Vivimos un clima de época donde la convulsión política es el eje central del debate, no solo en nuestro país sino en el mundo. Sin duda, muchos acontecimientos internacionales colocaron a la humanidad en una nueva disyuntiva plagada de conflictos, algunos nuevos y otros de vieja data. Los bélicos están en la superficie, Rusia/Ucrania y Medio Oriente en llamas, lo cual deja al descubierto la necesidad de reformular el rol de los organismos internacionales, especialmente la ONU, que no logra enmarcar y poder generar acciones reales para al menos apaciguar los enormes daños humanitarios que estas situaciones están provocando, con la sistemática violación de los derechos humanos que las mismas producen.
Pero además, en el plano económico y social, la profundización del desarrollo tecnológico impulsado por Internet, la robotización y la Inteligencia Artificial ponen a los Estados en una disyuntiva central: cuál es su rol en ese nuevo escenario. De allí surgen controversias, porque las miradas son muy distintas según el lugar que estos ocupan en la geopolítica internacional. Lo que hay plena coincidencia es que el avance de las grandes corporaciones globales viene siendo cada vez más relevante en el plano de fijar prioridades y privilegiar sus intereses en desmedro de los estados.
Estados Unidos y China, los dos grandes actores de este tiempo, tienen claro que deben poner límites al accionar de las grandes corporaciones antes de que sea tarde; Europa está buscando instrumentos para actuar en consecuencia. Todos ellos entienden que hay que retomar el protagonismo del “Estado Nación” no con el concepto del siglo XX, pero sí actualizarlo a los desafíos del siglo XXI, volver a potenciar su rol de mediador e igualador de conflictos de intereses que provoca este modelo de concentración económica y tecnológica. Hay otros actores también relevantes en este panorama mundial como son India, Japón, los países asiáticos, entre otros, que también están visualizando este nuevo proceso en desarrollo y adoptan sus propias acciones.
Ahora bien, ¿qué hacemos nosotros en este complejo escenario? Estamos viviendo también un momento de alta convulsión política, económica y social; la irrupción de Javier Milei primero y luego su llegada a la Presidencia de la Nación provocó una reconfiguración del sistema político argentino inédito en los 40 años del proceso democrático reciente. Se profundizó algo que ya venía ocurriendo, la crisis del sistema de partidos políticos con un proceso de dispersión, atomización y carencia de liderazgos claros. El debate político está situado en la agresión, la descalificación, el agravio al que piensa distinto; la confrontación permanente y la cancelación del adversario han convertido la política nacional en un verdadero chiquero.
El intercambio agresivo en redes sociales y la cada vez más militante acción de los medios masivos de comunicación contribuyen a crear un clima de hostigamiento y descalificación entre los actores de la vida política. Sin embargo, en la sociedad se discute el rol del Estado, claro que partimos de un contexto diferente del cual hacíamos mención al inicio de esta nota. Acá se plantea un falso dilema: ¿debe haber o no Estado? Un absurdo. No hay Nación sin Estado y viceversa. Lo que sí deberíamos discutir es qué tipo de Estado necesita el país para retomar un camino de desarrollo social y económico.
Lo real es que una Argentina con la mitad de su población sumida en la pobreza, con la misma cantidad de trabajadores registrados que en la informalidad, con carencia de infraestructuras básicas, con millones de habitantes en condiciones paupérrimas de hábitat, con un sistema de salud colapsado y con una descendente calidad de la educación en los niveles primario y secundario, es impensable un Estado ausente. Ahora bien, tampoco se puede sostener un Estado elefantiásico que se autofagocita y no resuelve las principales obligaciones que tiene cumplir para satisfacer al ciudadano: Salud, Educación, Justicia, Seguridad Social, Defensa, Seguridad Pública y también asistencia a los sectores vulnerables en el marco de la actual situación social que el país se encuentra.
En ese contexto, es deplorable el debate político actual. ¿Podemos seriamente dar una discusión sensata sobre el nuevo rol del Estado o solo interesa crear una ficción que satisfaga el relato de cada facción política? Cómo llevar a cabo tan transcendente discusión con un sistema político cruzado por la deformación de sus dirigentes y donde el sistema de partidos hoy se asemeja más a una banda de tribus que banalizan todo debate jugando el juego peligroso de las redes sociales.
Yo solo les recomendaría a quienes hoy ocupan lugares de decisión, leer, si aún no lo han hecho, un libro que hoy se ha conocido masivamente, ya que sus autores han ganado el Premio Nobel de Economía. (Yo lo hice en 2020 y he hecho mención a él, en una nota en este mismo medio en aquel momento). En su libro ¿Por qué fracasan los países?, sus autores Daron Acemoglu y James A. Robinson definen: “Las sociedades fracasan cuando no tienen instituciones que proporcionan incentivos, inversión e innovación y una situación en la que la mayoría de los ciudadanos puede desarrollar su talento. Si dichas sociedades tienen élites extractivas, que confabulan con el poder político, las naciones irán a la deriva”. La principal tesis del libro se basa en la idea de que son las instituciones que rigen un determinado territorio las que lo van a hacer prosperar. Es la forma en que las sociedades se organizan, si son respetuosas con la propiedad privada y garantizan una separación de poderes efectiva.
No se sale de este pantano en el que nos encontramos si no fortalecemos un diálogo maduro y responsable entre todos los actores de la comunidad, con griterío berreta y descalificación solo vamos camino a consolidar nuestra decadencia, que ya no es solo económica y social sino también moral.