Olga y Leticia Cossettini fueron dos maestras santafesinas que realizaron aportes significativos a la educación de su época, en la primera mitad del siglo XX. Su enfoque innovador, llamado “Escuela Serena”, motivó a transformar la educación pública, promoviendo una educación activa, integral y humanista que promovía una enseñanza basada en el respeto al niño y a sus intereses, en el aprendizaje a través de la experiencia y en la conexión con el entorno natural, buscando romper con el modelo tradicional, más rígido y verticalista. Lo enseñado debe ser apetecido, sostenía Olga.
Inmersas en los cambios escolares de todo el mundo y en diálogo directo a través del intercambio epistolar con figuras destacadas, como la francesa Celestine Freinet, el belga Ovide Decroly o el italiano Leonardo Rádice, las hermanas promovieron la resignificación del aula con una mirada sumamente innovadora para aquellos tiempos.
Pero su aporte no fue sólo pedagógico, la cultura fue central en su enfoque educativo. Ellas creían en la cultura como una dimensión fundamental del desarrollo humano y su proyecto estaba diseñado para integrar profundamente las expresiones culturales y artísticas en el aprendizaje cotidiano de los estudiantes, integración que permitió una educación más sensible, creativa y conectada con la realidad social y natural del niño.
En ese marco, el arte no era una asignatura, sino un componente central del desarrollo personal y colectivo en la escuela. Ellas fomentaron la expresión libre a través de disciplinas como la pintura, la música, la literatura y el teatro, una forma de cultivar la sensibilidad estética y la capacidad crítica. Y no se contentaron con circunscribir la experiencia al aula de cuatro paredes, sino que recibieron visitas como la de la poetisa Gabriela Mistral, el poeta Juan R. Jiménez, el titiritero Javier Villafañe y hasta el reconocimiento del mismísimo Julio Cortázar.
A su vez, su modelo pedagógico escapaba al sistema escolar, consideraban que la educación para el ocio implicaba una nueva pedagogía, una educación para el tiempo libre que intentara, según sus palabras, “liberar al hombre del peso de la vieja sentencia bíblica: ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
Olga sostenía que la educación para el tiempo libre no se trataba de distraer con una tarea inútil o perniciosa, si no que era una ocupación donde la persona podía dedicarse plenamente a descansar para divertirse o para ampliar su cultura después de haberse liberado de las obligaciones familiares, sociales o profesionales. La idea que proponían era superar formas de vida arcaica, transformando ciertas creencias o hábitos y vetustos sistemas de trabajo.
En ese sentido, consideraba fundamental la organización de círculos de lectura, coros, teatro vocacional o bibliotecas, además de acompañar a los jóvenes a encontrar el trabajo adecuado y el despertar cultural.
La reunión entre vecinos del barrio, en la plaza o cualquier espacio al aire libre, es el escenario favorable para la apropiación de los bienes culturales para estas docentes que consideraban al pueblo protagonista de su propia educación.
No está lejano el día. La batalla está abierta en todos los frentes. Batallas contra el analfabetismo, campañas permanentes para alcanzar niveles más altos de cultura, multiplicación para el buen uso del tiempo libre. Una lucha frente a la realidad cotidiana que ayude al ciudadano a luchar para vivir y convivir, planteaba Olga allá por los años ´60. Son palabras que no pueden caer en el olvido ni perderse en el devenir histórico.