, lo que las hace vulnerables a los ataques. En relación con los recursos humanos, la agencia de refugiados de la ONU, ACNUR, ha informado que más de 6,7 millones de ucranianos ya han abandonado el país desde la invasión rusa, alrededor de 6,2 millones siguen en otras partes de Europa, mientras que otros 3,6 millones están desplazados dentro de Ucrania.
A pesar de la crítica situación, se estima que Kiev prepara una gran ofensiva militar para el próximo año, cuyo objetivo será expulsar a las fuerzas rusas de su territorio. Sería un reto muy riesgoso, pues si tal ofensiva (que de llevarse a cabo tendría que ser luego del invierno) corre la suerte de la emprendida en 2023 -es decir, fracasa-, la guerra quedaría ad portas de su final.
Un posible aunque improbable éxito de una “ofensiva II” por parte de Ucrania está muy asociado al apoyo incrementado de Occidente, es decir, lo que plantean especialistas como Richard Haass y Charles Kupchan: que Occidente deje de disuadirse y proporcione a Ucrania misiles de largo alcance y otras armas.
Claro que la asistencia incrementada podría a su vez incrementar el uso de capacidades mayores por parte de Rusia, situación que escalaría peligrosamente el nivel de violencia, acercando más todavía el nivel estratégico de la guerra (Rusia-Occidente) al nivel táctico (Rusia-Ucrania).
Pero los citados expertos consideran que, si bien Ucrania no lograría predominar, sí empujaría la situación en dirección de una negociación entre las partes.
Rusia se ha hecho fuerte en sus “Nuevas Regiones”, pero, aunque posee recursos, la extensión de la guerra erosiona su economía, la indispone socialmente y dificulta sobremanera sus necesidades tecnológicas para dejar de ser un gran poder y convertirse en un superpoder o potencia completa en el siglo XXI, esto es, un actor grande, rico y estratégico. Rusia es grande, es rica, pero no cumple un papel preponderante en todos los segmentos de poder agregado internacional, desde el tecnológico hasta el financiero, pasando por el cultural, el económico, el institucional, el de “suasión” (de disuasión y persuasión), etc.
En ese contexto de la confrontación, cualquier gestión de salida sería indisociable de la presencia rusa en el este y sur de Ucrania. Por supuesto que para Kiev ese escenario resultaría inaceptable, pero si finalmente Occidente no la acompaña, no tendría otra posibilidad que reconocerlo. Y en Occidente la prolongación de la contienda también ha causado trastornos, sobre todo en Europa, un “no ganador” en la guerra (dejando fuera el sector industrial-militar, claro).
En relación con Estados Unidos, la lógica “gana Trump, cesa el apoyo a Ucrania; gana Harris, continúa la asistencia”, puede ser relativa. En las filas demócratas hay fatiga de apoyo y necesidad de pensar el mundo con renovados enfoques. Dado que Estados Unidos ya no es el poder “inigualado e inigualable” de hace un cuarto de siglo, tal vez es tiempo de desplegar un poco de “empatía estratégica” con los demás actores que están ascendiendo.
De todos modos, si habrá concesiones no serán solamente las de Kiev: aunque será difícil, Moscú tendrá que aceptar eventualmente a la OTAN o quizá una neutralidad militarmente robusta en su “nueva frontera”.
En breve, se trata de escenarios. También los hay mucho más perturbadores. Pero considerando la extensión y el desgaste de la guerra, podríamos atrevernos a pensar que 2025 tal vez sea un año con novedades en el frente.