Durante uno de los encuentros con la prensa durante el mes de octubre en el Vaticano, Sheila Pires, secretaria de la Comisión de Información del Sínodo, destacó que, dentro de la Sala Pablo VI, al comenzar los aportes para el documento final, quedó claro que el NO de la Iglesia a la guerra y a toda forma de violencia debía expresarse en todo momento.
En la audiencia general del pasado 23 de octubre, el Papa Francisco volvió a enfatizar su compromiso con la paz en medio de los múltiples conflictos que sacuden al mundo. Al final de su discurso, expresó su profunda preocupación por la violencia y las guerras que afectan a países como Ucrania, Palestina, Israel y Myanmar y afirmó: “La guerra es siempre una derrota, desde el primer día”, y renovó su llamamiento para que no olvidemos a las naciones martirizadas por los conflictos actuales, recordando que la paz es una necesidad urgente. Este llamado de Francisco ha tenido un lugar permanente en la Asamblea Sinodal.
En un mundo donde las guerras parecen haberse convertido en un trasfondo permanente de nuestras vidas, el Sínodo de la Iglesia Católica también quiere aparecer como un faro de esperanza y de rechazo a toda violencia. El Sínodo, con hombres y mujeres provenientes de todas las culturas y lugares del mundo ha puesto sobre la mesa la importancia de la paz, de decir “no” a la guerra y a cualquier forma de violencia.
El Sínodo es un espacio de reflexión eclesial y también una propuesta de diálogo y discernimiento que la Iglesia aporta al mundo. En un tiempo en el que parece que muchos se están acostumbrando al sufrimiento, al conflicto bélico y a las tensiones sociales, la Iglesia, guiada por Francisco, reitera su llamado al diálogo sincero y a la escucha activa que tenga poder de transformar. El modo de abordar los problemas tanto de la Iglesia como del mundo que ha tenido la Asamblea Sinodal puede ser un espejo para que otros puedan dialogar y mirarse como hermanos y hermanas.
En diversas ocasiones, Francisco ha enviado llamados desesperados para que las potencias mundiales cesen su carrera armamentista, y, sobre todo, para que no se cierre el corazón a los que más sufren a causa de los conflictos: los refugiados, los niños y las poblaciones civiles. La Asamblea Sinodal ha tenido como un objetivo claro escuchar a los más olvidados, algo que en un mundo atravesado por la guerra hoy se vuelve crucial. ¿Quién escucha a los que sufren la violencia en carne propia? ¿O dejamos la última palabra a los que deciden las guerras, pero no la sienten en su propio cuerpo?
La Asamblea Sinodal, marcada por la diversidad de voces y culturas, ha vuelto a poner de relieve la urgencia de promover una cultura de paz. No se trata solo de evitar la guerra; es una llamada a crear un mundo donde la violencia no tenga cabida en ninguna de sus formas, ya sea física, verbal o estructural.
El Sínodo tiene el potencial de ser un aporte de la Iglesia al mundo contemporáneo. En tiempos donde el cinismo y el destrato prevalecen, el mensaje sinodal de Francisco nos recuerda que aún la escucha y la inclusión son posibles y donde, como se ha dado durante el camino de esta Asamblea, las “mesas redondas” sean el centro.
Los cristianos no podemos acostumbrarnos a la guerra ni aceptar como normal algo aberrante para nuestra humanidad. La voz de la Iglesia, a través del Sínodo, nos interpela a actuar, a no ceder ante la violencia ni la división ya que hay un camino posible de dialogo y escucha.
Podemos decir que la sinodalidad no es solo para la Iglesia, es un modelo que puede ofrecer propuestas a un mundo donde la violencia y los conflictos parecen dominar la escena. Esta experiencia de diálogo y escucha profunda es una luz que se hace paso en medio de la cultura de enfrentamiento.