La oposición y el “Club de la Pelea”

El Gobierno jugó a fondo y obtuvo una importante victoria en el Congreso al sostener el veto al financiamiento universitario. Además consiguió profundizar y aprovechar las evidentes y cada vez más expuestas divergencias internas de los principales partidos

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Javier Milei
Javier Milei

El gobierno de Milei consiguió nuevamente una agónica victoria en el Congreso, evitando una insistencia opositora al veto a la ley de financiamiento universitario que hubiese significado mucho más que una mácula para su obsesiva carrera por el equilibrio fiscal.

Aunque se trataba de un proyecto con un impacto fiscal sensiblemente inferior al que derivó en el veto jubilatorio (un 0,14% del PBI), Milei se mostró desde un comienzo dispuesto a jugar a fondo, incluso exponiéndose a que las derrotas en el Congreso (la ley), la calle (la marcha) y la opinión pública (una mayoría en contra del veto), tuvieran como desenlace una insistencia que no solo hubiese implicado el rechazo al veto sino empoderado a la oposición en una coyuntura ya de por sí difícil para el oficialismo.

“Un escenario complejo, no tanto por la relativa estabilidad que evidencian hoy los mercados financieros”, sino por los retardos en una recuperación económica que amenaza con que los efectos de la recesión prolongada no solo profundicen las dramáticas consecuencias económico-sociales, sino que azucen la conflictividad social y generen aún más inestabilidad política.

En este marco, el gobierno consiguió una importante victoria en Diputados. Una victoria pírrica, es cierto, pero victoria al fin. A diferencia de lo que había sucedido con el veto jubilatorio, esta vez el oficialismo llegó al recinto sin certeza alguna de éxito. Allí consiguió una tan trabajosa como festejada victoria por “penales”, un resultado que estuvo en riesgo hasta la votación pero que igualmente vale los “tres puntos”.

Aunque precaria y exigua, se trató de una nada despreciable victoria por partida doble, con epicentro en el Congreso, pero con estribaciones a todas luces mucho más amplias: no solo Milei logró defender el veto sino que consiguió profundizar y aprovechar las evidentes y cada vez más expuestas divergencias internas de las principales expresiones políticas de la oposición.

En este marco, Macri volvió a erigirse -una vez más- como pilar fundamental no solo del éxito de LLA en el Congreso sino incluso de la gobernabilidad. Y ello a pesar de los vaivenes y complejidades de una relación que en lo personal, pero también a nivel de los entornos, no ha logrado aún superar las desconfianzas y sospechas mutuas para fructificar en un acuerdo estable y con mínimos estándares de institucionalidad.

Lo cierto es que el acompañamiento de casi todos los diputados que integran el bloque PRO (con la excepción de los dos diputados que responden directamente a Rodríguez Larreta) fue determinante para el resultado, y tras la intervención directa de Macri con el comunicado de la mesa nacional de su partido, le confirió al ex presidente un plus de cara a las nunca cerradas negociaciones con el gobierno libertario.

Sin embargo, los 35 diputados que aportó el PRO eran condición necesaria pero no suficiente para asegurar el tercio necesario para blindar el veto. Allí fue donde el gobierno realizó un silencioso pero activo trabajo de “persuasión”. Un dato en absoluto no menor que, sin bien por un lado da cuentas de una fragmentación de la oposición que torna sumamente lábiles las fronteras entre este heterogéneo espacio y el oficialismo, también parece evidenciar que el Gobierno parece haber dejado atrás la “edad de la inocencia” para jugar con las cartas de un sistema que desde lo discursivo se ha ufanado en fustigar.

Jugando al “fleje” y coqueteando con los límites del reglamento del Congreso -como habitualmente lo hizo el kirchnerismo- logró sacar adelante un trámite complejo. Amén del valioso aporte del PRO, profundizó su trabajo sobre otros sectores. Así, consiguió -a pesar de que se especulaba que el tema universitario fuese un obstáculo- replicar el apoyo de los ya bautizados “radicales con peluca”, conseguir el apoyo de gobernadores como el chubutense Nacho Torres y el misionero Hugo Passalacqua (los cuatro diputados que habían acompañado la ley se abstuvieron), e incluso quebrar el bloque que hasta ahora le respondía al gobernador cordobés Martín Llaryora.

Más notables fueron algunos “aportes” por parte del peronismo. La decisión de la catamarqueña Ávila de no acompañar el rechazo el veto, fue decodificada como un claro indicio de que el gobernador Raúl Jalil analiza romper el bloque en diputados, siguiendo el mismo camino que los tres tucumanos que ya conformaron una bancada propia, y buscar un entendimiento con el oficialismo. No fue casual, por ello, que la propia Cristina Kirchner haya aprovechado esta ocasión no solo para denunciar “transfuguismos”, con especial énfasis contra Jalil pero también el tucumano Jaldo, sino para hacer una suerte de llamado a reflexionar sobre cómo el peronismo debe reposicionarse que, obviamente, coincide con su (auto)lanzamiento para presidir el PJ.

Sobre este movimiento táctico de la ex mandataria, que por cierto busca capitalizar la creciente centralidad recuperada en razón de la revitalización de la “polarización” con Milei- se recorta una interna que, aún con sordina, amenaza con crecer fuertemente en los meses venideros. Aunque pueda parecer contradictorio, mientras CFK ha asomado ruidosamente en la escena del peronismo, el gobernador Kicillof parece refugiarse en un prudente silencio. Actitud que, por cierto, no implica en absoluto inacción: la división en el kirchnerismo es más profunda que nunca, y los gestos de independencia del gobernador bonaerense cada vez más explícitos. Desde la organización de actos propios (como el del próximo 17 de octubre), la política de alianzas propias (por ejemplo, con Quintela), o la ausencia de respaldo a la candidatura de CFK al PJ, hasta -en el mediano plazo- la perspectiva de listas propias en las legislativas del año próximo.

Todo indica, en definitiva, que en el territorio bonaerense podría acabar por materializarse la batalla final del kirchnerismo, con una Cristina que más allá del conocido “piso alto” y “techo bajo”, y la renovada centralidad fruto de las necesidades de Milei, obtura cualquier intento de renovación. Un tapón que, muchos piensan, solo Kicillof podría liberar.

Mientras tanto, un gobierno que ya parece haber asumido su fragilidad parece haber abandonado la etapa naif y replegarse legislativamente con el objeto de procurar blindarse al menos hasta las legislativas del año próximo. “Y ello implicará, no solo calibrar el débil equilibrio con su aliado clave” (el PRO) que seguramente reclamará con mayor énfasis las “facturas impagas” por los servicios prestados al gobierno, sino ampliar las redes de apoyo de cara a los desafíos que se vienen, no solo el Presupuesto 2025 sino el anunciado intento opositor de modificar la ley que regula el tratamiento de los DNU.

Así las cosas, aún con el concurso inestimable de una oposición no solo fragmentada sino inmersa en internas fratricidas, el gran interrogante es si esta estrategia defensiva que le ha permitido al gobierno blindar dos vetos importantes desde el punto de vista fiscal (el jubilatorio) como político-simbólico (el universitario) podrá galvanizar un apoyo que a todas luces se vislumbra tan frágil como inestable.

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