¿Lealtad, traición o renovación?

En un contexto turbulento, el peronismo enfrenta una batalla interna inédita. Cristina Kirchner busca cementar su legado, mientras Ricardo Quintela la desafía con un respaldo inesperado

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Axel Kicillof y Cristina Kirchner en La Plata
Axel Kicillof y Cristina Kirchner en La Plata

No es ninguna novedad que la profunda crisis de legitimidad y credibilidad de la dirigencia política tradicional, en un contexto donde las frustraciones acumuladas tras sucesivos gobiernos que no quisieron o no pudieron satisfacer las demandas y exigencias ciudadanas se transformaron en bronca y hastío, fue sin dudas una de las condiciones de posibilidad -seguramente no la única- para la sorpresiva irrupción de un outsider como Javier Milei y su fulgurante ascenso al poder.

Tampoco resulta novedosa la estrategia oficialista de azuzar esta crisis del sistema político y profundizar la fragmentación y atomización de los partidos, con el objeto no sólo de compensar su debilidad política y territorial, y disimular su inexperiencia y recurrentes errores, sino también para alimentar discursivamente a través de dispositivos simbólicos como el de la tan mentada “batalla cultural” las emociones negativas respecto a la dirigencia tradicional.

Un posicionamiento rupturista y la proyección de una imagen de cruzado “anti-casta” que no solo lo llevaron a sentarse en el “sillón de Rivadavia” sino que se han erigido en un sostén que amalgama, en gran medida, a los sectores de la opinión pública que le han conferido altas dosis de gobernabilidad a un proyecto que logró sostener importantes niveles de apoyo pese a llevar a cabo el ajuste más feroz y sostenido que haya encarado un gobierno democrático.

Esta fragmentación y crisis partidaria afecta a todo el espectro: desde los colaboracionistas y sempiternos aspirantes a sumarse al gobierno del PRO, pasando por la centenaria UCR que experimenta una lenta y previsible agonía, los otrora aspirantes a la construcción de medianos aunque más homogéneos partidos nacionales como la Coalición Cívica y el socialismo, hasta el propio PJ.

El caso del Justicialismo es, en este punto, paradigmático. Al momento de escribir estas líneas, el peronismo se encamina a una confrontación electoral sin precedentes para definir la conducción partidaria a nivel nacional. De no mediar sorpresas -el plazo para la inscripción de listas vence a la medianoche del sábado-, una lista encabezada por Cristina Fernández de Kirchner se enfrentará a la lista encabezada por el gobernador riojano Ricardo Quintela.

Detrás de esta compulsa electoral interna hay mucho más que la disputa por los nombres que ocuparán la mesa de conducción de la devaluada sede de la calle Matheu, o los matices con que diversos sectores plantean la oposición frente a Milei. Por el contrario, muchos interpretan el repentino lanzamiento de Cristina no solo como una forma de aprovechar la renovada centralidad que el propio Milei le ofreció en bandeja durante los últimos meses, ni como una suerte de movimiento autodefensivo frente a las posibles consecuencias de un fallo judicial potencialmente adverso, sino más que nada como una estrategia de anticiparse al proceso electoral del año próximo.

Cristina Kirchner y Ricardo Quintela
Cristina Kirchner y Ricardo Quintela

Un movimiento con el que la ex mandataria pretende condicionar la potencial oferta electoral del espacio, definiendo los contornos de la misma, pero al mismo tiempo obturando la demorada y necesaria renovación de los liderazgos internos. Cualquier semejanza con lo que sucede en el PRO con Macri no es en absoluto mera coincidencia.

En esta nueva aventura de quien, desde diversos cargos pero con la misma impronta, no ha cedido durante más de dos décadas el timón de este cada vez más debilitado pero no por ello menos poderoso transatlántico que es el PJ, parecen surgir algunos obstáculos novedosos para la historia reciente del partido que plantean incógnitas respecto al liderazgo.

No solo porque Cristina deba revalidar su liderazgo en un contexto difícil para un partido que viene del estrepitoso fracaso de la presidencia de Alberto Fernández (experiencia que, más allá de los desmarques discursivos, pesa en gran medida sobre sus hombros), ni por el clima social enrarecido fruto de una recesión económica que no da treguas y un gobierno que no da señales de pisar el freno ni en las curvas, ni mucho menos por un rival interno que a priori no solo no tiene peso propio sino que encabeza una gestión con graves problemas.

La gran piedra en el zapato de Cristina tiene nombre y apellido, y no es nada más ni nada menos que su otrora delfín, Axel Kicillof. Como un perverso guiño histórico, en la misma semana en que se conmemoró un nuevo “día de la lealtad”, con un acto en Berisso donde el gobernador bregó por la unidad partidaria y elogió explícitamente a Cristina, aunque buscó proyectar una imagen “presidenciable” como alternativa a Milei, la propia Cristina y sus más cercanos colaboradores lo acusaron lisa y llanamente de traidor.

Desde La Plata insisten en que el gobernador se considera prescindente, aunque desde el Instituto Patria no dudan en señalar que los hombres de Kicillof están detrás de la candidatura de Quintela y que apuestan por una estrategia de desgaste con el objeto de eventualmente “jubilar” a la ex presidenta.

Pese a los intentos de distensión del propio Kicillof y el eventual resultado del proceso interno, el conflicto ha quedado expuesto y sus potenciales estribaciones son múltiples. Entre los interrogantes más próximos cabe preguntarse qué sucederá con el armado de listas para 2025 en la provincia de Buenos Aires, donde Máximo Kirchner procura “alambrar” el partido y no está dispuesto a abrir la tranquera a las huestes del gobernador y, algo más relevante aún, si el gobernador estará dispuesto a dar eventualmente una batalla final que dejaría expuesta cuál es su magnitud real como dirigente político. Dicho en otras palabras, si estará dispuesto a demostrar que es mucho más que el elegido por Cristina, para comenzar a desandar un camino propio de cara a las presidenciales de 2027, en donde todo pareciera indicar que no estaría dispuesto a aceptar ni un vicariato ni protectorado cristinista.

Así las cosas, aunque el oficialismo inicialmente se mostró entusiasta con el retorno de Cristina, convencidos de que la presencia de un kirchnerismo debilitado era funcional a sus necesidades coyunturales, ahora sigue con atención un proceso que ayudó a acelerar, y que podría potencialmente derivar en una de las renovaciones más amplias del justicialismo en más de dos décadas.

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