¿Mudar la capital? Sí, pero hacia la nube

Argentina tiene la oportunidad de embarcarse en una transformación mucho más profunda y significativa: digitalizar y modernizar sus servicios públicos. La revolución que necesitamos es digital, no geográfica.

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Una de las propuestas presentadas propone mudar la capital a Viedma. algo que ya había hecho Raúl Alfonsín
Una de las propuestas presentadas propone mudar la capital a Viedma. algo que ya había hecho Raúl Alfonsín

Kafka describe una suerte de infierno moderno en su libro El proceso: un ciudadano sometido a un absurdo proceso burocrático infinito. Imagino un nuevo capítulo de ese libro, en el que al protagonista de la situación le dicen que “ahora tiene que hacer lo mismo, pero en otro edificio de otra ciudad”. Los argentinos nos encontramos atrapados en un laberinto burocrático interminable, donde los trámites más simples se convierten en procesos absurdos y tortuosos. El verdadero cambio no radica en mover edificios, sino en transformar la esencia misma de los servicios públicos.

Resurgió en Argentina un antiguo debate: ¿debería trasladarse la capital al interior del país? Esta idea, originalmente propuesta por el presidente Raúl Alfonsín en la década de 1980, buscaba descentralizar el poder y promover el desarrollo regional. En aquel entonces, descentralizar requería mover edificios. El avance tecnológico en estos años, de este otro siglo, demuestran que llevar los servicios lo más cerca del ciudadano como sea posible es una búsqueda permanente, pero para eso no es necesario desplazar edificios. Mal podríamos tener un estado capital en cualquier ciudad de la Argentina, pero que sostenga la tradición centralista. Y si está verdaderamente descentralizado, no debería importar donde esté. Creo que el desafío más apremiante para la descentralización implica mejorar la calidad de los servicios públicos en la era digital.

En un mundo hiperconectado, ya no nos conformamos con burocracias lentas y opacas. Queremos gobiernos que ofrezcan servicios eficientes, accesibles y transparentes. El destacado economista -y reciente Nobel de economía- Daron Acemoglu ha advertido en su reciente ensayo que “si la democracia no es pro-trabajadores, morirá”, resultado de un estudio de varios años realizado junto a otros investigadores, entre ellos Nicolás Ajzenman, economista argentino que también publicó “¿Y si con la democracia no se come?”. Esto sugiere que quizás la cuestión no es dónde se encuentran las instituciones físicas, sino cómo funcionan y a quiénes sirven. La ubicación geográfica es secundaria frente a la eficiencia y la calidad de los servicios públicos. La modernización, más que un fin en sí mismo, debe ser el medio para enriquecer la vida cotidiana de las personas.

Consideremos el simple acto de fundar una empresa. En Argentina, este proceso puede convertirse en una odisea que se extiende durante semanas o meses, sumergiendo al emprendedor en un mar de requisitos, formularios y trámites en diversas oficinas. La burocracia se convierte así en el silencioso antagonista del progreso. Esta maraña administrativa no solo sofoca el espíritu emprendedor, sino que también retrasa el desarrollo económico y la generación de empleo. En contraste, países que han abrazado soluciones digitales avanzadas, como Estonia, permiten que la creación de una empresa se complete en cuestión de minutos y desde cualquier rincón del mundo con acceso a internet. Esto no es simplemente por seguir una tendencia global, sino porque reduce costos, ahorra tiempo y empodera a los ciudadanos para innovar y contribuir al tejido económico nacional.

La propuesta de mover la capital para impulsar el desarrollo de una ciudad o del interior es, en esencia, un gesto simbólico que Argentina quizás ya no necesita. El país ha experimentado una sobredosis de simbolismos a lo largo de su historia reciente. Es hora de que las acciones superen a las palabras. Esta estrategia, aunque bien intencionada, puede resultar costosa y poco efectiva, desviando recursos de soluciones tangibles y potencialmente exacerbando las desigualdades regionales. En lugar de reorganizar el escenario, deberíamos replantear el guion completo. Las conversaciones y paradigmas que nos han traído hasta este punto han quedado obsoletos. Hoy, los representantes del sistema político argentino tienen mucho más que aprender de empresas innovadoras como Globant y ver cómo abordan los problemas, cuya resolución los llevó a cotizar en Nasdaq y trabajar con algunas de las mejores empresas del mundo.

Otro aspecto crítico es la aprobación y disponibilidad de desarrollos tecnológicos y médicos. Podríamos mudar la capital, pero si instituciones como la ANMAT continúan con procesos lentos y engorrosos, los pacientes seguirán esperando acceso a tratamientos vitales. En el ámbito de la salud, la burocracia no es solo un obstáculo; puede ser una cuestión de vida o muerte. Mientras tanto, en otros países, agencias reguladoras más ágiles y digitalizadas logran equilibrar la rigurosidad científica con la necesidad de ofrecer soluciones rápidas a sus ciudadanos. Esto se vuelve aún más apremiante considerando el acelerado avance de las investigaciones clínicas impulsadas por inteligencia artificial y el inminente impacto de las computadoras cuánticas en los próximos meses.

La burocracia y la falta de modernización trascienden el ámbito de lo molesto, tienen consecuencias palpables en la calidad de vida. Significa no acceder a los mejores medicamentos disponibles a nivel mundial, perder inversiones cruciales debido a procesos administrativos engorrosos y carecer de plazos claros para la resolución de trámites. Cada minuto perdido en trámites innecesarios es una oportunidad desperdiciada para el individuo y para el país en su conjunto. Los ciudadanos ven cómo su tiempo se desvanece en filas y formularios, las empresas enfrentan barreras para crecer y competir, y servicios esenciales como la educación y la salud quedan atrapados en procedimientos anacrónicos.

Entonces, ¿cuál es el camino a seguir? En lugar de enfocar nuestros esfuerzos y recursos en trasladar la capital, Argentina tiene la oportunidad de embarcarse en una transformación mucho más profunda y significativa: digitalizar y modernizar sus servicios públicos. La revolución que necesitamos es digital, no geográfica. Esto implica no sólo la simplificación de procesos, sino también la adopción de tecnologías que aumenten la eficiencia y, sobre todo, colocar al ciudadano en el epicentro de cada decisión gubernamental.

La implementación de sistemas de gobierno electrónico deja de ser una fantasía futurista para convertirse en una necesidad imperiosa. Esta modernización facilita la interacción entre el Estado y sus ciudadanos, reduciría la corrupción a través de una mayor transparencia y mejoraría la eficiencia en áreas clave como la recaudación de impuestos, la educación y la salud. Tecnologías emergentes como blockchain, ofrecen la posibilidad de garantizar que los registros y transacciones sean seguros, transparentes e inalterables, fortaleciendo así la confianza en las instituciones. La tecnología se erige como el pilar fundamental para alcanzar una transparencia genuina.

Asimismo, las pruebas de conocimiento cero proporcionan una innovadora forma de verificar información sin comprometer la privacidad individual. En una era donde los datos personales son un tesoro codiciado, es esencial que la privacidad y seguridad avancen de la mano. Proteger al ciudadano no es incompatible con ofrecerle servicios eficientes. Es, de hecho, un deber ineludible.

La verdadera descentralización no se logra desplazando edificios, sino acercando los servicios a las personas, sin importar su ubicación geográfica. Un sistema digital robusto puede asegurar que un habitante de la región más remota tenga el mismo acceso a oportunidades y servicios que alguien en el corazón de la capital. La equidad se construye brindando acceso universal, no mudando capitales.

Este renovado debate sobre trasladar la capital es, en realidad, una invitación a reflexionar sobre nuestras prioridades y aspiraciones como nación. No se trata de reubicar estructuras físicas, sino de avanzar decididamente hacia el futuro. Argentina posee el talento, la creatividad y la capacidad para liderar en innovación; sólo necesita dar el paso audaz hacia la modernización. El futuro no espera a quienes se aferran al pasado, es tiempo de que Argentina abrace el mañana.

En lugar de anclarnos en discusiones del ayer, enfoquémonos en cómo mejorar la vida de las personas hoy. Modernizar y digitalizar nuestros servicios públicos no es un capricho ni una moda pasajera, es una respuesta necesaria a las demandas reales de nuestra sociedad. El progreso es una avenida de sentido único que nos impulsa hacia adelante, es momento de que Argentina tome esa ruta. Es por eso que prefiero que la capital de nuestro país migre hacia la nube y que cualquier ciudadano en cualquier punto del país pueda acceder al servicio que requiera del estado en el momento que sea.

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